Comenzó a quitarle la ropa con decisión; no iba rápido ni lento, pero no tenía ningún cuidado. Quería desnudarla y quitarse la ropa. Quería sólo una cosa.

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Angelo Petrelli despertó el 31 de enero al medio día, desnudo, mareado, con dolor de cabeza y muchísimas nauseas, por lo que, pese al profundo malestar, saltó de la cama y fue directo al cuarto de baño, donde vomitó un montón líquido amargo sobre el lavamanos.

—Angelo-o —gimoteó Annie, desde la cama.

—¿Qué? —preguntó él, levándose la cara con agua fría, sintiendo que sus sienes punzaban.

—¡Angelo! —ella alzó la voz; temblaba.

—¡¿Qué?! —jadeó él, sintiendo que comenzaba a sudar a causa del malestar; estaba seguro de que, si no tomaba asiento, se caería, aun así, asomó por la puerta porque eso era lo que hacía él: ir a buscarla cuando ella lo llamaba.

... se sorprendió al verla aún tirada bocabajo, inmóvil.

Él no tenía idea de que, al abrir los ojos e intentar levantarse, ella había tenido una fuerte punzada en..., luego se había convertido en dolor agudo, fijo.

—¿Qué me hiciste? —gimoteó Annie, intentado buscarlo con la mirada.

Hasta el momento, él no había entendido; continuaba con el ceño fruncido, torciendo un gesto... hasta que recordó. Perdió expresión de manera súbita e incluso del malestar se olvidó.

—Déjame revisarte —le suplicó, caminando hacia ella, torciendo un nuevo gesto, pero ahora de incredulidad, de arrepentimiento.

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A la mañana siguiente, luego del susto..., del arrepentimiento, llegaría a la conclusión de que, ebrio, no se hacía nada que, sobrio, no se hubiese deseado con intensidad.

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—Ah... Angelo —lo llamó Annie, desde el asiento del copiloto, llevándose a los labios un marcador para textos, color rosa pastel, para después mordisquear la punta.

—¿Qué? —preguntó él, frunciendo el ceño, llevando sus bonitos ojos grises del espejo retrovisor al lateral, tanteando las posibilidades que tenía de girar a la derecha sin que el auto que tenía detrás, lo golpeara.

—Descríbeme brevemente el Racionalismo, Empirismo, Intelectualismo y Apriorismo, por favor.

El muchacho giró a la esquina finalmente y miró el libro que su hermana tenía sobre las piernas. Ella lo cerró inmediatamente, poniendo ambas manos sobre éste, cubriéndolo de él.

—¿En qué capítulo vas? —preguntó a cambio él.

—Cuatro —mintió ella.

—No es cierto —él miró nuevamente al frente—; no he leído ese libro, pero esos puntos forman parte de la Estructura del Pensamiento, lo que, por lo general, están en las primeras páginas de ese tipo de material.

—Ay —Annie hizo un sonidito de enfado—. Sólo dime lo que te pedí.

—No —él sacudió la cabeza—. Son cosas que debes leer y analizar tú misma.

Anneliese lo miró frunciendo sus cejas rubias; aquella mañana se había maquillado más que otros días.

—Bien —aceptó ella—. Pero las horas que me demore leyéndolo serán los días que te quedas sin sexo —determinó.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora