Capítulo XVIII: El Reencuentro

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Ese día finalmente llegó. El tan esperado fin de semana de visita prenavidad ya era un hecho presente y la realidad se encontraba en un día viernes. Vi a mis padres bajar con unos bolsones ligeros de la lujosa Rexton negra con la que emprendieron el viaje de más de cinco horas hasta acá. Apenas los escuché empujar el portón que chilló como de costumbre fui a recibirlos primero recepcionando los bolsos, dejándolos a un lado de la puerta y luego dándoles un fuerte abrazo. Se sentía bien recibir uno de ellos tras tanto tiempo.

Entramos y como ya eran pasado de las diez, mi jarra de aluminio sudaba de frío así como nosotros de calor. Papá es el progenitor del que saqué el vicio del terere por lo que, él estaba listo para tomar apenas llegó. Tuve que ir a la improvisada despensa de una señora mayor que temprano va hasta el mercado a comprar los yuyos (remedios medicinales) que son infaltables en su jarra. Como era de esperarse, sin embargo, la efusividad duró muy poco y como si fuese algo hasta habitual que nos viéramos todos los días, la reunión se volvió aburrida.

Estábamos sentados en la mesa del comedor. Habían comprado algo de comer en algún lugar cercano a San Lorenzo, porque estaban listos para el terere. Yo estaba en la "cabecera con la jarra y la guampa, cebando (la ley dice que el menor ceba) a mi papá que lo tenía hacia la izquierda, y a mi madre, a la derecha. No estábamos en el jardín porque no encontrábamos sombra segura al calor infernal y nos quedamos en el "fresco" comedor con un ventilador de pie que nunca utilicé debido a que su motor genera un alboroto parecido al de una licuadora con roncador, encima, al rotar la cabeza, un sonido más placentero es el de un Kure mano (asesinato de chancho) que el troc que genera por fotograma de movimiento el aparato del demonio. Aparte de ese artefacto del mal, que incomodaría a un sordo, no había nadie que emita un sonido.

-Y bueno... ¡Ahí tenes por qué nunca hablo con ellos! -reproché duramente a Soledad, que también padecía el infierno auditivo- Me siento como un extraño con ellos. Se cierran en sus cosas, como lo hacen ahora y no me contestan nada.

Y era así, papá estaba concentrado en su aún deslumbrante S3, debido a su extrema cautela, probablemente guiando a los descerebrados que tiene en el trabajo mientras que mamá, un poco más humanizada, mira de reojo a mi padre y a mí para cerciorarse de que no es la única absorbida en el celular, aun así, no lo soltaba. Tal vez dejaron claro que podían recibir consultas del trabajo en el tiempo de calidad con su hijo, "al fin y al cabo, es muy reservado también" habrán pensado.

- ¿Y qué esperás para hablarles? ¡Ellos lo que vinieron de lejos, preguntales del viaje o qué sé yo! ¡Pero hablales, por favor!

-¿Hace falta hablar con tanta agresividad?

-¡Es el punto ventilador! (no dijo punto) ¿No saben lo que es mantenimiento? ¿o un exorcismo?

-Hey, esto me molesta tanto a mí como a vos, ya que nos duele la misma cabeza. Así que no dramatices.

Luego de pedir a Soledad su mutis de la escena, observé con mirada crítica a mis padres. Mi papá, cuyo verdadero nombre es Hernan, no "padre" es un hombre alto y delgado (no se podría decir que es mi papá) reciente cuarentón, aunque con entradas frontales que lentamente iba profundizándose, pero que aún no diezmaron la abundante cabellera negra que alguna vez tuvo en la juventud, que parece haberlo abandonado hace tiempo más que por su leve calvicie, sino por su semblante serio que parecía que en cualquier momento derretiría su teléfono. Debe ser que alguno de los idiotas no sabe ni cómo sacar agua caliente del bebedero, (mi papá le puso tiernamente ese apodo y ese problema a todos desde que se volvió jefe de su sección) por lo que decir que parece mayor a su edad no es raro. Luego me fijé en la expresión de Gladys, mi mamá; que seguía en sus años treinta, de blanca y un pelo largo y castaño, tenía la mirada mucho más vulnerable, se notaban vidriosos esos bellos ojos color almendra, y de tanto en tanto, se desviaban de la pantalla de su grand prime para verificar si la observaba y cada vez que lo confirmaba, volvía a su celular y sus dedos se movían aún más rápidos sobre el cristal, como si por mi constante observación acelerara su conversación, tal vez para hablar conmigo y con papá, que estaría obligado a prestarnos atención si ocurriera eso, pero jamás pasaba; por esa razón, no entendía el por qué debo confiar en ellos, es más, ¿Cómo confiar en esas personas que te hacen sentir solo?

Dejame solo,  Soledad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora