El Final y la Despedida (II)

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Y finalmente, eran las dos cincuenta y yo aún no había salido -no quiero asumir la impuntualidad como algo nacional, pero a mí me la contagiaron-. Ya me había duchado, peinado, y con el dinero suficiente como para fingir pagar por los dos -suele funcionar, a veces si termino pagando- y cuando estaba por salir, observo de reojo y Soledad seguía en la misma postura desde hace horas. Me preocupaba, se veía completamente obtusa, como si ni el más potente huracán pudiera moverla de su decisión de quedarse en esa silla.

Entonces me fui. El colectivo, para ser un sábado de siesta aún, aceleró como si faltaban cinco para las siete de la mañana de lunes, sin embargo, eso no impidió que llegue tarde. La hora pactada fue las tres y me pasé seis minutos, a pesar de eso, fui un madrugador frente a Dahiana que llegó casi quince minutos después. Cuando se dignó en aparecer, el saludo tuvo solo un poco de enojo por el horario y luego ya entramos al pequeño lugar puesto en una concurrida esquina, en el que pactamos vernos.

Como dije, no es muy grande y solo contaba con dos mesas, aunque también lo hacía con un potente acondicionador de aire que mitigaba el calor no tan agresivo de aquella tarde, llegando al colmo de dar frío y pedir amablemente que se apague -aquí yace la paradoja- Las dos mesas cuadradas de color marrón, pegadas a una de las paredes, tenían al lado una gran ventana que permitía ver todo lo que sucedía en aquella calle. Buscaba qué decir del acogedor lugar: un enorme mueble que se extendía por casi todo lo ancho del recinto sostenía las múltiples exhibidoras de chipa y otros productos salados a la izquierda, la joven con uniforme blanco se encontraba en el justo y a su costado podrían encontrarse cosas nimias como las pajitas o las servilletas -al menos para nosotros, que nos resulta gratis- y detrás de ella, un ejército de refrigeradores de distintas marcas de gaseosas esperando la orden de acompañar a la orden y una puerta blanca justo detrás de la ubicación de la chica, que supongo es la cocina; también había otra puerta detrás de la segunda mesa, que deduje que sería la del baño. Era todo de un agradable blanco y aunque me tomé todo el tiempo necesario para describir el local, aún no entendía por qué Dahiana eligió este lugar.

- ¿Qué van a comer? -preguntó la joven chica del mostrador, con su casi puro color blanco.

-Bueno... -dijo Dahiana enfocándose en las chipas del exhibidor a la izquierda de la joven- Voy a querer tres chipas, el común nomás, y un cocido negro.

-¿Tres luego?

-Sí, me gusta nio la chipa. y pedí sique vos lo tuyo -dándome un "amistoso" empujón.

-Y bueno -dije, y miré perezosamente el paradero de las chipas-. Yo voy a querer una de cuatro quesos.

-¿Ese gua'u te gusta? -interfirió Dahiana, que cree que solo puede ser de almidón la chipa.

- ¿Qué tiene? al menos yo como uno nomás -riendo.

-Estúpido -sentenció-. Apurate, no es ko para pensar tanto.

-Dejame chera'a. -respondo jugando simplemente.

-No creo que quieras eso -respondió una voz familiar-.

-Viniste...

-Obvio que sí. No voy a dejar que la cagues. Ahora pedí todo que ya te miran raro por tu silencio.

- ¡Ah! -dije ya en voz alta- Y una pulp chica de pomelo.

-Chipa con gaseosa... -reflexionó lo suficientemente fuerte como para que la escuche.

-Cocido caliente con treinta grados -lancé mi reflexión al mismo tono-

-Y... ¿Para comer acá? -Interrumpió algo impaciente la chica-

Dejame solo,  Soledad. Where stories live. Discover now