Treinta

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Conduzco sin rumbo fijo por quince minutos.

Intento mantener mi mente despejada, pero una información así no puede eludirse. Necesito hacer algo. Me debato entre volver y seguir husmeando en el departamento de Larissa y buscar al hombre de ojos verdes, o ir a casa.

Pienso en mi hermana, ya no puedo ocultarle cosas, no debo, ella tiene el mismo derecho que yo de saber sobre nuestra madre. Aún más si está en peligro por ello. Pienso en papá y aprieto los dientes rabiosa.

Debió decirnos. Debió ayudar a mamá, apoyarla. ¿Por qué no contarnos? ¿Tanto la aborrecía? Eso tampoco lo entiendo, no fue su culpa. Y, ¿por qué, si la odiaba tanto, siguió con ella? ¿Por qué la trató así? No se lo merecía. Ella no merecía ser tratada así por quien debía amarla y cuidarla.

Mis nudillos se tornan blancos. Fue cruel, fue muy cruel, mi madre no tuvo la culpa. Bajo la velocidad cuando siento que mis piernas tiemblan y miro a mi alrededor para saber dónde estoy; el vecindario me resulta familiar.  

Recuerdo a mi madre, su dolor, y mis ojos escuecen otra vez pero no sé qué puedo hacer. Me es imposible cambiar lo que ya pasó por más que duela. Me desespera la impotencia, todo esto es demasiado para mí.

Me estaciono a un lado de la calle y me llevo las manos al cabello con un gruñido. No puedo seguir así. Busco mi móvil para ver la hora; una cuarenta y tres. Frunzo el ceño y vuelvo a mirar fuera con ojos entrecerrados. Definitivamente conozco este lugar.

He estado aquí quizá dos veces. No puedo evitar sonreír tristemente, ¿cómo no se me ocurrió? Apago el motor y tomo mi celular, metiéndolo a mi cartera después de arreglarme el maquillaje lo mejor que puedo.

Sujeto la cartera y meto las llaves en ella mientras salgo. Cierro la puerta sin fuerza, sintiendo mi energía drenada y cruzo con pasos débiles y titubeantes la calle, quedándome varios minutos frente al edificio.

Hace frío, ni siquiera lo había notado; el aire silba y hace susurrar a los árboles. Me tranquiliza el sonido. Entro al edificio con la piel helada. Miro las escaleras pero no creo tener la fuerza para subir por ellas, por lo que entro a regañadientes al elevador.

Tarareo una ridícula canción de un comercial en un intento de mantener mi mente ocupada. Me sobresalta el timbre del ascensor que avisa que he llegado al piso deseado y salgo, caminando vacilante por el pasillo.

Trago saliva cuando me paro frente a la puerta que busco e inhalo profundamente, soltando el aire después de dar dos golpes a la puerta.

Siento una pesadez en mi pecho mientras espero, la puerta no se abre y golpeo un poco más fuerte esta vez. Mi cerebro empieza a destellar, diciéndome que me vaya ahora que aún tengo tiempo, pero mi corazón no me deja. Acomodo mi pelo cuando escucho que quitan el seguro de la puerta.

Ryan aparece ante mí con su cabello despeinado y expresión adormilada. Aun trae puesta una camisa del trabajo, abierta y remangada hasta los codos, con un pantalón de pijama que contrasta divertidamente con sus calcetines de caricaturas.

Arrastra sus ojos de mis pies a mi cara, deteniéndose en cada curva de mi cuerpo sin reservas, haciendo que sienta mi rostro arder. La forma en que me mira acelera mi respiración.

—Estoy soñando de nuevo, ¿verdad? —Se talla la cara, recargándose contra el marco de la puerta y muerdo mi labio. 

—Lindos calcetines —digo en voz baja y sus ojos vuelan de nuevo a los míos, abriéndose incrédulos.

—¿Cassie? —Trago duro y asiento. Jadea, atragantándose con las palabras pero no le doy tiempo a reaccionar, ni a mí, porque rompo en llanto. Desgarradoramente, sin detenerme, justo frente a él.

Susurros ©Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα