Hurón. ¡Cómo odiaba ese apodo!

Una vez que mi rechazo de amor bastó para que Cutro se percatara de ello, se marchó corriendo por las escaleras hasta el segundo piso. Negué con la cabeza al escuchar sus maullidos como si pidiese que fuese a verlo dar saltos por toda la planta.

—¿Mamá? —volví a llamar ante la silenciosa respuesta de la casa.

Nada.

No sabía que iban a salir, ni siquiera lo mencionaron como solían hacerlo en ocasiones.

Me encogí de hombros asumiendo que tendría la casa bajo mis dominios, que podría hacer lo que deseara. Oh, sí... hace mucho tiempo no tenía la casa sola para andar en ropa interior como artista pop en un video musical. Ya lograba ver a una alocada Floyd escribiendo, haciendo desastres por las paredes, poniendo música a todo volumen, cantando desafinadamente, comiendo como ermitaño frente al televisor y maquillándome como nunca lo había hecho.

La libertad que me daba la soledad era irresistible... entonces subí las escaleras y escuché ese particular sonido de las gotas a toda velocidad chocando con la bañera. Mis grandes proezas de desastres se vieron fracturadas por la presencia de alguien más en la casa.

Golpeé la puerta del baño, una voz emanó del interior:

—Está ocupado.

Era Felix. Escucharlo fue como ver a un fantasma. Di un paso hacia atrás mirando la puerta blanca frente a mis ojos. Era la primera vez que ambos nos quedábamos solos en casa.

—Uhm... ¿y los demás? —pregunté alzando un tanto la voz para que lograse escucharme.

—Salieron.

—No me digas —musité con sarcasmo.

Resoplé a sabiendas que preguntarle más cosas a Felix sería un desperdicio de saliva, ni el policía más experimentado podría sacarle información de golpe en un interrogatorio. Apoyé mi cabeza en la puerta disipando todas mis energías por hacer locuras.

Estaba gimoteando en la soledad del pasillo, entonces una brillante idea se alzó en mi cabeza, encajándose en ella. Era una idea algo siniestra y arriesgada, pero valía la pena para resolver alguna que otra interrogante. Volteé hacia la habitación de Felix con una sonrisa traviesa dibujada en toda mi cara. Ese momento era el más oportuno para averiguar sobre la lista.

El lado bueno de mi consciencia me decía que no lo hiciera, me enseñó las posibles consecuencias que mi acto podría traer. Pero el otro lado de mi consciencia, ese que siempre se veía tan tentador, me incitaba a cometer un atraco a la habitación del Poste con patas.

Y como la curiosidad era mi segundo nombre, ni siquiera lo medité demasiado. Solo necesitaba ser precavida y tener una buena cuartada en caso de que me descubriese.

—Cutro... Ven aquí, felino del demonio...

Las pisadas del gato no tardaron en oírse. Cuanto más odiara a esa cosa peluda, más cariño me tenía. Llegó para pasearse entre mis piernas otra vez, pero lo agarré antes de que pudiera tocar mis piernas con su esponjosa cola. Ya en mis brazos, respiré hondo, expulsé el aire, miré hacia la puerta del baño comprobando que el Poste aún estuviese bañándose, observé la puerta de la habitación y, sin más preámbulo, me adentré.

Lo primero que noté dentro fue la pila de libros gigantescos al costado del escritorio. Una agenda en el centro y una pluma negra junto a ella. Todo el cuarto se encontraba perfectamente ordenado, nada estaba afuera de su lugar. La cama en un rincón estaba hecha, el velador junto a ésta relucía de limpio. Creí que tendría la ventana cubierta por alguna manta negra que le diese al cuarto un ambiente oscuro y terrorífico, me equivoqué, la habitación estaba bien iluminada y hasta tenía un singular aroma a bambú.

Despierta y busca la lista, me dije.

Asentí dándole la razón a mi consciencia y emprendí la búsqueda de la arrugada hoja con Cutro en uno de mis brazos. Busqué entre los libros, dentro del velador, en entre las hojas de la agenda, bajo la almohada, el armario, bajo la cama... Sin embargo, para mi mala fortuna no encontré nada. ¿Acaso la lista la tenía él? ¿La llevaba siempre consigo? Negué ante esa idea, Felix no parecía ser el tipo de persona tan arraigada a un simple trozo de papel (que según él era insignificante) hasta en el baño.

Lancé un bufido, uno muy lamentable. Y me senté en la silla del escritorio con Cutro en mi regazo. Volví a repasar desde mi puesto la habitación deteniéndome en la cama. Mamá siempre guardaba sus papeles importantes debajo del colchón, era un buen escondite.

Dejé al peludo gato sobre la silla para levantar el pesado colchón con ambas manos. Allí, en un rincón, encontré una foto de Felix sonriendo con una inocencia poco usual, a su lado se encontraba una chica que le depositaba un beso en la mejilla, más atrás, logré divisar a un chico sacándole la lengua a la cámara. Junto a la fotografía, la hoja. La saqué la fotografía, la examiné y la retuve en mi mano mientras agarraba la hoja para echarle un vistazo rápido.

En efecto, era la hoja con la lista.

Salir en una noticia.

Conocer a su ídolo/famoso.

Viajar por el mundo, al menos 3 países.

Enamorarse.

Colarse en una boda.

Decir: «yo me pongo» en la boda.

Dar un discurso.

Visitar un hogar de ancianos.

Meterse a la playa (sin ropa).

Pasar una noche en el cementerio.

Gritar de un puente en la autopista.

Plantar un árbol.

Salir de la sala cuando el profesor diga: «al que no le guste que se vaya».

Declarar mis sentimientos.

Visitar un hospital llevando disfraz.

Escribir un libro.

Cantar "Hello" de Lionel Richie en un pub, club, bar o karaoke.

Ver una estrella fugaz.

Contar una historia alrededor de una hoguera.

Ir a un centro de spa.

Actuar en una obra con un papel que no sea el de un árbol, planta o algo insignificante.

Unirse a un club.

Ver cómo se fabrican los chocolates y comer diferentes tipos de chocolate.

Había partes tachadas y otras a medio escribir, también observé que su caligrafía iba mejorando mientras más leía; se notaba que al comienzo lo había escrito un niño, pero luego los trazos eran más seguros y circulares. Puse total cuidado al buscar lo de las pizzas y el beso, pero entre todos los deseos tachados no estuve segura cuál sería de ellas, o si en realidad estaba en la lista.

—¿Te diviertes?

Mecánicamente, con mis huesos como las partes de un robot, giré hacia la entrada. Felix estaba de pie, con su cabello mojado, cruzado de brazos y apoyado en el umbral de la puerta. Gotas caía por su frente, recorrían su mejilla hasta la barbilla y terminaban cayendo hasta dar con su torso desnudo. Solo traía un oscuro pantalón puesto.

Al percatarme de ellos me volví hacia la cama, dejé la lista sobre ésta, tomé a Cutro y retrocedí hacia la puerta en silencio. Era un alma en pena de color rojo vivo. O quizás me quede mejor un tractor, porque mi cuerpo era pesado, estaba roja como un tomate y con cada paso que daba podía escuchar en mi cabeza el «pi» que hacen los autos al retroceder. De reojo vi al Poste hacerse a un lado. Una vez en el pasillo, no dudé ni un segundo en encerrarme en mi habitación.

Fueron los 45 segundos más martirizantes de mi vida.

Un beso bajo la lluviaWhere stories live. Discover now