7. Vida Nocturna (28:89)

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Se estiró como un gato, removió su cadera contra el sofá y al percibir el tacto rugoso de la tela, se puso de pie de un sobresalto

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Se estiró como un gato, removió su cadera contra el sofá y al percibir el tacto rugoso de la tela, se puso de pie de un sobresalto. No era su casa. ¡Dios! ¡Se había dormido y posiblemente roncó!

—Ya despertó, tu amiga—indicó Tharsis.

¡Qué vergüenza! Se repitió Madai amodorrada. Pasó sus manos con frenesí por la cabeza, procurando aplacar su cabello, se giró muerta de la pena y se limpio un rastro posible de lagañas.

— ¿Te sientes mejor? —cuestionó Dina, desde la barra que dividía el salón que usaban de sala, comedor y cocina.

— ¡Ay!—escandalizó. Sintió las mejillas tan rojas como un tomate—. Lamento muchísimo venir hasta tu casa para decirte cosas que no te incumben ni te importan y quedarme dormida. De verdad, perdón. Te juro que no era mi intención—se apresuró a explicar, atolondrada a causa del sueño—; Ni siquiera te conozco lo suficiente, ya te conté toda mi vida y creo... —Abrió los ojos llena de sorpresa al ver una mancha húmeda. ¡Babeó el cojín! ¿Por qué no se abría la tierra y se la llevaba al infierno de una vez?—. ¡Mierda!—farfulló. Tomó la almohadilla y avanzó para conDina, quien compartía la comida con su hermano—. Te prometo lavarlo o hacerte uno, perdón.

Dina la sujetó del brazo, le quitó el colchoncillo y lo lanzó al sofá, ya lo lavaría cualquiera de ellos el domingo.

—No pasa nada. Yo una vez me quede dormida en una cita y eso que el chico me gustaba mucho—dijo, acompañada de una sonrisa—. ¿Te sigue doliendo la cabeza?

—No, gracias por todo. —De nueva cuenta retomó su camino hacia la salida. Sin embargo, Dina no apartó la mano de su brazo.

—Come con nosotros. —De nuevo le sonrió. ¿Acaso todo el tiempo se podía estar feliz? Maddi desplegó la mirada hacía a su hermano, parecía menos efusivo que ella y no quería incomodar.

—Estoy haciendo crepas—dijo escondido en la cocina—. ¿No pensarás despreciar mi recién adquirida habilidad?

—Sí, Maddi, vamos a aprovechar que Tharsis sabe hacer algo más que huevos hervidos—interrumpió la pelirroja, jaló el banco y lo palmeó para que se sentara—. Es para alegrar un poco la tarde.

De nueva cuenta se talló los ojos, suspiró y aceptó el plato. Nunca antes probó una crepa, era como una versión más delgada de un panqueque. Tharsis rebuscó en la nevera, haciendo lo mejor que podía con lo que tenía. La suya era salada —cosa que le explicó Dina—, tenía queso, pepperoni y salsa de tomate. Le supo a gloria el primer bocado y el resto.

Ninguno sacó a relucir el tema de nuevo, ella dio por sentado que Dina le informó de la situación a su hermano. El cual era agradable, aunque no de muchas palabras, al menos tenía algo en común. Mientras comían observó las similitudes entre los hermanos, de piel pálida en comparación de la suya, ojos claros, las cejas no eran espesas; Tharsis era portador de unos labios rellenos y rosados, las narices eran iguales, con una punta bonita y eran altos, muy altos. Si se colocaba a un lado de él apenas alcanzaría su hombro, con Dina la diferencia era más reducida.

La música fue silenciada desde el momento que tomó asiento en la sala, ahora que se encontraba con la mente despejada, recorrió con la vista aquella edificación. El interior era más sombrío, las paredes estaban recubiertas por papel tapiz que simula la madera, debía datar de los años sesenta, su abuela tuvo uno igual. Contra la pared encontró un estante lleno de discos compactos, una caja con vinilos del padre de los chicos, el cual por el momento estaba fuera de la ciudad con su esposa; y un sinfín de películas en formato DVD. Alcanzó a ver un grupo de libros en uno de los cuadros del estante y un reproductor de música. Dina encendía las seis bocinas que lo conforman. Le extrañó que la casa no se hubiera derrumbado antes.

Alterna y continua ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora