8. Felicidad momentánea (25:97)

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Renzo olía a una combinación de alcohol, cigarro y loción; le pareció divino el aroma, aspiró de cerca y se deleitó como si fuera un elixir

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Renzo olía a una combinación de alcohol, cigarro y loción; le pareció divino el aroma, aspiró de cerca y se deleitó como si fuera un elixir. No quiso ver su cara, en específico los ojos, ya que lograba ponerla nerviosa y necesitaba preparar una buena excusa. La sacudió de nuevo, esperando una respuesta.

—Sí, estoy bien—susurró. Abrió los ojos y encontró una mueca que dejaba claro que él no estaba con buen humor. Maddi se preocupó por su olor, estaban muy cerca ¡no supo descifrar a que diablos apestaba! Lo más seguro es que a sudor después de tanto salto.

— ¿Bebiste?—cuestionó. Ella no contestó, él aproximó su rostro al suyo y olfateo, tal como un sabueso, muy cerca de sus labios—. No sabes tomar, y lo hiciste en un lugar donde te puede suceder algo. Te llevo a casa.

Forcejeó, no pensaba ir con él. No quería que la regresara tan temprano, eso era su disgusto. Iba a jugarse una bien grande, como para que le arruinara los planes; la estaba pasando bien sí omitían la parte de su intento de suicidio involuntario. Liberó su brazo y alejó a Renzo, estampando su espalda contra otra persona. Giró para disculparse y suspiró aliviada al ver a Tharsis. Dina venía detrás de él, gritando su nombre, aunque era inútil entre tanto escándalo.

— ¿Dónde te metiste? Pensé que te habíamos perdido—la regañó el mayor de los Cox. Madai ya no portaba los cuernos, sabrá Dios dónde los dejó—. ¿Estás bien?

Asintió con la cabeza, se acomodó el cabello detrás de las orejas y se dispuso a seguirlos, pero no la dejó avanzar. Tiró de su brazo, a la vez que Maddi se agarraba con fuerza de la playera de Tharsis.

— ¡Ella se viene conmigo!—declaró Palafox, bastante airado.

—Yo no quiero—masculló Madai—. ¿Qué te pasa? ¿Nos vemos después de no sé cuantos años y te da por querer ser protector, cuando nunca te agradé? No quiero irme. Vengo con ellos—puntualizó.

Dibujo una sonrisa tétrica, enarcó una ceja y murmuró en su oído:

—Vas a venir conmigo o llamo a tu madre. Porque puedo jurar que no está enterada de dónde se encuentra su hija. —Renzo aplicó lo que tanto temía.

Maddi apretó la mandíbula, frunció la nariz como cuando era pequeña y no tenía argumentos para refutar los regaños de su madre. Se despidió de Dina y de su hermano, alegando que no le pasaría nada. Los Cox la acompañaron hasta el vehículo del chico pijo, como oyó que Dina lo catalogó a causa de su vestimenta y el modelo del auto. Le exigieron un mensaje de texto una vez que llegara a su casa.

Renzo no perdió oportunidad para burlarse de ella cuando arrancaron, porque era eso, no un sermón.

—Pensar que en mi casa creen que no rompes ni un plato—comenzó—. Mi nana no se cansa de decir lo buena chica que eres, mis hermanos te adoran y ¡ve! Donde te vine a encontrar...

Alterna y continua ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora