Capítulo 22

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De nuevo había soñado con aquello que venía atormentándola hace años, diez años para ser exactos, su pequeño –ya no tan pequeño –hallando la caja que tenía escondida con tanto cuidado dentro de su armario. Leyendo todo lo que se encuentra en su interior y odiándola con toda su alma sin siquiera darle la posibilidad de poder explicarle el porqué de su acción tan cruel. Y es que ¿Cuál sería su excusa si realmente sucediera? ¿"Lo hice por tu bien"? no había día en que no se cuestionara si realmente había hecho lo correcto, y en ninguno de ellos sentía que estaba bien. Que separar definitivamente a su hijo de Samuel fuera la elección correcta. Que romper el corazón de un pequeño –de dos pequeños –de esa forma estaba bien. Nada de lo que hizo se sentía correcto. Y por el bien de todos –de ella, Guillermo y ahora de Samuel –su error no debía salir a la luz. Jamás.

Suspiró sentada sobre su cama, observando aquel armario que parecía mirarla de forma acusadora desde la primera carta que escondió en su interior, pensó que estaba sola. No había oído salir a Guillermo, pero no creía que su hijo faltara a la universidad tan pronto, por lo que se dirigió casi temblando hacia la pequeña caja en el interior de su ropero. Nunca había abierto ninguna ¿Por qué empezar ahora? Ni ella misma podía responderse aquello, se sentía sucia, una madre horrenda. Estaba nerviosa por lo que encontraría dentro de las cartas. Abrió la puerta del armario con más fuerza de la que debería haberla hecho, como si el pobre mueble tuviera la culpa, y desde la parte más profunda del mismo sacó una caja negra, nada especial por fuera, pero por dentro –para Guillermo –hubiera valido oro. Tal vez fue por el temblequeo de sus manos que la caja cayó al suelo provocando un estruendo que podría asegurar se escuchó hasta en la esquina de la próxima calle. Sobres de todos los colores estaban esparcidos por el suelo, algunos con la letra de un mayor y otros con la letra de Samuel; unos con varias estampillas, otros con algún dibujo del niño; y los últimos –los cuales quedaron casi tapados por los primeros al caer –con una pequeña cara triste en el lugar donde se cierra. Sus ojos no tardaron en arder y llenarse de lágrimas. Como tampoco tardó la puerta en abrirse bruscamente, dejando ver a un Guillermo algo asustado. ¡¿Qué diablos hacía Guillermo ahí?! Los colores habían abandonado su rostro, y el nudo en su garganta se había hecho aún más grande y apretado. ¿Qué le diría? ¿La odiaría desde hoy? ¿Por qué había sido tan estúpida?

—¡Mamá! ¿Te encuentras bien? ¿Qué ha ocurrido? —su hijo se veía preocupado, pero ella no podía emitir palabra alguna.

—Yo... —sentía que lloraría. Debía mentir. Mentir otra vez. Seguir mintiendo, como todos estos años. —Yo... estaba leyendo algunas cosas viejas. De mis antiguas amigas, ya sabes, recordando viejos tiempos. —rió un poco. Sabía que su hijo no le había creído nada. Y ya no lo haría desde hoy.

Guillermo alzó una ceja, incrédulo, deseando saber el verdadero motivo del casi llanto y nerviosismo de su madre, pero decidió que ese no era el momento de preguntarle nada y quiso ayudarla.

—Oh, vale. —sonrió. —te ayudo a recoger. —se agachó hacia los muchos sobres que había en el suelo y notó que ni uno estaba abierto. ¿Cómo era que los leía entonces? Algo dentro suyo se incomodó e inquietó ante aquello, pero decidió no darle importancia. No por ahora.

—¡No! —gritó su madre, casi abalanzándose sobre él, impidiendo que tocara alguno. Abrió los ojos, nuevamente nerviosa. —Yo lo levanto, después de todo se me han caído a mí ¿no? —quiso apartar a su hijo del suelo y de la caja. Éste no se apartó.

—¿Algo anda mal? —preguntó ya ansioso.

—Nada. —mintió.

—Entonces deja que te ayude, me estás asustando con esa actitud. Es como si me escondieras algo. —bromeó. Pero su madre no rió. No de verdad.

Diez Años Después.  [Wigetta]Where stories live. Discover now