Un humano.

El monstruo esbozó una sonrisa. Y el arma escupió.

Abrí los ojos de golpe. Tenía la respiración agitada, la garganta reseca y la nariz cubierta de tierra. Mis pupilas no tardaron en reconocer el lugar. Estaba en casa, dentro de nuestra cueva en la Roca del Rey. Todo había sido un sueño.

Solo un sueño, me dije, intentando tranquilizarme.

La cabeza me daba vueltas y la frente me dolía como si en verdad el cazador de mi sueño me hubiese disparado. Me estiré con cuidado. El cuerpo me dolía incluso más que esa mañana, cuando Mheetu fue a buscarme para dar su anuncio a la manada. Busqué con la mirada la entrada a la guarida. Afuera el Sol caía como plomo.

¿Qué hora es?, me pregunté.

Intenté ponerme de pie, pero las piernas me fallaron y regresé al suelo de golpe. El impacto sacudió mi cabeza e intensificó el dolor en mi frente. Por acto reflejo, me sobé suavemente la zona con la pata. No recordaba mucho, y no estaba segura del por qué me dolía, pero era horrible.

— Lian, al fin despiertas — reconocí la voz de Nala.

Me volví para buscarla. La leona se encontraba a mis espaldas, tumbada de costado sobre el montículo donde ella y Simba solían dormir. Su abultado vientre de embarazada no le permitía acostarse en otra posición, ero se veía bastante cómoda. Tal vez porque sabía que su limitada movilidad pronto valdría la pena, teniendo como hermosa recompensa su segundo cachorro que, por lo visto, no tardaría demasiado en querer salir a conocernos.

Giré con cuidado para verla de frente.

— ¿Qué... qué pasó? — mi voz se escuchaba seca y rasposa.

— Las leonas te trajeron a casa inconsciente — explicó con voz cálida y esa mirada maternal que había aparecido en sus ojos tras el nacimiento de Kopa. — Dicen que una cebra te golpeó en la frente y te desmayaste. Simba las ayudó a cargarte hasta aquí.

— ¿Simba? — repetí, volviéndome hacia la entrada de la cueva.

Afuera todo parecía bastante tranquilo. ¿Dónde estaba todo el mundo?

— Las leonas salieron de caza y tu hermano está patrullando el reino — agregó Nala, como si hubiese leído mis pensamientos.

Eso lo explicaba.

— ¿Qué hora es? — pregunté, antes de lanzar un profundo bostezo.

— Poco más de medio día.

— Creí que sería más tarde. Tengo sed. Y mucha hambre, ¿aún queda algo de las cebras?

Apoyé mis patas con cuidado para intentar, una vez más, ponerme de pie. Esta vez fue mucho más fácil, como si mi sentido del equilibrio estuviese recuperándose. Nala me observaba atenta.

— Lian... has dormido durante dos días.

Eso me erizó el pelo del cuello.

— ¡¿Dos días?! — jadeé.

— Parecía que habías muerto — bromeó, pero sus facciones volvieron a serenarse al notar que mi expresión de sorpresa solo aumentó tras su comentario. — Seguro quieres comer algo. Te guardamos un poco del desayuno, por si acaso. Está afuera.

Me limité a asentir en respuesta.

Caminé sin prisas hacia el exterior. Mis piernas y brazos aún flaqueaban a ratos y amenazaban con hacerme regresar al suelo. Un paso a la vez, como de cachorra aprendiendo a andar.

Lian's StoryWhere stories live. Discover now