CAPITULO II - UNA PARTIDA MISTERIOSA

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CROKO

ALDEA PONGSUPANÍ - PANTEA

―Debiste llegar hace una hora, no respetas nuestras tradiciones ni nuestra tierra más sagrada, si mi padre siguiera vivo no dudaría en tirarte al río―dijo Emba abriendo camino por los matorrales del monte con nuestras lanzas de dos cabezas, para llegar a Pantea.

―Estuve cazando ―traté de contestar con señas.

―¿Qué? No te entiendo ―respondió.

―Que estuve cazando ―repetí, queriendo hablar.

―Maldito idiota, hace dos años ya que los exploradores vinieron en sus soles de hierro, enseñaron a todos su lengua profana ―señaló con su mano toda la selva―. Enseñaron a todos su lenguaje con las manos, solo para que tú te pudieras comunicar de nuevo, hasta los niños más pequeños juegan en la aldea con lo que aprendieron de ellos, pero tú aún no eres capaz ni si quiera de decir que estuviste cazando.

Yo la miré enfadado.

―Te vi, yo te vi cazando, como cuando éramos pequeños, es para lo único que sirves ―continuó hablando y caminó dirigiendo la marcha―. No estás listo para ser un Jaibaná, como lo es tu padre y como lo fue el mío antes que el tuyo, tu lugar es en la cacería con los demás hombres de la aldea, no en un lugar sagrado.

―Silencio ―traté de exclamar. Emba clavó su lanza de dos cabezas en la tierra húmeda, dio media vuelta y me tomó del cuello, con el ceño fruncido y los ojos encolerizados.

― Te tomas esto a la ligera; no eres digno de cuidar la pirámide, no eres digno de proteger a Gemma, no eres digno de tocar la tierra de Pantea, ni de ser un Jaibaná ―bufó Emba. Yo le solté de un golpe la mano y ella gruñó, mostrando sus afilados dientes.

Le mostré la marca del Jai en mi muñeca, mi Shign, símbolo de que había sido elegido por los dioses para cuidar de Gemma; ella lo observó y renegó, pero luego retomó la marcha, no tenía más opción.

―Llegamos a la tierra sagrada, Pantea ―dijo Emba.

Corrí una mata de plátano que me tapó la vista, por fin veía la tierra sagrada, reposaba debajo de nuestros pies, en una planicie profunda invadida por las sombras y rodeada por el río del destino que allí nacía.

― ¿Por qué te quedas parado? Bajemos ―dijo Emba, pero no había por donde bajar, solo un precipicio profundo; ella saltó al río de un brinco, yo me quedé mirándola desde arriba, que tonta y precipitada, luego vi que su cabeza emergió.

―¡Salta cobarde! ―gritó aún en el agua, su voz resonó por todo el lugar, al verme retado salté, aunque no viera bien mi ventura; grité fuerte mientras caía, mi cuerpo se puso frío y el estómago lo sentía lleno de avispas luchando, apreté mi lanza de dos cabezas y luego caí al agua helada, traté de ver bajo ella su profundidad, pero no vi más que mi cuerpo flotando y chapaleando por salir.

―¿Tienes frío gallina? ―dijo Emba.

Yo salí como pude, sosteniéndome del bordo en la planicie de Pantea, rodeado de piedras enmohecidas y lisas, pero los dioses fueron misericordiosos y no tuve corriente contra la cual luchar, solo el agua helada que penetró mis entrañas.

Una vez de pie pude ver la majestuosidad de Pantea, era tan grande como mi aldea, cubierta de pastizales verdes relucientes, iluminados solo por su propio color, sentí la presencia de la vida en todo el lugar, percibí el Jai en cada rincón de esta tierra sagrada; en el centro, la pirámide de Gemma se elevaba creando sombras entre las sombras, y alrededor estaban las estatuas de los tres dioses de Pantea: El Búho Azul de la sabiduría y la vida, El Elefante enano de la humildad y la misericordia, y El Perro de los cuatro ojos de fuego de la justicia y la muerte.

ESCUELA PARA ASESINOSWhere stories live. Discover now