Capítulo XX: El Sentido

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Y ahí estaba ella, la tenía en frente. Julieta se encontraba justo delante de mí, pero no me estaba mirando. Era como si fuese solo un tonto fantasma que estorba con su hectoplasma a alguien que no puede verlo. Como había comprendido mi situación rápidamente, iba caminando justo detrás de ella,-como si eso no fuera menos terrorífico- y esperaba algún tipo de milagro para que pudiera verme. Cuando cruzó al otro lado de la calle me llamaron la atención dos cosas: Que al cruzar por el paso cebra, los autos que venían frenaron apenas puso un pie allí, cortesía vial aquí desconocida tanto por peatón como conductor, y que la calle no tenía baches o falla alguna, aunque rápidamente descubrí que sería imposible hallarle falla ya que se trataba de un adoquinado. La curiosidad me estaba ganando y empecé a observar con más detalle el entorno para descubrir que... esto no era Paraguay.

Sólo necesité unas cuadras más de vigilia para otear a lo lejos la Torre Eiffel... Estaba en París por si alguno de ustedes no lo ha notado. No me miren, yo también estaba sorprendido.

Lo que más me sorprendía era la cantidad de estereotipos que encontré en ese paso: Cafés, pudulfs, baguettes y boinas parecían yuxtaponerse en una sucesión ininterrumpida. Como si Francia no tuviera otras cosas. También encontré una galería donde se veía a la Mona Lisa, que debajo aclaraba que fue traída por Napoleón de Italia, eran las dos cosas no francesas que encontré en ese tramo: El cuadro, y la persona que lo trajo.

Se detuvo al fin en un pequeño restaurante -de los miles que había- con unas mesas en la vereda y el aire lleno del más fino perfume. Ella, para no rehuir al cliché, se sentó en una de estas mesas negras que están a la intemperie, pidió un café negro, y se dispuso a esperar. No sacó el teléfono, ni habló con alguien más o se entretuvo con uno de los cubiertos puestos ya en su mesa, simplemente se puso a esperar. Definitivamente estaba distraído aquel día, porque no me había fijado en ella. Cuando echó una mirada tras su hombro, como si quisiera que alguien viniese por aquel lado, note algo más tenebroso que... bueno, yo siendo un fantasma en París. Estaba mucho mayor.

Como podía acercarme sin que sospeche, la observé detenidamente; ahora podían verse unas arrugas ya un poco marcadas al costado de los ojos. Vestía de versage, era un atuendo del que me hablaba siempre, una pollera y saco color beige de una notoria sincronía, como uniforme de azafata o de secretaria ejecutiva que siempre supuso que le quedaría perfecto, y no se equivocaba, así era. Dijo que sería la primera ropa "de marca" que compraría con su primer sueldo. Como si toda la vida me destaqué en matemáticas, calculé que ha pasado más de diez años, como mínimo. Se había cortado el cabello, pero no era un cambio muy radical, solo unos dedos y aun se peinaba igual. Aquí confirmaba que lo que sentía no era cuestión de belleza o de simple atracción, en ese mismo momento, quería ser yo la persona que esté esperando y que al llegar, desprenda una enorme sonrisa. No era cuestión de momento, era notorio que aunque los años pasaran, querría estar junto a ella.

-Es hermosa, ¿verdad?-dijo Soledad, tomando mi espectral hombro.

-Definitivamente. -respondí sin desprender mi mirada de la señorita que no se hallaba a más de dos metros de mí.

-Tenés razón, solo qué es una lástima que de aquella vez no le volviste a hablar...

-¿Qué?

Y se respondió sola mi pregunta. Justo dobló la esquina un formidable sujeto. También de traje, varonilmente afeitado y con un peinado que probablemente en este lado del mundo esté de moda todavía pero que se parece mucho al de lanzar el cabello para atrás como una cresta y raparse a los lados que usa hoy día. Rubio y de ojos celestes. Diría que es feo pero es de simple envidia.

-¿Cómo que nunca le hable? -Pregunté violentamente a Soledad.

-Cuando debiste hacerlo, no tuviste el valor. Pasó el tiempo, se recibió. Consiguió una maestría en Francia... y bueno, lo conoció. El resto es historia. Todavía me pregunto por qué lo hiciste...

Dejame solo,  Soledad. Where stories live. Discover now