Veintiséis

2.5K 345 21
                                    

He llorado por más de media hora.

Es como si hubiera despertado de una pesadilla, pero ésta vez todo lo que dije e hice fue real.

No sé cómo es posible que me sigan brotando lágrimas pero el dolor no para. Nunca me había sentido tan mal, jamás había hecho algo así. Tan ruin, tan cruel. Juzgando y humillando sin derecho. Dios, ésa no soy yo.

—¡Maldita sea! —gruño, golpeando el volante con fuerza—. ¡Maldita, maldita, maldita! —El auto se mece conforme pataleo y me lastimo la muñeca cuando vuelvo a golpear el volante.

¿Qué demonios me pasó? ¿Por qué me siento de este modo? Entierro la cara entre mis manos completamente desesperada. ¿Qué es lo que tengo? ¿Por qué me pasa esto?

Estoy enloqueciendo. 

Debería ir al hospital, estoy segura de que es un trastorno de bipolaridad. O doble personalidad. Mierda, debe ser eso. Necesito ayuda. Sujeto el espejo retrovisor y lo muevo para mirarme.

Mis ojos oscuros están enrojecidos y aún caen lágrimas de ellos. Gran parte del delineador se ha corrido y ha dejado unas horribles manchas hasta mis pómulos. Mi nariz está roja, mi mirada desenfocada.

No, no, no. 

No puedo verme así, debo verme bonita, debo verme normal. Un dolor punzante en la cabeza me hace gemir. Necesito ayuda, necesito salir de aquí, necesito dejar de sentir esta ira.

Con manos temblorosas busco las llaves que arrojé al asiento del copiloto pero no las veo. Parpadeo varias veces y niego molesta con las lágrimas que no me dejan ver. Deduzco que se cayeron y me estiro sobre el asiento para buscarlas.

Palpo el suelo, cada vez más irritada por no encontrarlas, hasta que mis dedos notan algo. Frunzo el ceño y saco la mano con velocidad ante la sensación húmeda y viscosa que cubre las yemas de mis dedos, poniéndola frente a mis ojos.

Sangre.

Sofoco un grito y me pego a la puerta mirando boquiabierta mis dedos manchados. Mi respiración se acelera y las lágrimas vuelven a inundar mis mejillas.

Me tiembla la mano mientras mi dedo pulgar palpa la sangre entre mis dedos. Es real. No, no puede serlo. Contengo la respiración, arrinconándome lo más posible contra el asiento y la puerta cuando la sangre empieza a escurrir por mi brazo.

Me giro para abrir la puerta pero se atasca y empiezo a lloriquear suplicas para que se abra. El frío se apodera del auto, despiadado. Siento una presencia tras de mí pero me niego a mirarle.

—Por favor, ábrete, por favor, por favor, por favor.

Sus dedos están en mi hombro, los siento, y me sacudo para quitármelos, gritando y pateando la puerta. Se abre al fin y salto fuera, cayendo dolorosamente sobre mis rodillas, pero me levanto a trompicones dispuesta a correr sin mirar a atrás.

—¿Cassie? —Me paralizo. He escuchado esa voz pronunciando mi nombre antes, hace tanto tiempo que se me dificulta respirar—. Cassie —Su murmullo cae sobre mi espalda como agua helada.

Me enderezo sin volverme, hipnotizada, aterrada, consumida por la curiosidad. Abro la boca para tomar aire pero la cantidad que consigo hacer entrar es casi nula.

Parpadeando y con las manos temblorosas me doy la vuelta, lentamente, dándole tiempo a mi entorno para que vuelva a la normalidad. Pero entre más cerca están mis ojos del auto, más rápidamente entiendo que ésta es mi normalidad.

Está ahí dentro del auto, sumida en la penumbra, en cuclillas sobre el asiento del copiloto. Su mirada oscura como la mía está puesta en mí, la sonrisa torcida, la ira marcando sus facciones.

Mi madre.

Abro los ojos desmesuradamente, es igual a mí, una versión mayor que yo pero es justo como la recuerdo cuando se despidió. Es ella, siento una punzada de miedo y emoción. Sus labios se están moviendo ahora, pero no logro entender lo que intenta decir.

Mis pies se deslizan sobre la acera, acercándome a ella, lentamente pero sin titubear. Su voz aumenta de nivel conforme me acerco pero sus palabras siguen siendo incomprensibles.

Entro al auto, sin dejar de mirar sus ojos, cerrando la puerta tras de mí para apoyarme.

Mi rápida respiración pronto se mezcla con el aliento que escapa de los labios púrpureos de mi madre. Me estremece el frío que la rodea. Sus ojos están puestos en algún punto encima de mi hombro pero su mirada está vacía.

—...me odia ahora. Eres muy pequeña para entenderlo pero debo irme —Sus palabras cargadas de miedo salen atropelladas y mueve sus ojos pausadamente hacia mí—. Ellos entraron, no fue mi culpa. Ellos entraron, no fue mi culpa. No fue mi culpa, no fue mi culpa, ellos entraron, no fue mi culpa.

Siento mis ojos humedecerse y tengo que apretar mi mano ensangrentada en un puño para no estirarla hacia su rostro. Veo su mirada aclararse, escrutando mi rostro, reconociéndome. 

De un segundo a otro se lanza contra mí, rodeando con sus huesudas manos mi cuello.

—¡Ellos entraron! ¡No fue mi culpa! —Sus desgarradores gritos furiosos se combinan con los míos totalmente aterrados—. ¡No fue mi culpa! —Entierro mis uñas en sus manos para alejarla, sacudiéndome en busca de aire pero no se inmuta.

Mis pulmones empiezan a arder, me duele la garganta. Intento respirar sólo por la nariz pero mi visión se nubla mientras mi madre me grita una y otra vez que no fue su culpa. Siento mi cara caliente y el zumbido de los latidos de mi corazón llena mis oídos.

Ya no tengo fuerzas para luchar y mi agarre en sus manos se debilita. No puedo respirar. Veo su cara acercarse mientras cierro los ojos y percibo su frío aliento en mi oreja. Su voz suave es una advertencia, resuena en mi cabeza hasta que pierdo la conciencia.

—Y ahora te odia.

Susurros ©Where stories live. Discover now