3. Mal augurio (13:27)

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Era día sábado cuando despertó desde bien temprano, aprovechó para lavar y dejar limpio el uniforme, ni loca sacrificaba otro domingo haciendo labores en la casa

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Era día sábado cuando despertó desde bien temprano, aprovechó para lavar y dejar limpio el uniforme, ni loca sacrificaba otro domingo haciendo labores en la casa. Asimismo, necesitaba dinero, decidió elaborar el desayuno para su madre y ablandar su corazón antes de lanzar la petición; preparó tostadas francesas, picó fruta y pretendió darle una presentación de restaurante. Se veía horrible, pero era hecho con todo el amor de una adolescente sin trabajo que dependía de su madre cuando quería ir al cine. Tuvo precaución al subir las escaleras, no deseaba quemarse con el café. Llamó a la puerta, Olivia la recibió todavía somnolienta, la guardia nocturna la dejaba cansada y se repetía la mayoría de los fines de semana.

Le sonrió con toda la ternura posible en aquel cuerpo inmenso, era mucho más alta que su madre. Olivia levantó las cejas, sorprendida por el detalle de su hija, hacía tiempo que no se mostraba tan atenta. Le dio las gracias y buscó desesperada el café, eran casi las diez y ella seguía en la cama, con pijama incluido. Maddi esperó a que probara los alimentos, al notar el agrado con el que los masticaba y los cumplidos que expresó en dos ocasiones, decidió que era tiempo de pedir un préstamo.

— ¿Qué deseas? —Soltó su madre, antes de que ella dijera media palabra—. Te conozco lo suficiente para saber que esto—señaló la bandeja—; no es por el amor debes profesar a tu madre.

—El 10 de mayo lo hago—le recordó, aunque hacía dos años que desayunaban fuera—. También en tu cumpleaños—se apresuró agregar, satisfecha de tener argumentos con los cuales debatir.

—La última vez que lo hiciste tenías nueve y tu padre te ayudó a preparar panqueques— mencionó con un deje de nostalgia.

Maddi hizo un gesto similar a una sonrisa, cuando lo recordaban era inevitable que su fibra más sensible no doliera. Olivia sujetó su mano, se inclinó lo suficiente para dejar un beso en su mejilla, a la vez que le acariciaba la piel tersa y libre de arrugas.

—Eres muy parecida a él.

—Lo sé—cuchicheó. Maddi apretó la mano de su madre y se quedó mirando hacia la nada.

—Bueno, no quiero que te pongas triste—interrumpió, con voz gozosa y una bella sonrisa—. ¿Necesitas dinero? ¿Ya te acabaste lo que ganaste la semana anterior?

Soportó el impulso de hacer un puchero y asintió con un cabeceo. Gracias a su madre, y su tía, había conseguido un trabajo temporal como niñera entre sus conocidos, el jueves pasado cuido a un niño y la paga se la había gastado en los dulces que escondía debajo de la cama. Su madre sencillamente meneó la cabeza en una negación, le solicitó de favor que le diera su bolsa y le dio un billete con el cual le alcanzaba perfectamente. Madai le agradeció con un beso tronador en la mejilla, además de otra taza de café.

Agarró la bandeja con los platos sucios y avanzó hasta la puerta, dando saltos de felicidad.

—Por cierto, ¿a dónde piensas ir? —interrogó. Maddi la miró confundida, ya sabía que los fines de semana iba de visita a la casa de los Singer.

—Lo mismo de cada sábado, para ir con Samira a alguna parte—respondió.

Olivia modificó su expresión, el humor le cambió y demandó que se sentara en la cama. Se cruzó de brazos y repitió la pregunta, esta vez su madre parecía otra, tomó la actitud con la cual la reprendía al no limpiar a fondo su habitación.

— ¡Pero si apenas ayer se la pasaron juntas! —respondió irritada, cansada de que le estuviera mintiendo—. Johan me contó que la llevó a tu instituto, dijo que te fue a ver entrenar. — Se levantó, dejando a su hija completamente embrollada—. ¡Ah! Por cierto, tengo trabajo para ti, así que devuélveme el dinero.

La había dejado patidifusa, Maddi dejó el billete en la palma extendida y no replicó, con tal de evitar el enfado de su madre.

— ¿Qué tengo que hacer? —cuestionó—. ¿Limpiar la casa sin recibir paga? —agregó burlona. Ya una vez se la había aplicado su madre a modo de castigo.

—No. —Olivia se estiró como un felino y se dirigió al armario—. Ayer me encontré con Luciana viuda de Palafox ¿te acuerdas de ella? —Asintió, esa señora fue íntima amiga de su abuela—. Te envía saludos, iba con su nuera y me han solicitado de emergencia tus servicios.

— ¿Míos?

—Sí. Dorothea quiere que cuides a sus gemelos. —Se le pararon los pelos de la nuca, cuidó en dos ocasiones a esos chiquillos ¡eran tremendos! —. Te van a pagar bien, necesitan que duermas en su casa. Tienen una fiesta importante y quieren dejar a los niños con alguien de confianza.

— ¿Y me avisas justo hoy? —atajó molesta. Sus planes se estaban arruinando, tenía ganas de salir ya que el fin de semana anterior no hizo nada relevante.

—Te estoy informando que vas a ir a hacerle un favor a la amiga de tu abuela—espetó su madre—. Además, ya pasaste tiempo con Samira. No tienes que estar pegada a ella todo el día, y lo más importante, recuerda que necesitas el dinero.

Maddi entrecerró los ojos y se fue de mala gana a su habitación. En el pasillo se topó a su tía, quien portaba una pequeña maleta en la mano, resultó que ella también iba a casa de los Palafox, Dorothea la llamó solicitando sus servicios desde temprano. Livia esperó pacientemente a que su sobrina se alistara, hiciera una mochila y saliera de la casa, junto con ella. Y no pasó por alto el rastro de tristeza que empañó sus ojos, de un bonito color chocolate.

— ¿Peleaste con tu madre? —Indagó mientras subían al auto, le respondió una vez que estuvo en el interior y con el auto marchando lejos de casa.

—No fue una pelea en sí, estoy molesta porque no me preguntó antes de aceptar que fuera con Palafox. Tenía ganas de salir. —Livia percibió irritación en la voz de Maddi, no obstante, no quiso forzarla a que revelara lo que en realidad le molestaba—. Pero ya que. Sabes que no me gusta hacerla quedar mal.

—Yo lo haría—respondió con sinceridad su tía—. Digo, la que va a tener que aguantar a los tres hijos de Dorothea, eres tú, no ella. Niégate cuando no desees hacer algo. Olivia necesita entender que debe tomar en cuenta tu opinión antes de abrir la boca, eres su hija, no su sirvienta.

Livia no supo cómo todo aquello salió de manera frívola por su boca, se cubrió con la mano mientras su sobrina la veía asombrada.

—Cariño, no quise sonar tan déspota...—intentó reparar la situación.

—No, ¿qué-qué acabas de decir? —balbuceó—. Mamá dijo que eran dos. ¿No me digas que tuvieron otro? Nunca me mencionaste su embarazo. —Su tía sonrió ante la ocurrencia—. No me digas qué...

A Livia le sorprendió que no recordara al mayor, de hecho, ellos se conocían desde muy pequeños. Incluso... « ¡Ah! Era por eso», pensó, un tanto aliviada al ver que no se enojaba por lo que comentó.

Madai y Renzo Palafox, el nieto mayor de Luciana, habían tenido un altercado cuando el chico tenía seis años y su sobrina cerca de dos. Por un motivo que la mayoría todavía desconoce y ella no recordaba, le había saltado encima como un gato furioso, arañando la carita del mocoso. La historia era la comidilla entre Loida y Luciana, quienes se reían de las travesuras de sus retoños. Y la única que hasta la fecha no encontraba lo gracioso por ningún lado, era la misma que no sabía dónde meter la cabeza mientras llegaban al fraccionamiento donde vivía aquella familia.

Tenía años de no verlo, incluso desde antes de que este saliera del instituto para ir a estudiar la universidad, al parecer, volvió con intenciones de establecerse. Y así como Livia todavía recordaba aquella anécdota, Renzo no olvidaba que una niña lo había atacado.



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