3. Bienvenida a la Tierra

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La tutora nos explica cómo será el curso. Nos ha dado la lista de profesores que nos darán cada asignatura. Cada vez que nombra a uno, se escuchan comentarios opinando acerca del profesor. Los alumnos ya los conocen, o bien porque les dieron clase, o bien porque saben historias contadas por otros alumnos.

-Matemáticas os las dará Carlos -dice la profesora.

-Mierda, 'El bombilla' -susurra alguien.

-Podéis iros ya. -Después de una hora contándonos cómo será el resto del curso, la profesora se despide de nosotros. Hoy no habrá más clase, nos vamos a casa.

Gran parte de los alumnos se levanta de sus asientos a toda velocidad para irse a casa. Es como si estuvieran deseando marcharse. Yo me levanto también para irme, pero enseguida me veo rodeada por unos cuantos que vienen a toda prisa para hablar conmigo. Esto va a ser difícil.

-Ina, nosotros ahora vamos ir a tomarnos algo. ¿Te vienes? -comenta el chico que se había sentado a mi lado para la clase de presentación.

Alrededor de él se agolpan varios alumnos y alumnas que parecen parte del grupo. Creo que hay aquí cuatro o cinco personas que "lideran" a estos jóvenes. La mayor parte de los alumnos los siguen, como si fuesen los más populares. Es un comportamiento bastante primitivo típico de manadas. Es curioso, a mí no me parecen los chicos más amables del grupo y yo no querría seguirles como hacen los demás. Sin embargo, debo ser simpática e integrarme. Además, este gran grupo que se está formando, también tiene alumnos que parecen mucho más agradables que los que llevan la voz cantante.

-Vale -contesto no sin cierta timidez. Me siento bastante insegura rodeada de humanos. Nunca había estado infiltrada en una sociedad tan distinta a la mía.

Salimos de clase y caminamos por los pasillos del instituto. Yo estoy rodeada por unos cuantos. A medida que avanzamos, algunos alumnos intentan buscar la manera de acabar a mi lado. Parece que hay ciertas prioridades en su comportamiento gregario. Los más populares tienden a estar a mi lado. Noto a las dos chicas por detrás. Sé que están cuchicheando cosas malas de mí. Puedo sentir su envidia. Además, cuando he mirado hacia atrás, he visto cómo cambiaban su gesto, como si las hubiese pillado haciendo algo impropio. Las preguntas se suceden, apenas se respeta el turno de palabra, y todo el tiempo intentan llamar mi atención o contarme acerca de sus vidas. Me estoy popularizando demasiado, espero que pronto baje la intensidad de esta situación.

De repente, a lo lejos veo a otra Visitante: una chica morena saliendo de otra clase, también rodeada por unos cuantos alumnos. ¿Otra de mi planeta aquí? Ella, al instante, se da cuenta de mi presencia. A pesar de la distancia a la que estamos y de la cantidad de gente que hay por los pasillos, nos hemos localizado al instante. Cruzamos nuestras miradas durante un instante y, en un acto intuitivo, desviamos la vista la una de la otra para mantener nuestra discreción.

¿Qué está haciendo otra chica de mi planeta aquí? Pensaba que estaría sola en la ciudad. ¡Qué raro! ¿Cuándo habrá llegado? Ya es coincidencia que hayamos caído en el mismo instituto. Supongo que el Consejo la ha ayudado a matricularse aquí también.

Seguimos caminando y tomamos una de las salidas del instituto. En un rápido movimiento, vuelvo a mirar hacia atrás. En ese momento, la otra chica me mira también girando su cabeza hacia atrás. No hay duda, nos hemos reconocido.

Los de mi especie tenemos habilidades especiales que nos diferencian de los humanos. Entre otras, tenemos la capacidad de reconocer a los miembros de nuestra raza. Para los terráqueos, lo más extraño que pueden notar acerca de nosotros es que tenemos cuerpos muy bien formados. Salvo eso, apenas tendrían argumentos para encontrarnos. Sin embargo nosotros podemos ver más allá. Nuestro sentido de la vista está muy evolucionado y, además de ver más colores, nos permite visualizar el campo bioeléctrico de los seres vivos. Nuestros cuerpos apenas se pueden distinguir del de un humano, no en vano compartimos casi toda nuestra genética; sin embargo, nuestros campos bioeléctricos son muy distintos y eso los humanos no pueden verlo.

Caminamos por la calle varios metros. Me encuentro muy mal, me estoy mareando. El aire me quema los pulmones, la tensión me está bajando. Llevo muy pocos días en este planeta, mi metabolismo no reacciona. No puedo más, me tengo que parar.

-¿Te pasa algo? -pregunta Pete.

-No, estoy bien -le respondo intentando restarle importancia.

El grupo se detiene por completo. Dos o tres alumnos se acercan a ver qué me ocurre. Uno de ellos, que no se ha presentado, interviene.

-Estás muy pálida. ¿Quieres sentarte?

-No, no. -Apenas puedo hablar. Creo que voy a desmayarme. No puedo desmayarme aquí.

La vista me empieza a fallar, veo muy borroso y se me doblan un poco las rodillas. No me funciona apenas el cuerpo, estoy perdiendo el equilibrio. Con la poca visión que me queda, localizo un árbol y doy dos pasos hacia él para apoyarme.

-¡Vamos! Un poquito más -pienso.

Cada vez hay más niebla delante de mí, apenas sé dónde está el árbol. Extiendo el brazo para apoyarme en él. No oigo nada alrededor. He perdido el oído. Doy un paso más y por fin noto el tacto rugoso del árbol en mi mano. Dejo ceder mi peso hacia él. Empiezo a sentir que mi cuerpo vuelve poco a poco a la normalidad. Oigo alrededor a los alumnos que me hablan. No les entiendo, no puedo responder, no puedo moverme. Necesito quedarme quieta aquí unos minutos.

De repente, de debajo de mí noto cómo alguien me recoge el brazo que tengo extendido hacia sus hombros.

-¿Qué hace? ¡Necesito estar quieta! ¡Déjame!, ¡no quiero que me toques! -pienso.

-Vamos a aquel banco a sentarnos. -Oigo a mi izquierda a la persona que me acaba de recoger. Giro la cabeza con levedad para ver que es uno de los chicos del grupo de los populares. No sé por qué, pero me parecen muy arrogantes. Tengo la impresión de que quiere protagonismo y pretende demostrar que yo estaba deseando que me ayudase.

-Hacednos sitio -vuelve a hablar. Ha tomado las riendas de la situación y los demás alumnos le obedecen.

Apenas puedo moverme, estoy casi colgando de él, indefensa. El chico me lleva hacia el banco, me sienta y hace lo mismo él, mi lado, como si fuese mi guardián. Apenas puedo mover mi cabeza. Miro alrededor y veo mucha gente agolpándose en torno a mí. Nuevas caras se van incorporando al grupo. Parece ser que he producido un efecto llamada. Cada vez llegan más y más y todos me están mirando. Tenía que pasar desapercibida.

-¡Muy bien Ina, discretita! -me reprocho mientras mis fuerzas flaquean.

La Extraterrestre - Infiltrada en el InstitutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora