Pero me pongo de pie, en contra de lo que quiero, me pongo de pie y miro. Ignorando el cuerpo que se cierne sobre el mío indefenso, logro verme a mí, ahí, con los párpados bailando por querer abrirse. Luchando.

Veo el dolor marcando mi rostro, los dedos de mis pies retorcerse, mi fragilidad, mi miedo. Veo el daño en mi alma, y noto que mis jóvenes manos se extienden en busca de algo en la cama. Extrañada parpadeo y a través de mis lágrimas logro vislumbrarla.

Veo cómo poco a poco una figura oscura toma forma junto a la cama. Es una copia de la chica que intenta escapar de esa cama. La reconozco. Me cubro la boca con las manos para controlar mis violentos sollozos y la veo acercarse a mí.

Se sienta en la cama de la criatura inocente y estira su mano hacia ella. Y lo entiendo; le ofrece una salida, le ofrece un lugar a donde ir para ignorar el dolor. La invita a su hogar, a su oscuridad. 

Y esos pequeños dedos arañan las sábanas hasta llegar a ella.

Las lágrimas escurren por sus redondas mejillas cuando por fin la alcanza, aliviada. Y la sombra le sonríe y ella cree que todo estará bien. Se sume en un lugar sombrío para no saber lo que le está pasando.

Lo que él le está haciendo.

La veo despertar al día siguiente con la ropa descolocada y manchada. Veo el dolor en su rostro y a la sombra oculta en un rincón, llorando por ella. Y la chica se pregunta qué le pasó, buscando a su padre por ayuda.

Él le dice que son cosas de señoritas, que se ha convertido en mujer y ella recuerda haber leído algo en clase sobre eso. Y es todo. La pequeña olvida, duerme y tiene pesadillas porque en la realidad alguien ha entrado de nuevo a su cuarto y le hace daño de una manera que jamás podrá arreglar.

La sombra la cuida, ella sabe en la oscuridad lo que pasa. Y se enfada. Y lo odia. Y sólo espera el momento para devolverle su maldad. Pero la niña no sabe, cuando despierta olvida. Ella toma los consejos que le da su papá. La pequeña le sonríe ajena a todo, le quiere, le cree cuando le dice que la ama también.

No nota su mirada sucia, no nota cuando le cambia el nombre, no se da cuenta de que la droga y la visita cuando duerme. No recuerda gran parte de su vida conforme pasa el tiempo.

Pero lo hace ahora.

Un sollozo rasga mi garganta, mis sentimientos casi palpables flotan a mí alrededor. El sufrimiento. Veo los pies de mi padre agitarse en la cama y por más que intento no puedo dejar de llorar.

Él era mi salvador, mi hogar, quien soportó la pérdida y la soledad y nos cuidó. Cuánto le quise, cuán engañada viví. Las memorias siguen llegando a mi mente y me tambaleo por la intensidad con que golpean. Encuentro las piezas de mi desfragmentada vida y drenan mi energía.

Tantas noches, tantas heridas. Detalles. Marcas en mi cuerpo, cambios en mi humor, las pastillas anticonceptivas que me recomendó usar. Era tan joven, era tan frágil, le creí todo lo que disfrazó de buenas intenciones. Pero no más, nunca más.

En mi mano está el cuchillo, en mi cabeza los recuerdos y en mi corazón el dolor.

Me acerco a él, apenas lo veo, lo desprecio tanto que me hierve la sangre y me nubla la visión. Subo a la cama, apoyando mis rodillas a los costados de él. Suelta un gemido mientras pelea por despertar y siento repulsión al oírlo. Tomo el cuchillo con ambas manos y lo levanto.

—Yo también te odio, papá —susurro dolorida, sin aliento, y con un grito desgarrador dejo caer el cuchillo en su pecho. 

Un relámpago parte el cielo. Siento su piel abrirse pero no es tan fácil como creí. Gime de nuevo y odio el sonido. Levanto el cuchillo y lo vuelvo a dejar caer con el rostro empapado en lágrimas.

No toca su corazón como quiero y sus manos empiezan a agitarse. Las recuerdo sobre mi cuerpo, acariciando mi rostro, creando una vida falsa que me repugna. Grito cuánto lo odio, dejando caer el arma con fuerza una y otra vez. Y duele.

Respiro agitadamente con la garganta lastimada y la sangre caliente salpicando mi rostro. Sus ojos se abren y me miran, y deseo con todo mi ser que vea mi ira. Pienso en mi madre, pienso en Larissa, pienso en la chica que se escondió en la oscuridad.

Recuerdo el miedo, las preguntas, mis dudas sobre mi cordura. Pienso en el dolor, mi tormento, su enfermizo deseo. Y aun cuando sus ojos han perdido el brillo sigo apuñalando a la par de mis furiosos latidos.

Mi cuerpo está empapado de rojo carmesí, de rabia y libertad. Siento mi pecho ligero poco a poco, no es frágil ya. Las sombras me envuelven, me aplauden y la niña que fui me observa en la oscuridad.

—...cayendo el cielo. ¿Hola? Vine temprano porque ayer estabas muy rara y...

Lily.

Detengo mis movimientos de golpe y giro mi cabeza para verla. Ahí está, de pie en la puerta con los ojos abiertos desmesuradamente. Paralizada, pálida, empapada y tan aterrada que tengo que sonreír para tranquilizarle.

—Está bien, no te hará daño —Le digo, señalando el desgarrado cuerpo de su padre. Ella jadea asustada mirándome a mí y al hombre que yace debajo de mí, pegándose a la pared lentamente. Mis manos escarlata dejan caer el cuchillo y sus ojos se vuelven agua.

Dirijo mi mirada al costado de la cama y la veo entre las sombras, luciendo de doce años de nuevo, mirándome con intensidad.

—Eres libre —susurro—. No te volverá a lastimar —Ella asiente hacia mí y mis párpados pesan mientras le sonrío. Me siento exhausta cuando desaparece, como si parte de mí se fuera con ella al partir.

Bajo de la cama con las piernas temblorosas y me quedo de pie mirando a mi hermana, quien ahora está hecha un ovillo en el suelo sin apartar los ojos de mí. Agua escurre por su rostro y no sé si es del cielo inclemente o cae de sus ojos grises.

Le dolerá un tiempo, pero va a sobrevivir. Va a ser feliz de nuevo, nadie la va a herir y aunque quisiera quedarme con ella, sé que estará mejor sin mí. Me limpio las lágrimas para Lily, para mi pequeña y dulce Lily, y sonrío.

Logro escuchar al fondo las sirenas acercarse, pero las ignoro. Suspiro profundamente, cansada, serena, y cierro los ojos en la oscuridad de mi delirio, disfrutando el sonido de la lluvia al estrellarse fieramente contra al suelo.

Al final, sí llegó la tormenta.

Susurros ©Where stories live. Discover now