Treinta y dos

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Me detengo frente a mi casa bruscamente, hay una densa y siniestra niebla sobre la ciudad.

Apago el auto y trato de mirar fuera por la ventana pero los cristales están empañados. Tomo la cartera antes de bajar, dejando los zapatos en el olvido y siseo cuando mis pies tocan la acera helada.

Miro al cielo, suponiendo que el sol a esta hora debería estar asomándose, pero descubro que está cubierto por oscuras nubes. Suspiro, cada segundo que pasa parece más deprimente que el anterior.

Cruzo el patio delantero con la brisa del césped salpicando mis pies y entro a la casa, la cual está sumida en un tortuoso silencio. 

Debería sentirme agradecida por la tranquilidad que me embarga. Por el contrario, tengo el fuerte presentimiento de que es ese tipo de calma que precede a una tormenta.

Una fría y cruel tormenta.

El susurro de mis pies descalzos mientras camino por la casa hacia a mi habitación, es mi único compañero. Creo que los latidos de mi corazón me han abandonado.

Ni siquiera me molesto en encender las luces.

Vacío la cartera en mi mesilla de noche y tomo el celular, por mi mente cruza la idea de llamar a Ryan pero la descarto. El ícono de Larissa capta mi atención, dudo pero termino pulsándolo para llamarle.

Una inquietante sensación de peligro despierta en mi interior lentamente, haciéndome abandonar mi habitación y salir al pasillo. La anticipación, el temor, comienza a vibrar bajo mi piel. 

A mis oídos llega el sonido de la llamada esperando ser contestada y pego aún más la bocina a mi oreja, observando mi alrededor.

Hay algo más. 

Es hueco y repetitivo. 

Avanzo casi de manera inconsciente por el pasillo, un lento y desconfiado paso delante de otro. La llamada se corta y entre suspiros que forman nubes de vapor, vuelvo a marcar.

Me estremezco mientras camino por el corredor, la soledad que antes sentía se esfuma y casi puedo palpar mi oscura compañía. Me detengo, apenas me doy cuenta que lo hago cuando me giro y abro esa puerta. La de la habitación de papá.

Mi mano cae a mi costado sin fuerza, el sonido ahora es claro. Y lo sigo. 

El cuarto siempre ha estado sumido en la penumbra pues para que papá pueda dormir, necesita total oscuridad. Intento no tropezar con mis propios pies. El zumbido se vuelve más fuerte y constante. Camino hacia un lado de la cama, enfádandome al tropezar.

El móvil en mi mano se enciende porque la llamada ha terminado y noto una luz proveniente del cajón de la mesilla de noche. Algo se atora en mi garganta.

Empiezo a temblar y con manos torpes abro el cajón. Sin necesidad de buscar lo encuentro: un teléfono móvil. En la esquina de pantalla parpadea una luz blanca en espera de que se lean las notificaciones.

No quiero tomarlo. 

No quiero pero da igual pues mis dedos ya se están enredando en el celular para examinarlo. Mi respiración empieza a acelerarse y tengo que sostenerlo con ambas manos porque éstas se convulsionan sin control.

Trago saliva y parpadeo repetidamente mientras mi dedo pulgar se desliza por el borde del móvil hasta encontrar el botón para desbloquear. No respiro mientras lo presiono y un jadeo escapa de mis trémulos labios cuando veo el fondo de pantalla.

Es una foto de Larissa y mamá.    

Susurros ©Where stories live. Discover now