Treinta y cinco

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No pierdo tiempo leyendo otra cosa por más que deseo hacerlo.

Guardo la carta y meto la caja a su lugar, cerrando con cuidado el cajón y la puerta del armario. Tomo una respiración profunda y salgo de la habitación sujetando con fuerza el frasco de pastillas en mis manos.

Me debato entre quedarme en mi habitación o en la sala, estrujando mi labio tembloroso con los dientes. Voy a mi cuarto por una manta que apenas me cubre y me dirijo a la sala.

Miro la hora cuando enciendo el televisor y noto que pasan de las siete de la mañana. Ya es tarde. Subo un poco al volumen y me recuesto en el sofá, cubriéndome y cerrando los ojos para fingir que duermo.

No suelto el cilindro de pastillas durante los veinte minutos que yazco aquí.

Hasta que lo escucho.

Mi estómago se contrae mientras oigo el motor de la camioneta de mi padre cada vez más cerca. Con cada sonido puedo dibujarlo en la oscuridad de mis ojos cerrados. Cuando se estaciona, apaga el auto, mientras baja y cierra la puerta.

Contengo la respiración y después exhalo, repitiéndolo hasta que calmo mi pulso y las llaves titilan contra puerta principal. Se abre, mantengo mi rostro apacible y cuando deja caer su maleta finjo que despierto sobresaltada.

—Lo siento, cariño, no te vi —dice. Su nariz está roja y deduzco que está realmente frío afuera.

—Está bien, seguro mis huesos ya están deformes por dormir aquí —Él sonríe y me levanto con un falso bostezo, estirando los brazos mientras se quita su chaqueta y la deja en el piso.

—¡Estoy helado! —Se sacude y le recomiendo tomar una ducha caliente, ofreciéndome a prepararle un café para cuando salga. Acepta y se encamina a su cuarto.

Por un segundo siento duda y me lo imagino notando las cosas fuera de lugar, recriminándome haber entrado a su cuarto. Aunque yo tendría más que reprochar.

De un segundo a otro me encuentro en la cocina con la tetera en la mano llena de agua, enciendo la estufa y la pongo para que hierva mientras preparo la taza. Me doy cuenta de que no he dejado de apretar los dientes desde que salí de la sala.

«Es tiempo», repite una voz en mi cabeza. 

Mi voz.

Saco el frasco de somníferos y tomo siete pastillas pero, antes de poder ponerlos en la taza, mi mano se detiene y devuelve dos. Busco una cuchara y entre balbuceos que me resultan extraños, muelo las pastillas hasta convertirlas en polvo.

Rápidamente le vierto una cucharada y media de café y dos de azúcar, papá no suele demorarse en tomar un baño. Me quedo en silencio y observo la taza, apretando los bordes de la encimera con ferocidad.

El silbido del agua hirviendo me llama y lleno la taza, revolviendo el contenido con la cuchara y mirando hacia el pasillo. A pesar de lo calmada que me siento, me inquieta que perciba un sabor distinto.

Muerdo mi labio y con la cuchara recojo un poco del líquido, soplando conforme lo acerco a mi boca. Vacilo, no sé qué tan fuerte es. No importa, sólo es un poco, debo comprobar si el sabor es notorio para preparar otro si es así.

Quema un poco cuando cae en mi lengua pero lo degusto antes de tragarlo y mis ojos se abren alarmados al distinguirle. Entreabro los labios para respirar y la cuchara cae de mi mano paralizada. Lo conozco, este sabor, lo he probado infinidad de veces.

—El jugo —mascullo, el jugo que siempre me prepara es... sabe justo así. Me llevo la mano a la frente. ¿Qué es esto? 

Mi respiración comienza a acelerarse y vienen a mi mente las tantas ocasiones en que papá ha hecho un jugo para mí. Nunca estaba presente mientras lo hacía, sólo lo bebía y lo he hecho desde hace tanto tiempo que jamás he reparado en el sabor.

Mis dedos vuelan a mis labios temblorosos y mis ojos a la taza, alternándose entre el pasillo y la encimera. No puede ser, no. Siempre lo ha preparado para mí, ni siquiera puedo recordar cuándo fue que comenzó.

—Calma, respira. Sólo respira —Me digo con voz tranquila. No suena como mía pero logro calmarme después de unos minutos.

Escucho los pies de papá arrastrarse por el pasillo y recojo la cuchara que tiré mientras se acerca y se sienta en el taburete. Le doy la espalda mientras la lavo, tomando respiraciones profundas antes de girarme hacia él.

Me está mirando.

Me ha descubierto. Oh, Dios, lo sabe, estoy segura. Lo ha probado y lo ha descubierto, seguro también sabe que he hurgado en su habitación. Lo sabe.

«Cálmate», exige mi voz en mi cabeza y mis hombros se relajan.

—Has estado extraña últimamente, Cassie —dice y toma la taza sin beber, se limita a soplar para enfriarle. Miro al suelo.

—Lo sé, lo siento —Sé que sabe que me refiero al día que le grité. Levanto la cara y me encuentro con sus ojos grises oscureciéndose. Es increíble cómo Lily se parece tanto a él y yo soy una copia de mamá.

Mamá.

Aprieto los dientes y él mira su café pero sigue sin ingerir una gota. ¿Qué demonios está esperando? Joder, bebe el maldito café, pienso.

—Quiero hablar de mamá —Suelto sin pensar, pero no me arrepiento. Él me observa en silencio y yo espero su repuesta. Sé lo que hará para no dármela. Da un largo sorbo al café y mi corazón empieza a acelerarse ansioso.

Lo veo fruncir el ceño y mirar la taza y bajo mi cabeza antes de que pose sus ojos en mí. Nunca he podido enfrentar su mirada, es demasiado intensa y temo que descubra mis secretos o que me envuelva en los suyos si miro por demasiado tiempo.

—Nunca has querido hacerlo —menciona despacio—. ¿Puedo saber por qué el interés?

Sigo sin mirarle y dibujo con mis dedos las líneas de unión de las baldosas en la encimera. Me encojo de hombros.

—Es mi madre —digo recelosa—, siempre he sentido interés. Nunca he preguntado porque temo que aun te duela —Le doy un vistazo y veo un brillo de desprecio en sus ojos antes de que desvíe la mirada con la mandíbula tensa.

Mi corazón es atravesado por una punzada de odio.

Le da otro largo sorbo al café mientras nos sumimos en un tenso silencio. Me encuentro a mí misma enterrando mis uñas en las palmas de mis manos hasta hacerme sangrar.

—Creo que le pusiste mucho café —señala y me dan ganas de arrojarle lo primero que me encuentre. Asiento con una mueca de disculpa y me decido a esperar mientras lo observo beber su café. Lo hace despacio, con una expresión de curiosidad en su cara. Supongo que no logra saber por qué hay un sabor extraño en su bebida.

El silencio se prologa pero me gusta y veo sus párpados cerrarse con más lentitud conforme termina su café. Suspira y se frota la cara, apoyando ambas manos en la encimera.

«Sí, sé perfectamente lo que se siente», le recrimino en mis pensamientos.

Me mira confundido y alarmado. Ya se ha dado cuenta de lo que pasa. Tengo que apresurarme a sacarle información antes de que se duerma donde está. Sus labios se separan pero no dice nada.

Me acerco para que me mire a la cara y por un segundo creo que es la ira lo que me empuja.

—Quiero la verdad, papá. Ahora.

Susurros ©Where stories live. Discover now