D i e c i s é i s

Start from the beginning
                                    

Antes de colapsar, Joseff me despertó de un coma de preguntas inagotables.

—¿Y tú? —me preguntó— ¿Por qué era que estás aquí?

Wladimir y su resplandeciente cabeza se me vinieron a la mente.

—Problemas con la ley —respondí.

Joseff lució sorprendido, agrandó su boca en una enorme «O» mayúscula y sus ojos como platos.

—¿En serio? Mi tío tuvo problemas con la ley, una vez casi se lo llevan preso, su vecino creía que portaba un arma y amenazaba a Spoty con ella, resultó que solo era una pistola de agua.

—No me gustaría tener un vecino así... pero ¿quién es Spoty?

—El perro de mi tío, es un Ladrador muy bonito —respondió, luego se tornó serio y, mirando de reojo a Felix, se acercó a mi mesa y en confidencia me preguntó—: ¿Sabes por qué él está aquí?

Sí que lo sabía. Ya decía la lista: «unirse a un club». Me alegré al pensar que, de todos los clubs entretenidos y disponibles, Felix Frederick había elegido el más aburrido y extraño. Y en el que yo estaba.

—Porque no tengo nada mejor con qué perder el tiempo —contestó tajante el Poste.

Comenzaba a pensar que su audición estaba mucho más desarrollada que la nuestra, siempre escuchaba todo lo que nosotros platicábamos.

—Siempre tan radiante y tierno, ¿verdad, Felix? —comenté con sarcasmo ante su respuesta. Él me dio una mirada austera y volvió al frente, en la misma posición de mafioso de antes.

—Empatía es su segundo nombre —bromeó Joseff con una sonrisa traviesa, golpeé su hombro riendo entre dientes. Ambos miramos a Felix, quien solo se limitó a resoplar negando con la cabeza.

Éramos los únicos que estaban haciendo algo relativamente normal: riendo. Los demás lucían tan deprimentes y distantes que hasta la sala lucía gris. Por las ventanas ni siquiera entraba el sol y precisamente ese día el sol lucía enorme y digno de un día de verano, no invierno.

¿Acaso una barrera de amargura que rodeaba la vieja sala?

Comenzaba a creer que sí en tanto Megura volvió a hablar.

—Los dos chicos de antes, Wladimir y Thomas ya no estarán con nosotros —dijo con melancolía, como si hablara en un funeral. Sentí un amargo sabor en la boca al escuchar el primer nombre e inevitablemente tomé mi cabello recordando el largo que mantenía antes de que lo cortara.

—Es una enorme y desgarradora pena.

El punzante tono sarcástico de Loo hizo que Felix esbozara una sonrisa ladina. Conservé la cordura que me quedaba y me acerqué a Felix con incredulidad para ver su sonrisa con más detalle, sin poder creer que una así pudiera ser formada por alguien como él. El Poste colocó su mano en mi frente y me apartó sin mover ninguna de sus otras extremidades.

Justo en ese instante en que dos golpecitos tímidos se oyeron de la puerta.

Una chica llamada Caroline, de primer año, requería la ayuda del club. Un acosador la seguía desde hacía ya tiempo y cada día se asustaba más de sus desconocidas intenciones, de su rostro, de su forma de caminar, de la forma en que la miraba... De todo. Muchas veces intentó decirle que se alejara, pero él nunca lo hizo, muy por el contrario, parecía que eso lo acercó más. Estaba avergonzada de contárselo a otros, así que decidió pedirle ayuda al club de Voluntarios: siete chicos que ni siquiera se miraban la cara.

Claro, ella no sabía eso. Para ella seguro éramos un club común y corriente. Todos amigos.

—Por favor... —suplicó después de su pequeño relato sobre los hechos—, no le digan a nadie. No quiero preocupar a nadie, mucho menos a mamá. Por eso recurrí a ustedes.

Un beso bajo la lluviaWhere stories live. Discover now