Capítulo VII: El Convivir

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Bajé las escaleras con mi celular en mano, con una sensación de que perdí la mañana. Fui al baño y cuando me lavaba la cara me observo en el espejo y lo que vi fue un rostro ojeroso y demacrado; y con razón, había sido el peor día de mi vida.

Cuando estuve "arreglado" y pude bajar el pilincho que tengo en la parte de atrás de la cabeza al despertar, fui a la heladera que está en una esquina de mi cocina- comedor que abarca toda la parte detrás de la escalera, que se divide en mitades por la puerta del fondo. Justo en el rincón izquierdo, en medio de las ventanas de las paredes y a unos pasos de la mesa cuadrada que está como la mesa "principal" de mi vacío comedor, que además de las sillas, tiene un mueble con cajones y alacenas no tiene nada más.

Como ya estaba por ser mediodía, descarté totalmente la idea de tomarme un cocido con leche, que suelo hacerlo más temprano (ya saben por qué no me había levantado) y al ver en la bandeja inferior una mortadela sin acabar, no dudé dos veces en llevarlo junto la mayonesa que estaba en la puerta que cerré con el taco del pie. Al realizar la inevitable vuelta por el giro para cerrar la heladera, me llevo un gran susto al ver a Soledad en una de las sillas de la mesa con los pies en el asiento y su mentón clavado entre sus rodillas

-¿Qué hacés? -pregunta con curiosidad.

-Y ahora voy a desayunar... ¿Querés?

No estaba seguro si un espíritu podía comer mortadela, pero quise ser educado.

-No gracias, -levantó la mano en señal de "paso"- estoy bien así..

Me dio la sensación de que no terminó bien su frase, pero no dijo nada así que proseguí con mi operativo desayuno. Fui al cajón donde estaban los cuchillos en el gran mueble frente a la mesa (con el que sueles chocar si alejan mucho sus sillas los comensales del cuadrado lugar para almorzar) y saqué uno cualquiera, ya que todos tienen el mango azul y casi el mismo filo. Al sentarme en una de las "cabeceras", (ya que es cuadrada) dándole la espalda al Whirlpool blanco que tenía en la esquina y justo al lado de ella, prosiguió.

-¿Y vos? -rompiendo ese incómodo silencio.

-¿Hm? -frunzo el ceño, confundido- ¿Cómo?

-Dije que estoy bien... ¿Y vos?

-Oh... -sin demasiada sorpresa y sin quitar la mirada del pan que corto- Y no sé, creo que bien.

-¿De verdad me querés mentir?

Su voz sonaba un poco enojada, pero su mirada marítima había vuelto y eso era lo que en verdad me asustó. Lo cierto era que quería evitarla, no quería hablar con Soledad porque resultaba demasiado doloroso.

-No te miento. -sin quitar la mirada ahora a la mortadela que rebano- De verdad, creo que estoy bien...

-Vos mejor que nadie sabes lo que significa el "creo"... así que, por favor, contame.

-Ehm... La verdad, no quiero hablar -mientras le doy un mordisco al sándwich- de eso ahora.

-Muy bien... Entonces, contame -echa una mirada alrededor- ¿Vives solo?

-Sí. Vivo solo. -sin darle demasiada emoción.

-¿Por qué? -empezó a notarse su tono de desinterés.

-Porque... -trataba de disimular mi bocado poniendo mi mano frente a mi boca- Vengo hacia acá para estudiar.

-¿De dónde o qué venís? -con la mirada en mí pero notablemente aburrida-

-Bueno, hoy día vivimos en Encarnación, pero mis papás querían que vayan a la UNA -Moviendo la mano para mostrar el nombre en el aire-

- ¿Qué es la "UNA"? -Haciendo las comillas con las manos-

Dejame solo,  Soledad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora