Capítulo 36

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Capítulo narrado en primera persona por Christopher Rumsfeld

8 de Abril de 1816

Apenas han pasado tres semanas desde... desde que Georgiana no abre sus hermosas emeraldas para mi...

Siempre pensaba que alguien joven, que se notaba que le quedaba mucho por vivir, jamás podía morir...

Estos momentos es cuando me pregunto, ¿por qué será tan frágil la vida? Porque es demasiado frágil, en un abrir y cerrar de ojos, el brillo abandona tus ojos, y esa persona ya no sigue a tu lado.

Estos momentos es cuando siento muchos sentimientos mezclados que hacen que no me separé de ella...

- Christopher, aún no ha muerto...

Escuché la voz de mi madre entrar para tratar de darme ánimos, pero sabía que sólo un milagro haría que cambiara mi semblante.

- Chris, ve a asearte, yo la cuido.
- No, gracias.
- Christopher...
- Lo siento, no quiero hacerlo.
- En algún...
- Madre, déjame así, por favor.

La vi con súplica, quería echarme a llorar. Ella vio mi estado y en lugar de irse, se acercó a mi dándome un gran abrazo en el cual me transmitía amor y fuerzas, en estos momentos necesitaba muchas fuerzas.

Sin poder evitarlo, la abracé quebrando en llanto, ella era mi madre y sabía el gran dolor que sentía.

- Estoy aquí para ti, mi niño...

Ese pequeño apodo hizo que una pequeña sonrisa apareciera en mi rostro y volteara a ver a Georgiana que estaba a mi lado.

- Ella despertará, es fuerte.

¿Por qué siempre deben de decir eso? Sé que es para darte ánimos pero, mi Georgie está más para la muerte que para la vida... la extraño.

- Si...
- Iré abajo, llámame cualquier cosa.
- Si...

Salió nuevamente de la habitación, que volvió a quedar en silencio, tal como hace tres semanas.

Cuando la encontré en aquel bosque tirada en el suelo, fue de lo peor, supe que algo andaba mal con ella y el bebé, pues había dejado sangre anteriormente, estaba con sus manos manchadas de sangre, su cuello tenía marcas al igual que sus muñecas y tobillos. La tomé en brazos y la moví un poco. Nada. Le llamé. Nada. Imaginé lo peor.

La cargué y salí lo más rápido, sintiendo un gran peso en mis brazos, sentía a mi pequeña mujer, como lentamente dejaba ir su vida. Pasé todo, afortunadamente nadie me vio, corrí hasta mi caballo y lo hice ir lo más rápido.

En cuanto llegué a París, la llevé con el mejor médico de esta ciudad, quien hizo todo para estabilizarla. Me dijo que era más probable que muriera dentro de horas, pero ahora lleva tres semanas, debatiéndose entre la vida y la muerte.

Estaba en aquella cama, con los ojos cerrados, su piel pálida, su cabello sin brillo, sus labios morados, estaba fría, ya no sentía el calor de su cuerpo.

Me arrodillé a su lado y tomé su delgada mano para comenzar a pedir a Dios que la salvara, era lo único que podía hacer.

Cuanto terminé de hacerlo, me levanté de su lado y fui a la mesa de noche para servirme un poco de agua, hacia mucho que no tomaba ni un líquido.

Y así pasaron las horas, ella seguía igual, sus ojos seguían cerrados y ella seguía inmóvil.

Yo seguía haciendo lo mismo, pensando en nuestra vida juntos, era hermosa, definitivamente yo la quería de vuelta, ella no podía morir, no...

Always Yours (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora