—Cuando estés gritando, vas a respirar mejor —prometió él, y aflojó un poco el agarre, lo suficiente para atraparla con ambas manos por la cintura..., o intentarlo: dado que ella se halaba, al soltarla, ella se fue hacia atrás y se golpeó la cabeza contra una viga.

—¡Ay! —apenas gimió ella, llevándose las manos a la cabeza, justo arroba de la nuca.

—¡Mi amor! —soltó él, al mismo tiempo que gritaba ella a causa del golpe y la sorpresa—. ¿Te pegaste fuerte?

—¡Te pedí que me soltaras! —lo acusó ella, poniéndose seria.

Raffaele intentó besarle la corona de la cabeza, disculpándose, antes de intentar revisar el golpe, justo en ése momento, escucharon que algo se caía cerca de ellos, en una de las ventanas; y al buscar, con la mirada, se encontraron con Marco Petrelli, alto, fornido, con toda la inocencia de un niño pequeño en la mirada, pero con expresión horrorizada.

Raffaele comprendió lo que ocurría: Marco creía que él había golpeado a Audrey, lo que provocó que pusiera una expresión de enfado; genial, pronto la familia entera creería que él abusaba de su mujer.

Audrey también entendió lo que pasaba:

—¿Estabas espiando, Marco? —lo cuestionó ella, con pesar.

Con excepción del cuerpo desarrollado, Marco era un niño en cualquier otro sentido y, al saberse descubierto, sacudió la cabeza y huyó casi gritando.

Ésa noche, cuando iban a meterse a la cama, Raffaele no se atrevió a acostarse al lado de su mujer, pues ella había estado en silencio la tarde entera.

—¿Quieres que duerma contigo? —le preguntó, bajito, mientras ella preparaba la cama.

Audrey lo miró a los ojos, atenta. No parecía preguntarse nada, y sólo le respondió:

—Ésta es tu cama —y continuó con su tarea.

Raffaele sintió algo en el pecho y, sin planearlo, se escuchó decir:

—... Y si no lo fuera, ¿querrías dormir a mi lado?

Y, nuevamente, Audrey se paró y lo miró a los ojos. No respondió y Raffaele sintió que le apuñalaban el alma porque, aunque el golpe no había sido suficiente motivo para que ella lo quisiera lejos, pronto... no volvería a dormir junto a ella.

Jamás sabría lo que pasaba por la mente de su mujer. Jamás sabría que ella, cuando respondió "Ésta es tu cama", en realidad estaba diciéndole «¿Por qué dormirías en otro lado?» y, luego, cuando él hizo la segunda pregunta... ella no pudo evitar sentirse confundida, ¿por qué él estaba sugiriendo que no lo querría con ella? Luego pensó en algo más... pensó en que, cuando le avisó que no podrían tener intimidad porque estaría administrándose su medicamento, él no pareció preocupado, pero ahora, luego de algunas semanas encerrados en casa de sus padres —donde él no tenía contacto con ninguna otra mujer que no fuera ella—..., él casi la había forzado.

Raffaele jamás lo sabría, ni tampoco sabría que, en la oscuridad, los ojos azules de Audrey estuvieron escudriñándolo la noche entera, mientras él dormía.

* * *

El último viernes de julio, cuando Uriele cruzó las puertas de su casa —había estado en Alemania aquella misma mañana—, pensando en que Hanna llevaba semanas —tal vez, incluso meses— retraída, silenciosa, notó que su mujer ni siquiera lo miró a la cara o lo saludó, al verlo.

Ettore, por otro lado, corrió hacia él al verlo, tendiéndole los brazos; Uriele alzó a su hijo, de dos años, le besó ambas mejillas y luego le mordisqueó el cuello, haciéndole cosquillas mientras caminaba en dirección a la sala de estar, donde Irene se encontraba mirando las noticias.

Ambrosía ©On viuen les histories. Descobreix ara