Chasqueé la lengua y solté un bufido desanimado. A mi lado, una callada Sherlyn tecleaba con cesar la pantalla de su inseparable mejor amigo, su celular. Masticaba chicle y después de que un enorme globo rosa estallara, suspiró y volteó a verme.

—Salgamos el sábado.

Aplaudí con entusiasmo y la abracé a pesar de que gestos así siempre solía rechazarlos.

Quedamos de juntarnos en el parque de siempre a las 4:30. Fui la primera en llegar y decidí sentarme en una de las bancas cercanas cuando un mensaje de Sherlyn me informó que se había retrasado porque su almuerzo se quemó. No me quedó más que esperarla, volver a casa sería un gasto de energías y no estaba dispuesta a caminar otra vez. ¡Viva el sedentarismo!

Como todo fin de semana el parque lucía lleno de vida y el rastro del frío invierno ya era inexistente. No podía ocultar la sonrisa mientras contemplaba a los niños jugando, corriendo y tropezando con una torpeza propia de su edad. Las parejas y grupos de adolescentes no faltaban, parecía una rutina tener que verlos revolcándose en el pasto y riéndose. Ancianos alimentaban a los pájaros, otros leían el periódico, observaban a las personas pasar y charlaban entre ellos riendo. Otras personas pasaban pegados a sus celulares, como otros que leían libros sentados en las bancas. Los grupos de personas también encontraban que el parque era ideal para practicar sus pasos de baile o hacer ejercicio.

Sherlyn llegó a mi lado. La tomé del gancho.

—¿Veamos una película en el cine?

Sherlyn solía ser alguien reservada, callada y que solía hablar a través de su celular. En cualquier momento daba la impresión de que le saldrían antenas y se transformaría en un robot. Nunca fue alguien que demostrara sus sentimientos abiertamente, prefería hacerlo con personas de extrema confianza. Ella y Lena también eran amigas, así que cuando mi mejor amiga falleció, fue la única que pudo comprender, en cierta parte, mi dolor. Decidimos no separarnos incluso con nuestras diferentes personalidades y de alguna forma muy peculiar ambas logramos congeniar. Pero ser callada y amante del internet no impedía que los chicos lograsen poner sus ojos en ella, una gran parte de nuestros compañeros decía que era la más bonita del curso. Al saber esto, Sherlyn lo pasó como algo que le daba igual, su interés por el sexo opuesto se limitaba a sus cantantes e ídolos de internet, triunfadores de YouTube, nada más. Muchas veces me pregunté si ella de verdad era demasiado humilde para admitir que un fan-club de chicos la seguía o si simplemente le daba igual. Fuese como fuese, su interés por el romanticismo siempre lo demostraba con un enorme «no» incluso si le pedía ver una película de amor.

—Por favor, Lyn de mi corazón, di que sí. —Junté las palmas de mis manos e incliné mis cejas hacia arriba, observándola con suplica. En definitiva, Tormenta de amor era un título demasiado empalagoso como para que mi amiga gastase dinero en ella.

—¿Tienes cinco películas con efectos especial estupendos y tú quieres ver una película romántica en el cine? No pretendo gastar mi dinero en eso. —Volvió sus ojos la pantalla del celular—. Mejor veamos Terror Siniestro.

—Me niego rotundamente a ver una película de terror —sentencié solemne y con el pecho muy inflado.

Ya no era un hurón, sino una paloma.

—Entonces veamos una de acción —sugirió. Alzó sus pardos ojos y le dio un recorrido con ellos a los carteles con las portadas de las películas, deteniéndose en uno donde una mujer con un traje de aspecto espacial salía posando en medio de unos androides de mal aspecto—. Veamos esa: Anonimatrix, la mujer que viajó en el tiempo.

Fruncí el ceño e intenté ver de qué rayos trataba, pero mis lentes estaban reposando en casa y mis ojitos apenas podían leer la «A» mayúscula.

—¿De qué trata?

—De una mujer que viajó en el tiempo, Floyd —contestó con obviedad. Le di un golpe en el hombro, al que respondió con un gemido—. Auch, qué agresiva —chistó—. Deja buscarla en la página del cine.

Me mecí de un lado al otro esperando que Sherlyn buscase en su celular la trama de la película. Entonces una tercera mano me hizo creer que Sherlyn adaptó una nueva habilidad y por eso solía teclear tan rápido en el celular —cosa que me resultaba de lo peor a mí—, pero cuando éste desapareció de sus manos y Sherlyn palideció mientras alzaba su cabeza, supe que mi amiga no era un fenómeno al que Xavier iba a buscar pidiendo que se uniese a su escuela, sino que un tarado le robó.

Tuve un pequeño déjà vu y agarré a mi amiga para emprender una persecución al ladrón del celular por toda la calle. Todo se complicó pues ya no estábamos en mi barrio, sino en pleno centro y las personas transitaban siempre sin darle importancia a lo que ocurre a su alrededor.

—¡Detente, idiota!

Grité con una cansada Sherlyn siguiendo mis pasos. Era demasiado tarde, el ladrón se había hecho humo, perdiéndose entre una multitud aglomerada frente a una tienda de televisores que transmitían un partido. Mi amiga no podía lucir más desmoronada. Fue como haber perdido una pierna.

Okey, estoy exagerando.

—No importa, le diré a mamá que me compre otro... o puedo hacerlo con mis ahorros. —Resopló con desanimo.

—¿Se le perdió algo a la señorita?

Una resplandeciente sonrisa se dibujó en Sherlyn en cuanto vio una mano con su celular. Lo tomó con sus ojos brillando. Observé al rescatista del celular, encontrando a un orgulloso Joseff esta vez sin su disfraz.

—Gracias, eres mi héroe.

Ambos se quedaron mirando unos segundos que de seguro les parecieron eternos. Entonces, por un instante me sentí una experta violinista.  

Un beso bajo la lluviaWhere stories live. Discover now