—No —confesó el muchacho, con suavidad—. Soy italiano.

Sin poder evitarlo, la muchacha sonrió.

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Uriele no entendía —nunca había pensado— en algunas frases como... «Una sonrisa bonita» porque, ¿a qué se referían con eso? ¿A unos dientes bien alineados? Cualquiera que usara ortodoncia la conseguir, sin embargo... en ése momento, Uriele Petrelli lo entendió. La conoció... la sonrisa más bella del universo.

¡¿Cómo un ser humano podía ser tan bello?!

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—Hablo un poco italiano —se escuchó decir Hanna.

Nunca hablaba de ella. A los hombres no les interesaba conocerla —ni a ella compartirles. No iba a darles nada más de ella—, les interesaba hablar de sí mismos.

—¿Te gusta mi país? —le preguntó él.

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«Creo que... sí» pensó Hanna.

Y no pensaba precisamente en el país.

—Nunca he ido —le confesó—. Lo estudiaba porque quería estudiar artes en Roma.

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«Artes» pensó Uriele. Él nunca había sido un gran aficionado al arte, pero, en ése momento... ya lo era.

Ella era arte.

—¿Querías? —preguntó él.

—¿Hum? —ella se sintió sorprendida.

—Hablaste en pasado —explicó Uriele.

—Oh, sí, ya... ya no —lo cortó ella, con un ademán de su mano, como si espantara un mosquito—. Era un pasatiempo y ya.

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Un mosquito o una nube, una neblina que se le había metido por cada poro del cuerpo mucho tiempo atrás.

—¿Y ahora a qué te dedicas? —siguió él—. ¿En qué gastas tu tiempo?

Nuevamente, Hanna se sintió sorprendida. ¿Dedicarse? ¿No era obvio? ¿No sabía él el qué era ella y el resto de chicas que estaban sirviendo en la fiesta?

Que la catalogaran como «compañía de lujo», no la hacía menos p...

Pero él se lo preguntaba en serio.

¿En qué gastaba su tiempo? Por primera vez se lo preguntó Hanna —por primera vez en mucho tiempo, alguien la había puesto a pensar en ella—... ¿el qué hacía con su vida?

—En... planear tomar fotos —confesó.

Lo planeaba siempre, pero ya no las hacía.

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—Sí sabes que es una puta, ¿no? —le preguntó uno de los alemanes que habían organizado la reunión.

Uriele no había hablado con ninguna otra persona, en toda la noche, que no fuera ella y, cuando a las chicas a las que los empresarios no habían podido llegar al costo, comenzaron a retirarse, también se marchó Hanna.

Aunque Uriele no sabía su nombre auténtico; ella dijo que se llamaba Erika —pero también dijo que tenía veintitrés, cuando era evidente que quizá no alcanzaba los veinte—.

—Sí —se obligó a decir Uriele, para no quedar como un idiota.

Sabía que ella lo era..., pero no podía creerlo.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora