—Lyron está planeando algo que todavía no sabemos —dice dejando atrás lo anterior—. Tu padre está preocupado y yo también.

—Por favor —río—. ¿Desde cuándo soy prioridad nacional? Déjenme en paz. Si Lyron hará algo, que sea pronto. Ya se está tardando.

—Deja de hacer berrinches, estás grande para eso —sus cejas se juntan al centro de su frente—. Tomate esto con seriedad.

—No eres nadie para decirme que hacer —lo increpo.

—¿Vienes a Borgoña?

—No —miento.

—¿A qué vienes?

—Necesito ver a Lucas, antes de irme.

—¿Irte? —Ahora es él quien ríe—. Nunca has salido de estas ciudades, no conoces otro lugar más que este.

—Eso es problema mío —agrego con molestia.

Lo escucho suspirar con cansancio, agacha la mirada, mientras soba su frente con evidente irritación. Luego sus ojos me miran llenos de seriedad y puedo ver en ellos algo que no me gusta.

—No quería hacer esto, pero me has obligado —expresa.

—¿Hacer qué? —Cuestiono, entretanto lo veo alejarse—. ¿Daron?

No me contesta.

Despierto como siempre que tengo este tipo de encuentros.

El autobús está detenido y veo como la gente comienza a bajar, echo un vistazo a mi lado y veo que mi compañera de viaje no está. El chófer grita que es la última parada y sé por ello, que he llegado a Borgoña una vez más. Tomo una inhalación profunda y dejo escapar el aire por la boca. Desciendo del autobús con mi maleta en mano, saco mi celular del bolsillo del pantalón, recordando que aún existe y como por arte de magia una llamada entrante marca en la pantalla.

—Hola —digo en cuánto contesto.

—¿Nathalia?

Escucho su voz a través de la bocina y sonrío para mí misma.

—Sí.

—¿Dónde estás? —Es lo primero que pregunta—. Fui a buscarte a la universidad, pero no estabas y... —hace una pausa—. ¿Estás bien? —suspiro.

Me siento tan malditamente desgraciada, al notar la preocupación que siente. Somos lo único que tenemos y yo no he hecho más que ser una mal agradecida con él.

—He venido a Borgoña —contesto—. Necesito que me ayudes, papá —digo casi en un susurro.

—Claro que sí, hija —cuando lo escucho decir esas palabras, los ojos se me llenan de lágrimas y una sonrisa cerrada se planta en mi boca—. Estoy en casa —dice y rápidamente se borra el gesto de alegría de mi rostro.

—¿En casa? —Cuestiono y no sé por qué lo hago, sí sé perfectamente en donde queda eso.

—Sí —afirma—. Tenemos que hablar.

—Sí, tenemos que hacerlo —concuerdo—. ¿Podríamos vernos en otro lugar?

—¿Por qué? —Interroga—. ¿Sucede algo?

—Quiero hablar a solas contigo.

—Él no está.

Cierro los ojos unos segundos.

—Estaré ahí en unos minutos.

—Bien... —suspira—. Te esperaré aquí, hija. Te amo y lo sabes, ¿cierto?

Daron, un ángel para Nathalia © [Libro 1]✔Where stories live. Discover now