Capítulo 22: Praderas

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En memoria de Pascal,
mi fiel compañero al escribir

    A la mañana siguiente llegué puntual a la guarida de mis amigos. Robert y Palmira aún no habían despertado, y tuve que obligarlos a abrir los ojos. Me moría de ganas por contarles todo lo que había pasado ayer. Ambos se sorprendieron tanto con la noticia y la historia sobre Zuna y la cachorra Tiifu que parecieron pasar por alto que no cuadraba con la mentira que les había dicho el día anterior. Aunque no conseguimos que la chica nos dijera nada sobre el padre, sabía lo suficiente para poder hablarlo con ellos.

    — No entiendo cómo pudo embarazarse — comenté al finalizar el relato.

    — Bueno, eso es algo muy simple — dijo Robert. — Verás, cuando es primavera, las flores y las abejas...

    — No me refiero a eso — lo golpeé con la cola. — Es decir... es solo una adolescente. Una niña cuidando a otra niña.

    — Ella acaba de tener un cachorro y tú ni siquiera tienes pareja, ¿no es triste? — se burló Palmira.

    Puse los ojos en blanco.

    — No para mí.

    — Como digas, princesita — la leona lanzó un bostezo al aire. — Iré a buscar a Ralph para que ustedes hagan lo que sea que hagan en las tardes. Los veré luego.

    Y con eso, Palmira se alejó trotando de nosotros. Robert y yo intercambiamos una mirada.

    — Bien... ella tiene razón. Deberíamos ir a seguir entrenando — dije, encaminándome hacia la llanura donde pastaban los antílopes. — ¿Qué tal les fue a ustedes ayer?

    El moreno se encogió de hombros y me dedicó una media sonrisa, de esas que lo hacían lucir como una cría.

    — Palmira se quedó con Ralph. Me invitaron a ir con ellos, pero me aburrí tanto que me quedé dormido de nuevo.

    Por un momento me arrepentí de haberme ido. La imagen que mi mente había recreado de Robert al dormir era algo que me hubiese gustado ver con mis propios ojos.

    — ¿Tan malo es estar a solas con ellos?

    — Hablan cosas de enamorados — se quejó. — No es lindo quedarse en medio de todo eso como una mosca.

    — Y vaya pedazo de mosca que eres — reí. — Con ese tamaño, más bien eres un avestruz.

    — ¿Ah, sí? — sonrió. — ¿Y tú que eres?

    — Yo soy Lian.

    Robert puso los ojos en blanco.

    Reí ante su gesto. Por un momento, pensé en lo estúpidos que nos veríamos ante los ojos de cualquiera que escuchara nuestra plática. Me sentí una idiota. Y ni siquiera me importaba.

    — No eres graciosa.

    — ¡Pero tú sí! — reí.

    — ¿Qué te divierte? ¿Mi cara? — preguntó, fingiéndose ofendido.

    — Todo. Eres el sujeto perfecto para molestar.

    — Sí, me doy cuenta que todos piensan lo mismo — suspiró, un poco más serio de repente.

    Me forcé a detener mi risa un momento.

    — Sabes que es un juego. Yo no digo nada de esto con el fin de hacerte sentir mal.

    — Lo sé... no hablaba de ti — bajó la mirada.

    Y ahí estaba la tercera faceta de Robert: el chico solitario e incomprendido. La faceta más extraña y poco conocida del león. Una parte de mí se sentía privilegiada al ser capaz de conocer esa versión suya, pero otra lo detestaba: no me agradaba verlo así.

Lian's StoryWhere stories live. Discover now