Treinta y nueve

4.9K 501 314
                                    

Hay tanto odio en mí que no soporto ver que su pecho aún se esté moviendo. 

Pero no puedo hacerlo, no puedo matarlo, no puedo ser como él. Debo pedir ayuda, llamar a la policía.

—¿Y decirles qué? —musito a la nada.

¿Que antes de drogarlo hice que confesara que mató a mi tía? ¿Con qué pruebas? ¿Con mi madre muerta apareciéndose en mi auto? No tengo nada. En cambio él, puede alegar alguna enfermedad hereditaria y decir que intenté matarlo.

Y yo perdería a Lily para siempre mientras ella se refugia en un asesino mentiroso.

Eso nunca.

Vuelvo a notar esa presencia oscura moverse alrededor, tensando cada nervio de mi cuerpo.

«Estás lista».

Me confundo al principio pero después de unos segundos entiendo, recuerdo aquellas pesadillas y esas preguntas que tanto me atormentaban.

Ahora parece tan insignificante todo aquello, como si hubiese ocurrido hace siglos.

¿Cómo pudo mi vida cambiar de este modo?

En mí despierta de nuevo aquella curiosidad, el deseo de tener mis recuerdos de vuelta. Puedo notarme emocionada pero no estoy segura de qué hacer, de qué esperar.

Mi corazón martillea con fuerza contra mi pecho con determinación. Inhalo y exhalo profundamente, con el vaho bailando para mí. Rodeándome y saludándome, formándose junto a mis sombras para ver.

Busco el cuchillo en mi mano pero no está.

En cambio, lo que mis ojos encuentran es una grande palma masculina. Un par de manos familiares. Levanto la mirada confundida para ver a mi padre en la cama pero a quién veo es a mí. Una joven versión de doce años de mí.

No comprendo.

Mis manos, no, sus manos, toman la manta que me cobija dejando mi menudo y frágil cuerpo al descubierto. Veo los párpados de la pequeña luchar contra la inconsciencia, intentando con todas sus fuerzas no dormirse. Siento los labios de este extraño moverse.

—Si no eres de mi sangre —dice, y sus manos viajan al cinturón de su pantalón—, entonces te haré mía.

Me quedo sin aliento.

—No —Exhalo, sintiendo que mi alma me abandona y caigo en un abismo.

—Por favor, no —suplico con el corazón  en un puño.

Lo veo acercarse a mi cama y aunque ahora quiero moverme para evitárselo, para defenderla, no puedo, estoy anclada al pie de la cama. Las lágrimas se agolpan en mis ojos y escapan de un segundo a otro, ardiendo en mis mejillas. 

No puedo respirar, el saber que este brutal acto es un recuerdo amenaza con detener micorazón.

Cierro los ojos con fuerza para no mirar la horrible escena que empieza a desarrollarse ante mí. Escucho a mi padre llamarme Verónica, el susurro de mi ropa abandonando mi piel, los jadeos que se llevan consigo una parte de mi ser.

Caigo de rodillas y me cubro las orejas con mis manos, sollozando sin control mientras mi cuerpo es ultrajado de la manera más inhumana. Me duele tanto, ¿por qué? ¿Por qué duele tanto?

Siento unos dedos helados tomar mis muñecas y alarmada abro los ojos para encontrarme con los pozos oscuros que he terminado por extrañar. Ella voltea hacia la cama y le digo que no quiero mirar.

—Por favor —ruego sin éxito. 

Hace que gire mi cabeza mientras tiemblo descontroladamente. No quiero ver, no quiero escuchar, no quiero seguir oyendo el éxtasis de este vil ser al que una vez llamé papá.

Susurros ©حيث تعيش القصص. اكتشف الآن