Dieciséis

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No quiero ir a trabajar.

Cuando mi hermana viene por segunda vez a intentar levantarme, le grito que me deje en paz, que no voy a ir a ninguna parte. Ella me mira extrañada pero al final alza las manos enfadada y se va.

Esta es la primera vez que falto a mi trabajo deliberadamente.

No puedo evitar recordar lo pésima manera en que me porté con mi padre anoche pero tampoco consigo sentirme mal por ello.

Pongo mi teléfono a cargar. Ni siquiera me preocupo de llamar a mi jefa para avisarle que no iré. Me levanto arrastrando los pies y me asomo por la ventana, ha llovido toda la noche pero parece que hoy sólo estará algo nublado.

Tomo mi toalla y me meto al baño para tomar una larga y caliente ducha. Cuando salgo me tiro de nuevo a la cama, disfrutando el frío.

Pierdo la cuenta de cuánto tiempo me quedo mirando el techo hasta que mi estómago ruge y me levanto. Mi cabello está casi seco y hecho un desastre, así que me enredo bien en la toalla y me hago un moño.

Sé que no hay nadie en la casa y aun así me detengo en medio del pasillo mirando a mi alrededor, escuchando atenta.

Repentinamente mi corazón se agita.

Primero es sólo un salto y después un fuerte latido tras otro y otro más. Trato de mantener mi respiración tranquila pero la agitación comienza en mi vientre y asciende hasta mi garganta.

Me tenso y destenso, avanzando por el pasillo con el mayor sigilo que puedo. Mi cuero cabelludo pica y siento una punzada en mi nuca. Con un quejido me giro pero no hay nada y cuando me llevo la mano al cuello no noto nada extraño.

Me enojo conmigo misma por ser tan paranoica y camino rápido a la cocina, lucho contra la necesidad de correr como si viniera alguien detrás de mí. Para cuando encuentro algo que comer he perdido totalmente el apetito.

Apoyo las manos en la barra, debo aprovechar el tiempo y evitar estar aquí.

Un ruido llama mi atención y me congela. Contengo la respiración intentando descifrar el ruido que llega a mis oídos, me doy cuenta de que es el susurro de mi nombre.

Mis poros se abren, todas las alertas se disparan. A pesar de ello, y de la manera en que mi instinto me grita que huya, mis pies se encaminan al origen del sonido.

—Cassidy... —Llama.

Es muy suave, un arrullo casi inaudible, y lo sigo como una polilla a la luz. Me dirijo al pasillo con camino a mi cuarto pero cuando paso frente al de papá el sonido se repite y me detengo.

La curiosidad parece mantener a raya al miedo.

Mis pies descalzos me acercan a la puerta y mi mano se posa en el pomo. No he entrado a este cuarto en años, a excepción de echar unos vistazos para buscar a papá.

Él dejó claro desde hace tiempo que su habitación quedaba excluida de nuestros juegos y limpiezas, que él se encargaría de recoger.

Muerdo mi labio, insegura, pero termino girando el pomo y abriendo la puerta sólo lo suficiente para entrar.

—Va a notar que entraste —murmuro, paseando mis ojos por el cuarto.

Hay un extraño olor familiar aquí.

Suelto un grito cuando percibo que unos dedos se enredan en mi muñeca. Me abrazo a mí misma con fuerza y tras pensármelo un momento voy al baño de papá.

Algo me impulsa a entrar ahí pero no entiendo qué podría haber que me importe.

Me quejo cuando tropiezo con un zapato de papá. ¿Por qué rayos tiene este lugar tan oscuro? Entro al cuarto de baño y enciendo el interruptor de la luz. El lugar está vacío. Ni siquiera está desordenado y eso me desconcierta pues su habitación es un desastre.

Giro para salir pero me detengo de nuevo, la sensación de que hay algo aquí vuelve a calar en mis huesos.

Aprieto mis manos en puños y mi corazón se acelera. Percibo un movimiento por el rabillo de mi ojo y me vuelvo, molesta, una molestia que rápidamente se convierte en enfado.

Busco frenéticamente a lo que se movía y mis ojos caen en el espejo. Ahí estoy yo, cada vez siendo más otra persona. La chica que me mira no está asustada ahora, está tan enojada como yo.

Me temo que está furiosa conmigo, me mira con reproche, me reclama algo y eso me cabrea aún más. Aprieto los dientes y ella me mira impasible, es cuando me doy cuenta que de verdad me está mirando. Ladeo ligeramente mi cabeza pero mi reflejo no.

Y no me asusta.

Me acerco a ella sin poderlo evitar; es como un imán, y yo una basura metálica sin voluntad. Puedo notar que sonríe, está feliz de que ahora la vea, puedo sentir su satisfacción cuando le sonrío como a una vieja amiga.

Mi interior revolotea y es una sensación que ya he experimentado. Antes, en un tiempo que no recuerdo. Ella me mira con serenidad y asiente, como si leyera mis pensamientos.

Aún veo ira en sus oscuros ojos, pero la comprendo porque es un reflejo de los míos. Ella es una parte de mí, creo que eso quiere decirme. Y de alguna forma, la había extrañado.

Susurros ©Where stories live. Discover now