Capítulo 1.- El ruido del despertador.

23.9K 638 119
                                    


El ruido del despertador taladró mi cabeza cómo cada mañana. Como cada insufrible mañana. Había sido una de esas noches en las que intentar concebir el sueño fue toda una lucha entre mis pensamientos más remotos, algún que otro coche quemando más rueda de lo normal, y la pelea callejera de un par de gatos hambrientos rebuscando en la basura.

Me levanté de la cama tras apagar a duras penas la alarma de mi móvil. Y aunque siempre solía mantener el brillo de la pantalla a niveles bajos, casi completamente en la oscuridad, ese brillo cada mañana hacia molestar mi visión tremendamente. Era algo completamente odioso si se le sumaba a las pocas horas de sueño que había logrado conseguir.

Alargué mi brazo para alcanzar la botella de agua que siempre depositaba cerca de mi cama. Un trago largo para saciar mi sed y que mi boca seca pudiese recuperar la acción de tragar sin problema.

Un viaje rápido al baño para lavarme la cara y recoger mi pelo de forma descuidada me hizo descubrir lo que ya sabía con creces. Ojeras. Ahí estaban de nuevo. Ya eran uno más en mi pequeño piso. Me pertenecían. Ni si quiera estaba dispuesta a librarme de ellas tal cómo así. La mayoría de las veces aparecían por aparecer ya que ni yo misma era consciente de mi cansancio. Otras de las veces mi gran aliado, el café, suponía el aliciente necesario para que sólo fueran una seña más en mi piel, pero que no afectaran a mi rutina de trabajo y a mi vida diaria.

Su esencia mientras se hacía al fuego recorría cada rincón de mis adoradas paredes mientras como cada mañana me disponía a preparar mi atuendo diario. Un vaquero oscuro, una camisa de manga larga, ya que el tiempo empezaba a refrescar dejando atrás un tedioso verano con temperaturas tremendamente altas y sofocantes, y unas cortas botas cómodas remataba mi apariencia exterior.

Dispuse el café en mi taza favorita, algo infantil para la mayoría, pero mi amor hacia las tortugas ninjas iba más allá de los años de infancia. El amor hacia ese pequeño grupo justiciero se alargó durante años hasta formar parte de mis recuerdos más remotos, en los que Leonardo, Rafael, Michelangelo y Donatello, luchaban cada tarde en el viejo televisor de casa mientras mis ojos recorrían cada centímetro de pantalla.

Terminé de arreglarme cómo cada mañana delante del espejo del baño tras haberme dado una ducha rápida. Me puse mis gafas, cogí mi bolso y pegué el último sorbo a mi preciado café, el único que sabía hacerme empezar el día con firmeza.

En general no podía quejarme de mi vida. Me gusta dónde vivo, llevo unos cuantos años aquí envolviéndome con soltura por sus calles y sintiéndome una más del lugar.  Un pequeño pueblo costero que había ido creciendo en las últimas décadas hasta parecer una pequeña ciudad. Es dónde apenas hace un año había dado el paso de abrir mi pequeño negocio, una pequeña cafetería no muy alejada del centro. El único problema que podría tener es el tema del aparcamiento, por lo que nunca opté por comprarme un coche o una moto, sabía que la mejor solución sería una bicicleta. Algo rápido y fácil de guardar en el pequeño almacén. Totalmente práctico, cómodo y sencillo.

Cuando logré alcanzar ver la puerta de la cafetería ya pude observar a mi amigo y compañero de aventuras. No es que llegase tarde. Una de mis virtudes podría considerarse mi puntualidad. El problema es que mi amigo aún era más puntual que yo.

-No sé cómo no aceptas abrir directamente tú. –Dije mientras bajaba de la bicicleta. –Te ahorrarías esperarme cada mañana.

-Eso no pasaría si llegases antes. –Me replicó él.

-¿Antes? –Pregunté ofendida. –Apenas son las seis de la mañana, Lincoln.

-Deja que te ayude. –Dijo ofreciéndose a sostener la verja de hierro que daba paso a la puerta principal.

Tal vez (AU) -Español [Clexa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora