—Oye Lyn —intenté sonar indiferente para que no leyese mis intenciones—, ¿qué opinas de Joseff?

—¿Quién es ese? —preguntó volviendo a su celular.

—Joseff Martin, nuestro compañero de curso. ¿El chico Batman?

Sherlyn frunció el ceño sin entender.

—No me suena.

—Uy... ¡Te gusta! —Mis dedos inquietos se acapararon entre su cintura mientras sonreía como una boba haciéndole cosquillas que ni siquiera surtieron efecto. Sherlyn me miró seria unos instantes y continuó caminando con su celular de acompañante. Achiqué mis ojos viéndola alejarse y luego le seguí el pasó hasta posicionarme a su lado, volviendo a engancharme de su brazo—. ¿No lo admitirás, Lyn? Si quieres puedo guardar el secreto.

—Se te llenó de queso el cerebro, Hurón —espetó, negando con su cabeza como si hubiese dicho algo sumamente malo.

Un «pff» como el de un caballo se escapó de mis labios, no había forma de que lo admitiese. Sherlyn era un hueso duro de roer.

***

Volví a casa saltando en un pie. Bueno... no tan literal. Lo que intento decir es que después de mi alocada tarde fui testigo de un supuesto enamoramiento juvenil, casi me da epilepsia viendo una película, terminé con mis pompas aplastadas y los pies dormidos, y finalmente en mi dulce hogar, regresé con la inspiración a flor de piel. Podía sentir fluyendo por mis poros la dopamina, y no lo digo porque haya comido una barra de chocolate, sino porque la percepción de un nuevo romance ante mí era todo lo que necesitaba para darme ánimos y continuar mi historia.

Escribía a escondidas de mi familia porque me daba un revuelo saber que siendo hija de un escritor mi historia no era una de las mejores dentro de Wattpad. En realidad, mi forma de narración y gramática tenía muchos fallos. Ser hija de un escritor no quería decir que haya nacido dotada de esa habilidad, tampoco la de mamá. Me avergonzaba tener una opinión crítica del Gran Mika McFly, por lo que prefería tener críticas de mis pocos lectores... y tal vez, si alguna vez me lograba tomar en cuenta, de Synapses.

Mi historia era simple. Iba sobre Blue Odyr, mi creación, adolescente de personalidad despampanante, optimista, alocada, impulsiva, con mucha imaginación y sin temor a lo que los demás opinasen de ella. Una chica aparentemente no muy diferente a mí, quien conciliaba una amistad con un chico imaginario que de la noche a la mañana se volvía real.

Creo que ese es el sueño frustrado de muchos. ¿A quién no le gustaría que los inventos de nuestra imaginación fuesen reales? Independiente de lo freak que se oye, la idea me pareció interesante. La creé cuando fantaseaba leyendo «En las fauces del lobo» y deseaba fervientemente que el protagonista fuese de carne y huesos. Así que, con la inspiración en mis venas y las ideas fluyendo en mi cabeza, decidí subir las escaleras, encerrarme en mi habitación, tomar mi laptop y ponerme manos a la obra.

Ese sábado por la noche parecía ideal para escribir... o eso parecía.

—¡Ya llegué! —grité una vez cerré la puerta de la casa. Cutro fue el primero en recibirme paseándose en por mis piernas. Lo aparté con mi pie pues odiaba que hiciera eso. Mi preferencia siempre fueron los perros.

Papá adoptó a Cutro un día que lo encontró en la calle, de muy pequeño, maullando bajo una desgarradora lluvia. Muy dramático todo, lo sé. A mamá le encantó el minino, sobre todo cuando éste saltaba como loco siguiendo una pelotita de plástico. En resumen, el apestoso gato se quedó con nosotros bajo el consentimiento de mis padres. ¡Qué irónico! En su mayoría, son los hijos los que quieren mascotas y les piden a sus padres quedárselas. Aquí fue al revés, no deseaba ningún tipo de mascota entonces, suficiente tenía con que me llamasen como una.

Un beso bajo la lluviaWhere stories live. Discover now