Capitulo 30

2K 216 58
                                    

Rubén y Mangel, desde el momento en que llegaron de la universidad se la pasaron tirados en la cama del más alto hablando ñoñadas y jugando a la consola, no habían podido evitar quedarse un tanto inquietos por la forma en la que se veía el pelinegro antes de irse... o la noche anterior, o la anterior a esa. Algo estaba cambiando en él, y no sabrían decir si eso era bueno o malo. Bien, en la mañana Guillermo se veía más alegre, dejó ver por fin ese lado suyo que aún quiere a Samuel y quería darle una oportunidad al castaño de una buena vez, pero... ¿Lo haría realmente? No es que desconfiaran de las reacciones de su amigo... bueno, en realidad sí lo hacían y con razón. Guillermo no era el mismo que antes, eso era claro, y tampoco era el mismo que antes que eso, siendo claros, ha pasado por una serie de cambios de mal a peor, y hubo un tiempo en que de peor pasó a caótico. ¿Ahora en qué estado estaba? No podían dar una opinión hasta verlo intentar algo, quizás podría salir todo bien y él y Samuel podrían ser felices, o tal vez las emociones de Guillermo se irían por la borda y en lugar de tener un "final feliz" tendrían un Samuel internado por los golpes del pelinegro o a Guillermo internado por un coma alcohólico... eso era en el peor de los casos, aunque muchas veces estuvieron cerca de ello.

Si bien Mangel estaba un tanto más tranquilo sobre el asunto desde que Guillermo dijo que "iba a darle una oportunidad", o algo por el estilo, lo que ahora lo tenía más preocupado e incluso curioso era la gran inquietud de su pareja. Si lo conocía, como juraba conocerlo, podría decir hasta por su forma de respirar que algo lo tenía nervioso, inquieto, algo no dejaba tranquila aquella cabecita bella suya, pero ¿qué?

Eran casi las cuatro de la tarde y ellos nuevamente se encontraban recostados viendo alguna serie online, el más alto recostado sobre el pecho de Mangel y éste jugando sobre su cabello, parecían más relajados que antes, pero eso era sólo en apariencia; seguían igual o, en el caso de Rubén, peor. Odiaba tener "secretos" con Mangel, él quería contarle absolutamente todo lo que le pasaba o pensaba, desde que el vuelo de un pájaro le parecía extraño hasta de sus inseguridades más grandes porque sabía que él no lo juzgaría en absoluto, de hecho, apreciaría cada palabra que le ha dedicado. ¿Entonces por qué le costaba tanto decirle lo que había estado haciendo? No era nada malo, o eso creía, pero aún con esa -un tanto débil -convicción, algo le impedía poder contarle a su mejor amigo, y novio, aquello. Sabía que tarde o temprano él lo averiguaría, por su cuenta o alguien se lo comentaría, y temía que fueran a discutir por ello. Porque Rubén no quería discutir con Mangel, odiaba verlo de esa forma y odiaba aún más no ver su sonrisa.

-¿Por qué tan callado? Normalmente estarías hablando sobre los diálogos y tendría que pausarlo para escucharte. -La voz de Mangel se oía suave, como invitándolo a que le contara lo que estaba molestándole. ¿Sospecharía?

-Sólo no tengo nada que comentar. -se removió sobre su pecho. Mangel rió. -¡En serio! -alzó su cabeza para observarlo con aquella carita de perro mojado que hacía cuando estaba en problemas. El de lentes alzó una ceja y sonrió burlón. Bien, estaba acabado. -Vale... pon pausa...

Había tardado, quizás, unos treinta minutos en explicarle absolutamente todo. Desde que él y Guillermo sospechaban que su madre había estado ocultando esas cartas por algún extraño motivo, hasta la extraña actitud de la misma cuando hablaban en secreto. La forma en que se ponía nerviosa al escuchar el nombre de Samuel salir de la boca de alguien, la tristeza en sus ojos al oír la forma en que su hijo lo trataba e incluso los había visto humedecerse cuando él mencionó que Guillermo se "reía", en cierto modo, de Samuel por decir que sí había estado en contacto mediante cartas. Cartas, aquella era la palabra para hacer que esa mujer saliera de sus casillas. Mangel dudaba rotundamente que aquella dulce señora fuera capaz de hacer eso, de dañar tanto a su hijo y a Samuel, pero aún así no hizo ningún comentario y dejó que Rubén sacara todas esas ideas que rondaban por su mente y lo estaban molestando, ya luego podría sacar sus propias conclusiones. También le comentó sobre una vez, hace unos pocos días, cuando se encontraron como ya se les había hecho costumbre, su madre había dicho, tal vez sin intención, que se sentía culpable de todo lo que estaba sucediendo; pero cuando él preguntó la razón, la palidez se adueño del rostro de la señora Díaz y esquivó la pregunta de forma casi olímpica.

Diez Años Después.  [Wigetta]Where stories live. Discover now