Mara le llevó la comida y sonrió.

-Es muy guapo, ¿verdad?

-Sí -admitió Rosana dándose cuenta de que el desconocido seguía mirándola.

-¿Por qué no lo invitas a una copa?

-¿Cómo? -exclamó sorprendida.

-Invítale a una cerveza, que se está acabando la suya -la animó la camarera.

-No sé si es el mejor momento...

-No pasa nada, sólo era una sugerencia -dijo la camarera sonriendo y yéndose.

Una vez a solas, Rosana se preguntó si debería invitarlo a beber algo. ¿Ella? ¿La chica de pueblo a la que le habían diagnosticado un cáncer de piel?
Observó que el desconocido se terminaba la cerveza mientras ella jugueteaba con los champiñones.

Cuando lo vio apartarse el pelo de la cara, dejando al descubierto la frente y unas pobladas cejas un poco castañas, Rosana sintió que el cuerpo le ardía.

Al diablo con el cáncer. Tenía que conocer
a aquel hombre, hablar con él.
Reunió valor, se puso en pie y fue hacia su mesa. La camarera le guiñó un ojo para darle ánimos.
Cuando llegó a su lado, sentía que el corazón le latía aceleradamente y que la sangre se le había agolpado en las sienes.
El desconocido se puso en pie y Rosana se dio cuenta de lo alto que era.

-Hola, me llamó Rosana -se presentó alargando la mano.

-Hola, yo me llamo Julian -contestó él mirándola de arriba abajo-. Rossini -
añadió con un acento irreconocible-. Julian Rossini.

Haciendo un tremendo esfuerzo para respirar con normalidad, Rosana se dirigió hacia su mesa.

-¿Te apetece sentarte conmigo?

El desconocido no respondió. Se limitó a colocarse detrás de ella y a deshacerle
la coleta que llevaba agarrada con un pasador.

Sorprendida, Rosana no hizo nada. Se quedó de pie, esperando, sabiendo que
Mara estaba mirando igual de hechizada que ella por el extraño comportamiento de Julian.

Julian se guardó el pasador en el bolsillo de la chaqueta como si tuviera
intención de quedárselo.

-Me gusta el color de tu pelo -dijo-. Me recuerda a...

-¿A qué? -preguntó Rosana con el corazón en la garganta.

-Al de una persona que conocí -contestó Julian poniéndose serio de repente.

Rosana se dio cuenta de que todavía no lo había visto sonreír. Aun así, le parecía
guapísimo. Tenía una pequeña cicatriz en la ceja derecha, un hoyuelo en la barbilla y los pómulos altos, rasgo indudablemente
exitantes.

¿Sería Italiano o Frances? ¿Por eso estaría en El Hoyo?

Cuando se acercó todavía más a ella, sintió un escalofrío y se preguntó que
sentiría inmortalizando a aquel hombre sobre la tela.
Rosana se ganaba la vida sirviendo mesas en su ciudad natal, pero era una
apasionada del arte y vendía sus cuadros en ferias de pintura.

No pretendía nada más que pintar rostros que la fascinaban.

-Baila conmigo -le dijo Julian

-Pero si no hay pista de baile -contestó Rosana mientras él le acariciaba el pelo.

-No, pero hay música.

Atraccion IntensaWhere stories live. Discover now