XV: El viaje a Arendelle

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Abrí los ojos lentamente y vi a Elsa parada al lado de mi cama sacudiéndome. Estaba totalmente vestida, mirándome con sus grandes ojos azules, a la vez que tenía una expresión infantil en la cara. Me incorporé a la vez que bostezaba y me frotaba los ojos.

-¿Qué ocurre Els? Es muy temprano. Ni siquiera hay ruido fuera.

-Ir al lugar de donde vengo.- dijo agarrándome del brazo.- Me lo prometiste.- volvió a decir inflando las mejillas y frunciendo el entrecejo, pero la verdad es que me dio risa.

-Cierto, te lo prometí. Deja que me termine de arreglar y nos vamos.

La rubia bajó las escaleras de la habitación muy emocionada. Sonreí al verla tan feliz. Me levanté de la cama y me lavé la cara con el agua fresca que se encontraba en un cuenco que Elsa había dejado en la mesa. El sol apenas estaba comenzando a salir. Me coloqué la armadura y, antes de bajar, cogí un lápiz y papel y escribí una pequeña nota para que mis padres supieran donde estábamos y si los chicos preguntaban supieran decirle, así que comencé a redactar:

Hemos ido a Arendelle para averiguar más sobre el pasado de Elsa. Seguramente, pasaremos el día fuera. No os preocupéis. Os quiero. Hipo.

Bajé las escaleras con la nota en la mano. Elsa estaba comiendo una manzana y acariciando la cabeza del negro dragón. Yo cogí otra manzana de la cesta de la cocina y le di un mordisco. Me acerqué a la platinada y le puse la mano en el hombro, haciendo que mirara hacia arriba.

-¿Nos vamos?

Ella asintió dando otro bocado a la manzana que sostenía entre las manos. Se puso de pie y, dejando el papel escrito en la mesa, los tres salimos por la puerta. Nos mirábamos a la vez que reíamos. Al bajar las escaleras de piedra que estaban a la entrada de la casa, nos encontramos con una Astrid cruzada de brazos mirándonos.

-¿Ha dónde vais tan temprano?

-Emmm, pueess...- Astrid alzó una ceja.

-¡Al lugar de donde vengo!- dijo Elsa dando un pequeño saltito por la emoción.

-¿A Arendelle? Y eso, ¿por qué?

-Me lo prometió.

-¿Se lo prometiste?- dijo poniendo las manos en la cintura.

-Se lo prometí. Anoche. Cuando estábamos...bueno.

-¿Y pensabais ir solos?- nos giramos y vimos a Patán.- Porque yo voy a ir aunque no querais.

Después empezó a aparecer el resto del grupo con sus dragones. Miré a Elsa, esperando que dijera algo. La verdad, yo habría preferido que dijera que no para ir nosotros solos. Pero, como era de esperar, dijo que sí de una manera tan fuerte que tuve que ponerle la mano en la boca para que se callara y no despertara al resto del mundo.

-Bien, pues vamos.- dije montando en Desdentao y ayudando a montar a Elsa detrás de mí.

Cuando ya estábamos en el aire, Patapez habló:

-Qué emocionante. Una nueva tierra que explorar. ¿Habrá dragones nuevos?

-No.- respondió la ojiazul que estaba sentada, agarrada a mi cintura.- Está lejos. Allí no hay dragones.

A veces, me da la sensación de que Elsa puede cambiar su mentalidad. Cuando está feliz o emocionada por algo, actua como una niña de siete años. Pero, cuando se trata de un tema serio o triste, su mente pasa a ser más adulta, más con la edad que tiene. 

Pasaron algunas pocas horas hasta que llegamos. Elsa se había dormido en mi hombro, y la moví un poco para que se despertara. Ella habrió los ojos lentamente, y cuando miró por encima de mi hombro casi se cae. Se incorporó de inmediato y volamos más deprisa. Al llegar al suelo, estábamos como en una pequeña plaza en la que había una hermosa fuente en el centro de ella. Alrededor de ella había niños jugando con un balón y otros a saltar la cuerda. Otros simplemente jugaban al pillar. Cuando bajamos de los dragones, todo el mundo nos miraba con los ojos muy abiertos. No me extrañaba. Tenemos dragones, hachas, espadas, ropas de piel... Para ellos seguro que somos salvajes. Pero todo era impresionante. Unas grandes puertas cerraban el paso a lo lejos. Tras ellas, había un enorme palacio. Había oído sobre ellos en los cuentos que mi madre me contaba cuando era pequeño, pero nunca había visto uno. Sonreí y miré a los demás. Todos parecían impresionados y tenían grandes sonrisas. Me acerqué a Elsa, que estaba delante con la cabeza agachada y, al contrario que nosotros, se mordía el labio inferior.

Distinta Mentalidad, Mismo Sentimiento (hiccelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora