8. Felicidad momentánea (25:97)

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— ¿Y es mi culpa?—cuestionó enfadada—. No estaba haciendo nada malo, es la primera vez que salgo de noche. Es la primera vez que me divirtiendo y apareces tú ¡y arruinas las cosas!—bramó, le golpeó en el hombro un par de veces mientras él se reía de ella—. ¿Por qué? Ahora me vas a querer chantajeando.

Renzo se orilló, apagó el vehículo y gracias a la luz de las farolas aprecio el cambio en la muchacha. Madai no iba vestida fuera de lo común, vaqueros negros, blusa de algodón de manga larga y zapatillas. Lo inusual se encontraba en su rostro, llevaba maquillaje y el cabello —ahora suelto— se veía más largo.

— ¿Tan mierda crees que soy?—arremetió, ella refunfuñó y cruzó los brazos—. Sé que no soy el mejor ejemplo, sin embargo, no soy un menor de edad metido en un lugar que puede ser hasta peligroso. Son las dos de la madrugada, ¿piensas que te voy a dejar ahí, sin preocuparme aunque sea un poquito?—Ella evadió su mirada, lo sintió moverse y apreció el tacto en su hombro—. ¿Dónde estaban tus amigos cuándo caíste en el mar de gente? Si no te veo ¿qué hubiese ocurrido? ¿Qué tal si llegas a emergencias? Tu madre trabaja ahí y te hace dormida en casa. —Un estremecimiento respondió sus preguntas, Renzo frotó su mano en la espalda de Madai—. ¡Hey! No te preocupes, no voy a decir nada. —Ella lo miró de soslayo—. Ni siquiera tengo el número de tu madre.

— ¡Maldito seas!—chilló con una sonrisa, en su interior se sintió aliviada—. Entonces ¿por qué me sacaste de ahí? La pasaba bien, volvamos—sonsacó.

Renzo cubrió su boca con la mano y negó con la cabeza.

—No.

— ¡Renzo!—lloriqueó. Enlazó los brazos debajo de su pecho y guardo silencio, claro, hasta que sus tripas se hicieron oír. El muchacho encendió el vehículo, con un lugar en mente.

—Mejor te llevo a cenar y me explicas qué hacías ahí; y quiénes son ellos. ¿Te parece?

Cenaron perritos calientes sobre la cajuela de su auto, conversaron a grandes rasgos de los motivos que los llevaron a ese lugar. Él conocía a uno de los integrantes de la banda principal, desde hacía algunos años le había invitado a verlos tocar, pero estaba fuera de la ciudad y le resultaba imposible. Ella en cambio, omitió gran parte de lo ocurrido esa tarde, en específico lo del llanto. Se sintió tranquila al ver que Renzo le prestaba atención, aunque le sorprendió que depositara tanta confianza en esos dos, ya que eran unos extraños en su vida, como él. La dejo fuera de su casa y antes de que bajara, le pido su número telefónico.

Se excusó argumentando que si quería salir, le llamara y se hacían compañía. Le juró que todo era por las muchas veces que su abuela fue buena con él.

—Oye. —Maddi se detuvo antes de salir del auto—. Prométeme una cosa—Lo vio frotarse la barbilla—. Si por alguna razón, llegamos a dejar de vernos durante mucho tiempo... y no te hablo, ni te envió un mensaje... —Maddi lo alentó a proseguir—; ¿Lo harías tú? No quiero que volvamos a perder la comunicación. Me voy a quedar en la ciudad y de cierta manera, eres parte de mi vida.

—Lo prometo. Solo si te comprometes a responder, no tiene caso que haga mi parte si tú no cumples la tuya.

—Vale, es justo—contestó. Madai dudó en besar su mejilla, pero termino haciéndolo a modo de retribución—. Buenas noches.

Corrió hasta su casa con una enorme sonrisa en la cara. Se alegró que su madre no hubiese llegado aún, ya que el auto no estaba fuera de la cochera, como era la costumbre. Se escabulló cuidadosamente, encontró a su tía en el sofá. Livia se sintió tranquila una vez que la palpó y juntas subieron a sus habitaciones. Maddi envió el mensaje para Dina, agradeciendo la noche singular y lamentó tener que irse temprano. La pelirroja le extendió la invitación a su casa, para dialogar lo ocurrido y evitar que diera paso a la tristeza. Se acababa de poner el pijama cuando escuchó el auto de su madre, a la vez que recibía un último mensaje. Era de Renzo.

Alterna y continua ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora