Capítulo Siete.

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—Esa ropa se ve mejor en Ian. —Murmuré y sonreí.

—Eso no es cierto, cállate.

Hice un mohín, le di otro par de ojeadas al pelinegro y tras varias sonrisas burlonas, finalmente salimos del apartamento.

—¿Qué restaurante está abierto a media noche? —Quise saber mirando mi teléfono de manera distraída.

—Jamás dije que fuéramos a un restaurante. —Diego se encogió de hombros.

—¿Entonces a dónde vamos?

—A una casa.

—¿Qué casa?

—Es sorpresa.

Seguí revisando los mensajes en mi teléfono, no tenía ninguno de Ian, después de haber almorzado juntos y él haberse marchado porque tenía que hacer algo, no lo había visto en el resto de día, por un momento deseé escribirle para decirle que estaba saliendo a algún lugar con Diego, pero mejor me contuve, no era necesario que le estuviese contando mi vida a cada momento, él no era mi papá ni nada por el estilo.

—¿No me llevas con tus padres verdad? —Pregunté de nuevo, justo después de haberle enviado un corto mensaje a Tanía.

—Claro que no —Ahora el turno de bufar fue el suyo —Juro que me estoy sintiendo mal por traerte a este calvario, pero no quería estar solo —Lo miré significativamente y él río —Solo prométeme que vas a verle el lado divertido a la cuestión.

—Me cuesta prometer algo, cuando estoy muy segura de que me vas a meter en problemas, colega.

Tras una sonrisa burlona, volvimos a nuestro silencio.

Después de varios minutos en marcha, vi que nos acercamos a varias casas de alto relieve y pequeños árboles escondidos entre sí, todas las casas de alrededor se veían en perfecto estado, prontamente nos estuvimos deteniendo frente a una casa de dos plantas que estaba enrejada con altos alambres dorados y bordes negros, sin mucho que decir, ambos abandonamos el carro y nos dirigimos a la gran puerta de madera blanca.

Diego llamó a la puerta tres veces antes de que aquella por fin fuese abierta deliberadamente por una morena alta de cabellos oscuros y ojos tan azules como el mismo cielo, ella me miró seriamente al saber quién era yo, aun así, después de un instante, ladeó la cabeza y sonrió como si acabara de entender un chiste interno.

—¡Isabella! —Exclamó ella enérgicamente —Que gusto en verte, linda. —Agatha se acercó a mí y me dio un rápido abrazo —Eh... Igual a ti, Diego —A él le regaló una sonrisa falsa y tras una leve inclinación, nos invitó dentro de su casa.

Estaba todavía en shock, no entendía porque estábamos a media noche en la casa de la amiga de Ian para una estúpida cena, pero me mantuve en silencio mientras era guiada por un estrecho pasillo que daba paso a una gran sala decorada lujosamente, en donde otras tres personas nos esperaban ahora.

Me tragué un comentario sarcástico, y por primera vez desde que la vi en la puerta, en realidad pude ver y admirar su atuendo completo. Ella llevaba un largo vestido gris, el cual descendía por su delgado cuerpo ajustándose directamente en sus largas piernas, acompañando su vestuario superior, la castaña portaba unos esplendidos y altos tacones que la hacían ver como la cosa más alta de toda la sala.

No podía omitir, negar o ignorar que ella era preciosa, realmente lo era, aun así, sin importar mucho, su belleza no logró opacarme, ni un poco, si ella era magnifica, yo, en ese momento o en aquella circunstancia, era gloriosa.

—¿Isabella? —Levanté la mirada rápidamente al escuchar la voz de Ian, y bueno... Me prometí a mí misma que mataría a Diego en un futuro cercano. — ¿Qué haces aquí? —Cuestionó neutralmente.

El arte de amar. Where stories live. Discover now