Capítulo 6: Duo

368 28 2
                                    

    Los músculos de mis piernas ardían como si estuviesen rodeados de un fuego infernal debido al agotamiento. Mis pulmones se rendían ante el dolor palpitante dentro de mi pecho, ocasionado por la falta de oxígeno. Pero no podía detenerme.

Escuchaba claramente sus pasos detrás de mí, pisándome los talones y amenazando con atraparme. Sentía su cálida respiración recorriendo mi cuello. La presión de sus ojos, clavados en mi nuca.

Estaba oscuro. Hacía frío. Había mucha vegetación. Estaba perdida en la selva a mitad de la noche. Mis ojos apenas podían distinguir el camino corriendo a esa velocidad, y las ramas y hojas a mi alrededor no dejaban de golpéame continuamente. Era peligroso, pero era peor detenerse.

Un rayo atravesó el cielo, iluminando brevemente mi sendero. La luz blanquecina duró apenas unas pocas milésimas de segundo, pero fueron suficientes para ayudarme a encontrar una salida de aquel laberinto. Y para mostrarme la proximidad de mi perseguidor. Su sombra se vio proyectada frente a mí, delgada, alta, oscura y densa, como un espectro maligno del bosque. Llevaba al frente un arma alargada que rugía y escupía pequeñas esferas de fuego que quemaban cuando te alcanzaban.

Yo era la presa, y él el cazador. Una posición poco agradable para un león.

Al internarme más en la selva, la situación empeoró. Debía encontrar un buen escondite, pues era obvio que no podría deshacerme de él corriendo. Se movía tan rápido como yo, y temía que pudiese hacerlo incluso más. Su cuerpo estrecho y su grácil caminar en dos patas le facilitaban el acceso entre los árboles, cosa que para mí era imposible.

Empezaba a cansarme, el agotamiento era evidente. Él ya debía saberlo, era lo que estaba esperando para poder atacar. Pero yo era una leona, no estaba acostumbrada a rendirme y no iba a sucumbir ante el cansancio físico. No sin antes pelear.

Aceleré el paso tanto como el terreno me lo permitió. El suelo era irregular, lleno de piedras, raíces de los árboles, agujeros... y cuestas traicioneras. Mi pata trasera se atascó entre un par de ramas extrañamente torcidas y perdí el equilibrio. Al otro lado había, para mi desgracia, una marcada depresión donde no había nada que pudiese detener mi caída.

Aterricé de bruces sobre la tierra, y continué descendiendo por la cuesta a base de resbalones y piruetas poco cómodas. Sentía cada golpe, cada pequeño guijarro enterrándose en mi piel. Y, tras un doloroso golpe sordo, caí por fin al desnivel donde terminaba la pendiente.

Un segundo relámpago arrojó una chispa de luz a la selva. En la cima de la cuesta por donde acababa de resbalar, esta él. Su figura era tan alta como los árboles, y sus ojos rojizos inyectados en sangre parecían arrojar fuego sobre mí. Tomó aquella arma brillante, y apuntó su boca hacia abajo, hacia mí.

Me levanté tan rápido como pude, haciendo caso omiso del dolor de la caída y las heridas que esta me había ocasionado. Salté hacia atrás para salir de su campo de visión, y me descubrí atrapada entré el monstruo y una colosal pared de piedra. Esta vez no había salida.

El ser avanzó hacia mí, y de un salto bajó hasta mi posición. Su arma estaba preparada para atacarme, y mi cuerpo se paralizó al descubrir que era el fin. El monstruo se acercó cautelosamente, sin bajar la guardia, sin descuidar a su presa.

Otro relámpago resplandeció sobre el firmamento, dándome a conocer la identidad de mi captor. Era un ser alto, sin pelo que cubriese la piel de su cuerpo, pues este se albergaba únicamente en la cabeza; de facciones blancas, ligeramente rosadas, y un par de ojos oscuros que me observaba con odio bajo aquellas tupidas cejas negras. Se balanceaba sobre sus patas traseras, mientras las delanteras sostenían el arma que me daría muerte. Toda su anatomía estaba cubierta por un extraño material, diferente a cualquiera que hubiese visto antes. Entonces recordé su nombre.

Lian's StoryWhere stories live. Discover now