0.5 Introducción

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Septiembre de 2008

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Septiembre de 2008

El verano era el pretexto perfecto para mantener la ventana abierta en su totalidad. Desde su habitación observó el patio trasero, donde el follaje espeso de un solitario y viejo árbol, seguía cubriendo parte de su panorama. En la rama más gruesa aún colgaba el columpio que hizo su padre cuando era pequeña, la cuerda estaba desgastada a causa del tiempo, la madera descolorida y seca, era un banquete para las termitas.

Maddi no lo usaba desde hacía años, en aquel entonces era una chiquilla con la única intención de sentir el aire contra sus mejillas; ahora, que era toda una mujercita, temía sentarse y que se fuera a romper, no solo la cuerda. Sus intereses ya no consistían en alcanzar las hojas del olivo, se encontraba próxima a cumplir diecisiete años, así que sus pensamientos tomaron el mismo rumbo que los de su amiga: chicos, cine, ropa... y un placer oculto; disfrutar de la música que oía a lo lejos.

Desde su casa, donde moraba con su madre y su tía, escuchaba una serie de canciones que cada vez la enamoraban más, se deleitaba tanto con el ruido del vecino que cualquier persona que le echara una mirada podía deducir que vivía en un éxtasis total. A pesar de estar sentada sobre el marco de la ventana, su pie no dejó de moverse, era como si sufriera el síndrome de la pierna loca. Sin embargo, los sonidos de la batería, la guitarra y la voz peculiar de Bon Scott, producían una electricidad que prendía su esqueleto, cobrando vida propia.

No tardó en pegar un salto, cayó en medio del desastre que llamaba habitación y se sacudió como si estuviera poseída. Eso lograba AC/DC que se olvidara del resto y dedicara unos minutos para ella. La melodía —combinada con el baile— provocó una liberación de endorfinas, la transportaron a un estado de euforia y grata felicidad. Maddi gustaba, como ninguna otra persona, de la música «escandalosa» —en palabras de su madre y la vecina fisgona— del inquilino en la parte trasera de la manzana.

Vivía feliz de que alguien, con semejante gusto musical, se mudara por aquel barrio, a pesar de no conocer a la persona que reproducía las canciones, estaba agradecida con ella por animar sus tardes y sus mañanas los fines de semana. Las que más disfrutaba eran las primeras de la banda, tenían toques del rock&roll que tan famoso hizo a Elvis. Era cuestión de un poco más de tiempo antes de que se declara fan incondicional del rock ¡y todo gracias al enigmático ser!

 La música la indujo a sujetar la escoba y rockear como un guitarrista sobre el escenario. De seguro en el piso inferior su tía intuía que estaba matando cucarachas, ya que saltaba de un lado a otro. Los brincos cesaron y fueron reemplazados por la fricción de sus pies descalzos, su progenitor estaría orgulloso al ver como ejecutaba los pasos, aunque los mezclaba con un estilo similar al twist; sin duda, no tenía idea de cómo bailar, consentía que su cuerpo se moviera con total libertad.

Ya estaba animada y la canción iba por la mitad, en el momento cúspide, cuando decidió imitar los pasos de Angus, el guitarrista y corazón de la banda. No obstante, moverse por un terreno minado —como su madre llamaba a la cuarto— era una catástrofe asegurada. Al segundo paso se pinchó el pie con una chuchería, pegó un alarido de dolor y, sin medir el movimiento de su mano, estampó el palo de la escoba en su frente. Apenas estaba reaccionando al impacto cuando se estremeció el suelo a causa de las pisadas de su madre, Olivia.

Alterna y continua ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora