[2.3] Capítulo 33

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Lorenzo sacudió la cabeza, intentado ocultar su risa.

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Anneliese entró corriendo a su casa y, sin entender qué sucedía, algo asustados, Angelo y Lorenzo la siguieron; ella subió por las escaleras y no se detuvo hasta llegar a la habitación principal, donde se detuvo frente a la puerta cerrada, con la mano sobre el pomo que no se atrevía a girar.

Lorenzo, impaciente, la apartó con suavidad y abrió la puerta, encontrándose a Rebecca sobre su cama, durmiendo junto a Gala, quien alzó la cabeza para mirar a los nietos de su compañera humana, haciendo luego un sonidito muy bajo, que no llegaba a ser ladrido ni chillido.

—¿Qué pasa? —preguntó Angelo a su hermana.

La rubia no lo escuchó; dio el primer paso al interior de la recámara, implorando porque su abuela sólo estuviese dormida.

Fuera, los perros seguían lanzando aullidos largos.

Abue —Annie la llamó, quedito, acercándose a ella.

Gala emitió nuevamente ese sonidito... y eso alertó a Lorenzo; el muchacho se adelantó, sintiendo que su corazón comenzaba a acelerarse, y sacudió a su abuela por un brazo, llegando casi al hombro.

Mamá —la llamó él; algunas veces, cuando era niño, el pelirrojo se equivocaba y llamaba «Papá» y «Mamá» a sus abuelos maternos... y el error continuó, sin serlo realmente, cuando estaban a solas y cada vez que los llamaba.

Rebecca no respondió.

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—Genial —suspiró Raimondo; se encontraba en la terraza trasera, husmeando dentro de las cajas, llenas de trofeos, que Matteo había llevado a la residencia familiar, para Anneliese y Angelo.

—¿Qué es? —preguntó Lorenzo, quien ayudaba a Anneliese a quitar el polvo de sus libros.

—Nuestro cubo de Rubik —le mostró el cubo, armado y con algunas inscripciones escritas, con un marcador negro, sobre la cara blanca.

—Ay —el pelirrojo alargó la mano y cogió el cubo—, aún se ven nuestros records —suspiró—. Yo aún digo que el cronómetro estaba mal.

—No estaba mal —aseguró Angelo—: eras el más lento.

—Déjame ver —pidió Gianluca; en la cara blanca, pudo leer:

«A: 8
R: 8:45
L: 10:32»

—¿Qué es esto? —preguntó—. ¿Minutos? ¡¿Podían armarlo en siete minutos?! —se asombró.

—No —Raimondo sonrió—. ¡Son segundos! Teníamos nueve años cuando escribimos eso, dando por concluida nuestra experiencia con el cubo.

»No volvimos a tocarlo luego de ése día; al menos no el de 3x3.

—Siempre fueron igual de raros —dijo Lorena a Gianluca, sentada sobre el brazo del sofá tejido que el muchacho ocupaba.

Gianluca arqueó las cejas.

—Yo jamás logré armarlo —confesó, haciendo girar una cara del juguete.

—¡No! —lo reprendió Lorenzo, quitándoselo de las manos (el cubo no debía moverse más: era un recuerdo); regresó el juguete a su antigua posición y se lo lanzó a Raimondo, quien tenía una enorme sonrisa en los labios.

—¿No podías armarlo? —se interesó él; su sonrisa era malvada.

—No —siguió Gianluca—; es infernal.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now