En parte incrédula, en parte ofendida, su gesto se suavizó y sacudió la cabeza..., justo antes de irse contra él y empujarlo por el pecho con todas sus fuerzas. Angelo apenas dio un paso atrás. Ella lo empujó una vez más.

-¡¿Qué quieres que haga?! -le gritó; seguía llorando-. ¡¿Qué pensaste que iba a hacer al saberlo?! ¡¿Eh?!

Angelo jadeó. Annie lo notó débil y, al igual que había ocurrido siempre, su cuerpo actuó por sí sólo y alargó los brazos hacia él; el muchacho no tardó en ir hacia ella, y encontrando en su vientre abultado tan sólo una barrera entre ambos, la cargó en brazos como un recién casado a su mujer. La asía con fuerza.

-¿Qué creías que iba a hacer? -ella le pasaba ambos brazos por el cuello, y le habló suave, jadeando aún por el llanto-. Pues amarte, ¡amarte hasta que me muera!

Él no respondió, había pasado de la frustración, de la cólera, al temor... y ahora sólo necesitaba consuelo; su aliento escapó de su cuerpo.

Pareció recordar que había gente cerca de ellos y miró apenas sobre sobre su hombro, mientras empezaba a andar. Annie protestó:

-Bájame -le pidió-. Yo puedo andar.

Y aunque él se negó al principio -necesitaba tenerla cerca, tan cerca como habían estado siempre, con ella entre sus brazos-, luego, poco luego, ambos pensarían en el mensaje psicológico, enorme y poderoso, sutil pero que lo decía todo, con aquello: él no estaba llevándola, él no estaba aprisionándola. Ella le cogió una mano y caminaron juntos. Ella incluso lo guió a él.

Sin embargo, cuando se encontraron a solas en su recámara, con la puerta cerrada y las luces apagadas, le fue imposible segur con esa distancia entre ambos y la abrazó nuevamente, pero esta vez sin alzarla.

-Te amo -le susurró ella-. ¿Qué creíste que iba a hacer?

Él, rendido, sin soltarla, jadeó nuevamente.

-No cambia nada -continuó ella, suave, en su oído; paraba su llanto.

-¿Nada? -finalmente habló él, separándose ligeramente de ella para buscarle los ojos.

Y antes de que ella pudiera decir responder algo, él la cogió por una muñeca y, con delicadeza, la arrastró hacia la cama, y aunque se sintió confundida, Anneliese no se opuso cuando él la hizo recostarse con la cabeza sobre las almohadas. Aquello era lo último, aquel acto era lo último que a ella le habría pasado por la cabeza en aquel momento, sin embargo... si era lo que él necesitaba.

Angelo comenzó a besarla lento en los labios; no había sido un piquito, como esos miles que se habían dado desde niños, él había directo a su boca, al interior de ésta, acariciando su lengua suave, con la suya y, luego de un par de segundos, con su boca abierta para él y los ojos cerrados, sintiendo, ella se olvidó del motivo, se olvidó de cualquier otra cosa, que no fuera Angelo mismo, y le buscó la nuca con sus manos, comenzando a disfrutar de esos besos deliciosos suyos, que la encendían entera y le prometían hacerla tocar el cielo...Comenzó a disfrutar de esos besos que, literalmente, le hacían sentir placer en la boca... y llegar al clímax, cuando él besaba de aquel mismo modo en otra parte, de ella...

Ella suspiró cuando él comenzó a desnudarla y cosquillear con sus caricias y besos todo en ella... pero perdió el aliento cuando él comenzó a hablar. Cuando comenzó, en susurros eróticos, a describir lo que hacía, a decirle al oído lo que estaba haciéndole... y a quién.

Su hermana. Su hermano... ¿y a quién le importaba? Eran ellos quienes estaban ahí, desnudos, amándose en cuerpo y en alma, amándose con todo lo que eran, todo lo que el otro era... y llegó el momento en que Anneliese se sintió extasiada, entre los brazos de Angelo, entre los besos de Angelo, ¡con él, dentro de su cuerpo!, de que él, de que ése hombre tan... impresionantemente atractivo, tan inteligente, tan apto y capaz, pero, sobre todo, tan entregado, tan leal, tan fiel..., fuera suyo, todo de ella, cada trozo de su piel blanca, sus ojos, su lengua y boca también, sus manos, ¡todo suyo! ¡Entero suyo! Su corazón y su alma le pertenecían también, y... tener conciencia de que, también estaban conectados por sangre, no había hecho más que hacerla sentir que, en todos los sentidos, en absoluto todos, ¡Angelo era suyo!

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora