1. Cosas prohibidas (21:94)

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¡Dios! El simple hecho de pensar en cómo amanecería hacía que las pestañas le dolieran

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¡Dios! El simple hecho de pensar en cómo amanecería hacía que las pestañas le dolieran. Cada vez parecía más tentadora la idea de un tractor aplastándola con tal de no volver a entrenar como lo hicieron ese día. ¡Y para rematar! la parada de bus más cercana a su casa quedaba a ¡cuatro manzanas! ¡Joder! Iba a llegar arrastrándose si es que no se desarmaba antes.

Se interrogó, por enésima vez ¿en qué diablos pensaba cuándo decidió unirse al equipo? ¡Ni siquiera le gustaba el baloncesto! Lo peor fue que el entrenador las vio en tan mala condición que decidió aplazar los juegos, les ordenó estimular los músculos, los de Maddi sacaron bandera blanca a la primera vuelta. Puesto que las mandó a trotar por todo el campus escolar. Realizaron series de veinte saltos, de mariposa, extendidos y otros con nombres que no recordaba; hicieron desplantes, subieron y bajaron las gradas durante diez minutos sin parar y ya no se quería acordar.

Con todo el ejercicio de ese día esperaba haber quemado las calorías de al menos tres kilos. A pesar de no sufrir obesidad, tenía unos cuantos de más, trece para ser precisos. Los cuales, para su altura, la hacían lucir "bien". Su tía le recomendó no perder mucho peso, ya que eliminaría la grasa de sus senos y esas caderas que se dibujaban cuando usaba un vestido. En cambio su madre, se quejaba de que no fuera una talla más pequeña, le parecía inconcebible comprar ropa más grande para su hija que para ella. Estaba cansada de esa cantaleta, de los reproches por su peso, como si eso determinará su valor como persona. Jadeó y continuó su camino.

Lloriqueó al ver la última calle antes de llegar a su casa, era una pendiente que odiaba con todas sus fuerzas. Días como hoy, se preguntaba si existía la posibilidad de mudarse cerca de la estación de transportes o si le brotarían alas un día de estos. Lo más probable es que primero le nacieran una cola y cuernos, ya que era una perezosa la mayor parte del tiempo.

(...)

Su tía Livia era sucesora de la pequeña sastrería de su difunta abuela Loida, el negocio formaba parte de la casa, pasó de largo al llegar, a diferencia de otros días, dejando claro que apenas podía con su alma. Caminó directo al baño, le urgía una ducha con agua caliente.

El resultado fue agradable, sus recién descubiertos músculos se relajaron, mañana iban a doler como los mil infiernos. Subió a su habitación, en busca de un encuentro cariñoso con la cama, abrió la ventana, buscando que el calor se disipará y logró captar la voz de Brian Johnson a lo lejos. Cerró los ojos antes de identificar el nombre de la canción.

Sin embargo, la paz no duró mucho, el timbre del teléfono en el pasillo repicó varias veces. No tenía fuerzas —ni intenciones— para ir a atender, quien fuera, debía rendirse y dejar un mensaje en la contestadora. El crujir de la madera le informó que su tía venía directo al cuarto. De seguro era su madre, llamando para saber si ya estaba en casa; se le habia olvidado por completo informarle que llegó con bien.

Livia golpeó a su puerta, las bisagras chillaron y se limitó exhalar.

—Está dormida, ¿no puedes marcar más tarde? —la escuchó decir. A los segundos sintió el roce de unos dedos contra su mejilla—. Hoy tuvo entrenamiento, llegó tan agotada como el lunes. Me da pena despertarla.

Alterna y continua ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora