—¿Qué es esto? —le preguntó ella, frunciendo el ceño, mirando la cantidad elevada de dinero.

—El primer pago de la manutención —le explicó él.

Hanna sacudió la cabeza.

—Aún no ha nacido —se sentía confundida y deseó regresarle su sobre.

—No —aceptó él, sintiéndose cohibido—. Y hay algo más...

Los ojos grises de Hanna lo miraron con los párpados entrecerrados, como si preguntara «¿Aún hay más?» y, por un momento, él no quiso seguir, pero ya había comenzado y no quería que ella lo malinterpretara.

—¡Es algo bueno! —le juró—. ¿No te gustaría vivir en otro sitio? Algo más grande, para que tu bebé tenga espacio y pueda correr, después.

Hanna guardó silencio por un momento, pensando en que, muy seguramente, ellos ya tenían un lugar en el que pudieran tenerla vigilada.

—¿Ya tienen algún sitio? —se escuchó preguntar, rogando porque él dijera que no, pero...

—Vi algo —aptó él—. Pero tú puedes elegir el lugar. Queda cerca de mi casa, a cuatro calles, lo vi por casualidad —le explicó, intentado darle confianza—. Pero tú puedes elegir cualquier otro lugar.

Ella, nuevamente, guardó silencio, sintiendo que realmente no tenía ninguna otra opción.

—Pues... ¿vamos a conocer el lugar? ¿Mañana? Cuando dejé en la escuela a mi hermano.

—Mañana —aceptó él, encantado. Ya tenía un motivo para buscarla, para verla, para hablar con ella siempre que le apeteciera.

Y al día siguiente, cuando Hanna miró el lugar —ella daba cada paso obligada—, se sintió un poco incrédula.

—Yo no pudo pagar esto —le hizo saber inmediatamente.

Uriele sacudió la cabeza:

—No tienes que preocuparte por nada de eso —aseguró rápidamente él, para que la agente, que ya se aproximaba, no escuchara nada.

La agente inmobiliaria era una mujer joven, de aproximadamente treinta años, que les preguntó, ya en el ascensor, si era su primer bebé.

Hanna no respondió.

—Sí —se limitó Uriele, para evitar preguntas.

Entonces la mujer se dio cuenta de que ellos no deseaban hablar y se limitó a hablarles de puntos atractivos cercanos al barrio, y las ventajas del edificio.

—Tiene tres habitaciones —dijo la agente, una vez ya en el departamento, andando rápidamente por la amplia sala para abrir las puertas—. La principal, con vestidor y baño con jacuzzi.

—Las dos habitaciones pequeñas están justo frente a la principal —comentó Uriele a Hanna—, así podrás estar cerca de tu hermano y el bebé —la animó—. O de tu madre, si así lo quieres —le ofreció y, al decirlo, se quedó tan quieto como una roca.

También Hanna se quedó quieta. Ella nunca le había hablado de su madre.

—Supongo que tienes una madre —Uriele se volvió hacia ella, disimulando.

La muchacha, relajándose —todo lo que le era posible: ellos estaban sacándola de su casa... manejando su vida—, se limitó a asentir. Luego, ignorando completamente a la agente, Hanna salió a la terraza y, ahí, mirando hacia abajo, por algún motivo, se sintió... intocable. En aquella altura, mirándolo todo desde ahí, tan diminuto, sintió que las cosas no estaban tan mal. Después, cuando bajó al local, se encontró con un inmenso lugar que no sólo contaba con recibidor, sino con una oficina independiente..., y deseó regresar a su diminuto estudio, a su pequeña casita, y meterse a la cama.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora