[3] Capítulo 16

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DIFFERENZA
(Diferencia)

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Hanna era preciosa. Cada parte de ella.

Ella se había acostumbrado a depilarse entera y Raffaele se tomó un par de segundos para contemplarla, y cuando depositó el primer beso, ella gimió..., gimió sorprendida, contrariada, ¿él estaba besando a una...?

Raffaele miró hacia arriba y se dio cuenta de que su vista no era buena, no podía verle la cara y él quería no sólo oírla, quería verla disfrutar de lo que él le hacía...

Se incorporó y la cogió por un brazo, obligándola a tomar asiento sobre el brazo del sofá donde la había inclinado antes.

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Luego de años, de verse obligado a preparar a su pareja con las manos, se olvidaba a momentos de que quería mirar sus facciones bonitas, sus labios entreabiertos a causa de la sensación, y se descubría con los ojos cerrados, disfrutando del sabor, de la textura...

En su mente no había nada más que la sensación física, lo que ella sentía, lo que ella le hacía sentir, y él.

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Se abrazó a él mientras Raffaele la alzaba y la apoyaba contra el muro, y cuando la besó en los labios, Hanna gimió como si estuviese al borde del llanto, y Raffaele se dio cuenta de que, ni iba a llorar, ni la sensación era gracias al beso: ya eran uno.

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La sensación que invadió a Hanna, del interior a la piel y si era posible, más allá también, la hizo soltar un quejido largo, femenino, directo de la garganta; la ocasión anterior, ella había bebido y siempre había sabido que el alcohol reducía tanto el dolor como el placer y, aun así, se había sentido en la gloria... Pero sólo se había sentido, lo supo en ése instante, porque esta vez sí que estuvo ahí. Se sintió estar, morir, había tenido un infarto fulminante entre sus brazos, pero seguía ahí, respirando gracias a él, a quien oyó soltar un gruñido antes de huir.

Tampoco él estaba borracho esta vez, y los sentidos aturdidos, de Hanna, necesitaron un par de segundos para saber que él estaba previniendo un nuevo embarazo.

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No se soltaron al instante; se quedaron por un momento ahí, con la respiración agitada, con el pulso acelerado. Cuando finalmente él la ayudó a poner las plantas sobre el suelo... sus piernas débiles -o, tal vez, habían sido todas sus emociones agotadas- no ayudaron y su cuerpo se deslizó, lento, hasta el piso. Él no la ayudó, también él se reponía de lo más intenso que podía recordar, apoyado contra la pared; abrió sus ojos cuando las sienes le comenzaron a palpitar y, antes de pensar en nada, se arregló los pantalones, se puso la playera y salió del lugar, sin voltear atrás.

Por su parte, a Hanna le llevó algunos segundos ponerse de pie y correr a su recámara, donde se encerró con las luces apagadas y, débil como estaba, se acomodó en una esquina y comenzó a llorar.

No sabía por qué lloraba, pero no podía parar. Aun cuando llamaron a la puerta de su departamento, no pudo parar; llamaron luego a la puerta de su recámara.

-Ma-a! -decía una vocecita suave, mientras golpeteaba la puerta con una de sus manitas-. Ma!

Hanna se obligó entonces a ponerse de pie y se duchó rápidamente; el baño esta vez no duró horas, no había suciedad qué quitarse... no había qué vomitar, sólo parar de llorar.

* * *

Raffaele ya no tenía el peso de un posible contagio; era un temor menos.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora