Gracias al nerviosismo que parecía sufrir ella, Raffaele notó que su mujer estaba ligeramente ruborizada y... se preguntó cuándo había visto a Audrey avergonzada de ésa manera, por última vez. El recuerdo le llegó vívido, inquietante: en su noche de bodas.

Ella estaba tan -adorablemente- nerviosa, que temblaba ligeramente y...

-¿Viste... algo? -tanteó, dubitativo.

Audrey dejó escapar el aire por su boca entreabierta, lentamente.

-No, como ver, no -negó-. Cerré inmediatamente.

Esta vez fue el turno de Raffaele de dejar escapar el aire de sus pulmones..., pero él se reía. ¿Eso era todo?

-¿Qué fue lo que viste? -preguntó, sonriendo, yendo hacia ella.

-No es gracioso -se quejó ella, mientras él la abrazaba por la espalda, para luego tomar asiento y hacerla sentarse sobre sus piernas.

-¿Qué fue lo que viste? -insistió él, sin dejar de sonreír. Le hacía gracia la reacción (tan encantadora) de su mujer.

Audrey sacudió la cabeza, mientras miraba hacia la alfombra, con los labios rosas ligeramente apretados.

-No sé cómo pude aguantar estar frente a él.

-Pues -se rió nuevamente él-... de hecho, no aguataste -obvió-: ni siquiera terminaste de cenar.

Audrey soltó un gruñidito de enfado e intentó dejarlo: lo último que necesitaba, era que él se mofara de su vergüenza.

-Hey... -él la obligó a quedarse en su sitio-. Fue un accidente -sacudió la cabeza, intentado hacer énfasis en que no tenía importancia-. Te aseguro que él ya se olvidó de... sea lo que sea que hayas visto.

-¡Ah! Yo creo que no -difirió ella, con tristeza-. Y luego... Irene...

Una vez más, Raffaele frunció el ceño:

-¿Él estaba con Irene? -se extrañó-. Hum... Al fin lo logró -añadió, sonriendo.

Audrey lo miró, desolada, confusa.

-Que, según él, ellos no lo habían hecho aún -le explicó.

La francesa torció un gestito de sufrimiento; genial, los había interrumpido sus primeros momentos juntos y ¡de qué manera!

-Bueno -intentó consolarse-... ellos no estaban haciéndolo, precisamente.

Raffaele se quedó mirándola.

-... Ella estaba arrodillada frente él -le explicó, tan avergonzada como lo había estado todo el tiempo.

-¿Se la estaba...

-¡Ah! -chilló Audrey, apartándose de él.

Parecía querer llorar cuando se encerró en el cuarto de baño, lo que provocó que Raffaele soltase una nueva risotada. Ella le parecía tan tierna y divertida, al mismo tiempo. Era tan... inocente. Pese a tener dos hijos, ella aún era como una jovencita virginal.

Había un motón de cosas que ella ni remotamente contemplaba y que, siendo realistas... él quería, pero jamás se las pediría. Jamás la incomodaría. Ella era su muñequita.

Al día siguiente, sin embargo, cuando estuvo frente a Irene, Raffaele no pudo evitar pensar -no había sido un pensamiento consciente, siquiera- en que, para ser tan mojigata -Audrey era religiosa, pero Irene se acercaba bastante fanatismo-, le daba cosas a su hermano que, Audrey, a él no.

** ** **

Los compañeros de Hanna, en el restaurante donde hacía doble turno entre semana y era hostess los fines, al saber de la gravedad de su hermano, hicieron un ahorro para el tratamiento de Mika, y aunque Hanna sabía que tenían las mejores intenciones..., eso no alcanzaba ni para la primera sesión.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now