CAPITULO V - LA MANO DEL DIABLO

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ABEL


―Me seleccionaron por ser uno de los mejores en todo, estoy listo para darle el golpe final al pendejo de Capa Blanca ―dijo un chico a uno de los dos soldados que nos escoltaron en el helicóptero. No paró de hablar desde que subimos, hablaba más fuerte que el ruido de las hélices, bajo el montón de abrigos que llevaba puestos pude notar su cara, de tez morena y ojos verdes, creo que lo había visto antes. En el fondo le agradecí su bullicio, me ayudó a distraerme por unos segundos de todo. Mi padre, mi madre, mi novia, mi entrenador, mi futuro, todo lo dejé y era hora de enfrentar lo que vendría.

―Y tú pecas, ¿qué te trae por aquí? ¿También quieres joder al cabrón de Capa Blanca? ―me preguntó el chico a través de su bufanda.

―No me digas pecas imbécil ―le dije, ni siquiera me conocía.

―Uo! Uo! Lo siento amigo, ¿qué tal si empezamos de nuevo eh? Me llamo Bruck ―dijo fuerte y estiró su mano para saludarme. Yo lo ignoré y seguí en lo mío mirando la tormenta que atravesamos desde horas atrás, quise saber dónde estábamos pero no vi más que lluvia y relámpagos. A Bruck no le importó que lo ignorara y continuó hablando con los guardias, quienes no habían dicho ni una sola palabra.

―Por fin llegamos ―dijo Bruck, yo me asomé para observar, era una vista magnífica, ya habíamos pasado la tormenta, solo quedaron nubes blancas y esponjosas como un tapete en el cielo y en medio de ellas, la cima de una montaña, divisé sobre esta, las ruinas de un castillo antiguo, de esos que solo quedan en los libros de historia, de techos picudos y murallas de piedra húmeda.

―¡Sujétense! ―gritaron los dos soldados. El helicóptero entró en una turbulencia imprevista. El viento me empujó y quedé colgando de una mano.

―¡Vamos sube, rápido! ―gritó uno de los soldados extendiéndome la mano. Yo intenté pero el viento era demasiado fuerte, cogí fuerzas y me impulsé para darle mi mano derecha hasta casi asegurarlo, casi lo tenía y fue entonces cuando mi otra mano se resbaló y caí.

...

―Oye despierta, ¿Estás bien? ―dijo un chico, sonriendo amablemente.

―¿Qué pasó? ―pregunté adormecido.

―Caíste muy fuerte sobre mí, ¿qué hacías allá arriba? ―me preguntó, tenía los ojos miel y el cabello rubio.

―Venía en el helicóptero ―contesté señalando al cielo, ¿qué más podía estar haciendo allá arriba?, era una pregunta algo extraña. Me senté como pude y miré alrededor, caí en un bosque de pinos tupidos y brumosos―. ¿Dónde estamos?

―Je, je, eso será difícil de explicar, mejor vamos al castillo, allá te lo explicarán ―contestó sonriendo, algo tímido y rascándose la cabeza―. Por cierto me llamo Matías, deberíamos darnos prisa ya van a comenzar.

―¿Comenzar qué? ―consulté, pero el solo me dio la mano para levantarme y se adelantó―. Yo soy Abel.

―Sí lo sé ―afirmó.

―¿A qué te refieres?

―No hay tiempo, vamos ―contestó. Caminamos en subida durante unos minutos y luego llegamos a la muralla exterior del castillo, en la entrada había una gran cantidad de jóvenes de nuestra misma edad, entrando con vastos equipajes y sobre los muros, algunos soldados de vigías, cuidaban la entrada.

Seguí a Matías adentro, pasamos sin ningún problema. Hubo cientos de personas adentro, reunidos en la plazoleta empedrada, con árboles envejecidos y una tarima en medio, rodeada de tres torres a medio caerse, tenían imágenes de animales talladas en sus cúpulas; sentí una sensación nostálgica en ese lugar. De la tarima salió un hombre viejo, de nariz larga y arrugada, pelo liso, gafas grandes y redondas.

ESCUELA PARA ASESINOSWhere stories live. Discover now