Capítulo XV: La Empatía

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Una vez que el enigma del paradero de mi celular se resuelva, le escribí a Julio para ir ese mismo día a su casa. Me puse lo primero que encontré, que fue una remera de color gris con varias palabras en inglés que parece fueron puestas al azar y mi jean gastado ya narrado anteriormente. Mi estimado, con tanta estima y reputación social como yo, no encontró alguna cita en la agenda que impida mi encuentro con él; lo que sí le sorprendió es que vaya. No lo culpo, hacía un buen rato que no iba a la casa de alguien que no sea... bueno, es obvio.

Mi discreto amigo, bastante delgado, con unos ojos negros con cierto brillo, pelo rizado al que nunca daba la oportunidad de crecer y una expresión facial casi siempre imperturbable, vivía a un viaje regular en colectivo, uno paciente. No te daba tiempo de acomodarte en el asiento y aguardar horas de travesía, ni era lo suficientemente corto para esperar parado junto a una de las puertas del bus. Era exactamente el punto medio.

El interno que pasa justo frente a mi casa me deja a un par de cuadras calle arriba, de ahí solo resta caminar. La casa es llamativamente reconocible por su diminuto portón de entrada, que si bien cubre de ancho todo el frente de la casa con sus barras verdes y oscuras en vertical, no llega a la altura de mi cintura.

- ¡Voy! -es la voz de Julio, informando que ya va y que deje de aplaudir fuerte como un verdadero pesado.

Mi amigo, que llevaba una remera GAP negra -sin ser malo, sera sel mercado, pero aun resulta vistosa- y un jean holgado azul que parece colgar en sus delgadas piernas ierra la puerta que se encuentra de costado en la fachada de la casa, atraviesa en línea recta su elegante caminero hecho de piedra con forma de onda con su paso cansado, sin mover los brazos al caminar y se inclina un poco para correr el cerrojo del portón que le queda aún más bajo que a mí.

-¿Ha upei? -me dice con su típica energía nula al abrir el portón.

-Ha upei. -cumpliendo el típico saludo "repite pregunta-respuesta" usado aquí- Tanto tiempo..

- Sí nos vimos hoy a la mañana... -responde con su tono casino, casi sin abrir la boca.

-Es una forma de decir nomas...

Buscando con la mirada otra cosa, afortunadamente encuentro a Soledad.

- ¿Y a él le vas a contar? -Pregunta Soledad recostada en el marco de la puerta.

- ¿Ahora estás en contra? ¿No que estaba bien contarle?

-Y bueno, jaha pué. -haciendo un gesto con la cabeza indicando la casa.

-Ok. -respondo levantando las manos levemente.

Ignoramos la "s" del caminero y seguimos nuestro camino a la puerta. Al pasar junto a Soledad ella continuaba con esa mueca enigmática que no daba el más leve indicio de alegría o tristeza, pero imitó el mismo gesto de Julio y me convenció de entrar.

Dentro ya de la casa, con un reluciente piso de granito y una sala de toda una pieza de longitud sobriamente adornada; unos apliques en las paredes que con su luz blanca da al lugar mucha más elegancia; un juego de living en forma de "u" en torno a una alfombra de pelos tupidos sobre una alfombra sobre la que se apoya una mesa de vidrio de dos niveles que cuenta con varias revistas y diarios en la parte baja y una "carpetita" de crochet, una especie de florero que curiosamente no tenía nada, en la parte de arriba; un televisor Philips de 29' con una parte trasera digna de formar parte de una computadora de la Segunda Guerra Mundial que se encuentra frente al juego de cuerina negra. Como es bastante atípico que un amigo hombre venga con intenciones serias a la casa de un amigo, sería extraño llegar y decirle "Tengo que hablar contigo". No todos poseen la fragilidas que tengo. Al menos en mi círculo, eso se vería bastante homosexual. No es como en estas historias románticas de los americanos, es bastante extraño (en todos los sentidos) hablar con otro hombre sobre la intimidad melancólica de uno. Era conveniente encontrar el momento.

Dejame solo,  Soledad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora