Capítulo XVI: El Intento

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Al salir de la casa de Julio, que me despidió con un nada emotivo y típico saludo suyo en su brevísimo portón, la luz solar fue reemplazada por el pálido brillo de la luna llena en potencia, pero aún incipiente, y el de la artificialidad de los carteles luminosos que abarrotan las calles de San Lorenzo. El conductor del interno con los colores patrios y con nombre de héroe de guerra, no encontró reparos -ni siquiera en la precariedad de su móvil- para acelerar como si no hubiera un mañana. Al ver que la calle, casi cubierta por un no muy vistoso mercado, constituido por interminables casillas de madera situados en la vereda/borde de la calle prolongándose por varios metros, que además de ensuciar solo estorban a los vehículos, se encontraba ya cerrado y desocupado no vio mejor oportunidad que llevar a su chatarra a los límites rojos. No parecía preocuparle que a mayor aceleración, peor era la vibración de las latas y las maderas remendadas del vehículo, sin mencionar el extraño bamboleo de los cristales "inastillables" y también mayor el miedo a que se vaya desarmando por el camino. Presione com vehemencia la piola que daba la señal de alto al chófer -Sí, en Paraguay hay ómnibus así- calculando que si lo hacía metros antes de casa, frenaría justo en frente -Así mismo, tampoco hay paradas. Se vale todo- y funcionó.

Una vez pasado el miedo a que se repita "La noche de los cristales rotos" bajé con la enorme alegría de volver a tocar tierra firme. Al minuto ya estaba en casa. Con el inusitado calor que se presentaba esa noche, una cena en la pieza con el acondicionador de aire encendido no lucía nada mal.

- ¿Qué tal la tarde? -pregunta Soledad, justo detrás de mí mientras tenia la cabeza en la heladera.

- ¿He? -No la había escuchado, mientras salgo victorioso con el jamón y el queso de la cena.

-Te pregunté si qué tal la tarde... -Con un tono casi inocente.

-Ah, bien, supongo. Hace rato que no la pasaba bien.

- ¿Te das cuenta?

- ¿De qué?

-De que te diste cuenta, tú solo.

- ¿Me estás preguntando si me di cuenta de que me di cuenta?

-Sabés a qué me refiero...

-Está bien. Sí, la pasé bien. Me alegra que Julio al menos piense en eso... Digo, ellos siempre hablaban y tenía mis sospechas...

-Basta, sabés de lo que hablo.

- ¿De qué? -Era algo estéril mi intento de no responder.

-Pues, si no recordás... Jamás le dijiste una palabra a Julio sobre como te sentís.

- ¿Y?

- ¿Pero si te preocupaste por él, verdad?

-Sí... ¿Y?

-Pues Mate, te cuento que fuiste un muy buen amigo.

- ¿Ah, sí? Por?

-Por quedarte a hablar. Por escuchar... ¿En serio tengo que decirte todo?

- ¿Por eso? ¿Qué tiene de especial? Sí ni gracias me dijo.

-Yo te llevo escuchando desde que llegué y ¿Me dijiste gracias en algún momento?

-Pero vos sos diferente... Él es mi amigo. Supuestamente los amigos... ¿Qué pasa?

Fue extraño ver como ella había cambiado en un instante. Sus ojos se opacaron, se vio decaída por un breve lapso de tiempo. Respondió con un clásico "nada" mientras pasaba su mano por uno de sus ojos.

-Seguí nomás. -respondió sacudiéndose el pelo en un meneo de cabeza.

-Ok... Decía que los amigos se bancan. Se entienden y se apoyan. Eso nunca pasa conmigo.

Dejame solo,  Soledad. Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin