Capítulo 8. [Editado]

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Para cuando llegamos a la recepción ya no sentía mis piernas. 

    Freda de inmediato se abalanzó contra el mostrador y le pregunto a la enfermera—: ¿Está el doctor Smith? —la enfermera levantó la vista de muy mala gana, y supuse que le diría a Freda que se fuera al infierno, en cuanto me vio. Ésta de inmediato comenzó a acariciar su cabello frenéticamente y me sonrió en un mal intento de seducirme. 

   —¿Está el doctor Smith? —repetí yo, con el poco valor que me quedaba. 

   —Para usted está quien quiera —me contestó, guiñandome el ojo. 

   —Gracias, sólo busco al doctor Smith. 

   Freda soltó un bufido y se cruzó de brazos, mientras que la enfermera revisaba un par de hojas con evidente frenetismo.  

   —Está en el tercer piso, en su consultorio —nos contestó con una sonrisa que iba dirigida más a mí que a Freda. 

   — Gracias —contestó Freda, tomándome de la manga de mi saco y volviendo a arrastrarme por los pasillos. 

    —¡Espere! —me gritó la enfermera, que salió corriendo de detrás de su escritorio y me dio un pequeño papel perfectamente doblado, al que no tuve que preguntar que era, ya sabía que era su número telefónico. 

   Freda soltó otro bufido y volvió a jalonearme. Subimos por las escaleras rápidamente, antes de que alguien más me viera, y llegamos a una gran y blanca puerta con la inscripción Dr. J. Smith. que Freda la abrió sin consideración alguna. 

   El tal doctor Smith era prácticamente de mi edad, con el cabello completamente rubio y unos ojos casi tan azules como los de Ringo, escondidos detrás de unas pequeñas gafas casi invisibles. 

   —¡Freda! ¿Qué no te han enseñado a tocar? —preguntó el doctor, dando un ligero salto en su silla y tirando un par de lápices. 

    —Perdón Johan, pero no debo de dejar que lo vean —me señaló y se sentó en una de las sillas del consultorio como si me tratara de un niño desastroso. Le dirigí una pequeña mirada de odio antes de aceptar mi lugar en la silla. 

   —¡Pero si es Paul McCartney! —gritó con una sonrisa y poniéndose de pie a toda velocidad para estrechar mi mano—. ¡No pensé que de verdad lo conocieras, Freda! Soy su fan, señor McCartney —me dijo con una gran sonrisa, haciéndome sentir un poco incómodo. 

   —Ah... Muchas gracias —contesté ligeramente apenado. 

    —Johan, necesito que me hagas un favor —pidió Freda, retomando la palabra con firmeza. 

   —¡Cualquier cosa, Freda, cualquier cosa! —contestó Smith, soltando de nuevo mi mano que había quedado ligeramente dormida. El tipo era extraño. 

   —Necesitamos una prueba de embarazo —dijo Freda, haciendo que el doctor por fin perdiera su extraña sonrisa. 

   —No me digan que ustedes dos...

   —¡No! —grité rápidamente—. Freda es mi amiga.

   —La prueba no es para mi, es para él —señaló Freda. El doctor pareció horrorizarse al escuchar eso, a juzgar por la forma tan nerviosa con la que se quitó las gafas. 

   —¡Freda! ¡Eso es absurdo! —contestó, y por fin dejé de lado mis primeras impresiones. El tipo comenzaba a agradarme. 

    —¡Es lo mismo que le he dicho yo, pero se sigue negando a aceptar que tengo razón! —contesté, cruzándome de brazos. 

   —¡Claro que no, McCartney! ¡Tengo razón! —se defendió ésta, estancada en su terquedad que comenzaba a irritarme.

    —Freda, es una estupidez creer que el señor McCartney está embarazado o algo así —me apoyó Johan, haciendo que una ola de gratitud me recorriera el cuerpo. 

   —Pero quiero que hagan una prueba, si no es probable no habrá ningún problema ¿O sí? —la chica nos miró con una ceja levantada, tenía razón, no había nada que temer.

    —Al demonio, háganme esa prueba —contesté pasados unos segundos, convencido en que era una estupidez. 

    El doctor pareció extrañarse un poco pero terminó aceptando un par de segundos después. Sacó una jeringa de un estante que estaba detrás de él y me sentó en una camilla, donde limpió mi brazo e introdujo la aguja, haciéndome sentir un ligero dolor; comenzó a extraer mi sangre y la colocó en un pequeño frasco de vidrio.

   —Bien, eso es todo. Mandaré al laboratorio esto y supongo que los resultados estarán listos en tres días —nos explicó el doctor, que parecía sentirse ligeramente incómodo, y no lo culpaba.  

   —No podemos venir por ellos, ya ha sido un gran problema venir. Y mucho menos podemos ponerlos a nombre de Paul, o Brian nos matará —comentó Freda. 

   —Podemos decir que son tuyos, así nadie se enterará que estuve aquí —propuse, frontando ligeramente el lugar donde me habían sacado sangre. Freda no pareció muy contenta con la propuesta, pero terminó aceptando. 

    —De acuerdo, los mandaré a Liverpool, así no habrá sospechas —finalizó Johan con una sonrisa, apuntando la dirección de la casa Beatle. 

    —¿Prometes que no dirás nada, Johan? —preguntó Freda en su viejo hábito de desconfianza. 

    —¡Claro que no! Está en mi contrato médico no revelar secretos de mis pacientes, y mucho menos si son Paul McCartney —con eso se dio por entendido que podíamos confiar en él, por lo que Johan volvió a estrechar mi mano y se despidió de nosotros, mientras que Freda y yo comenzamos a descender en el elevador para irnos de ahí. 

   Tres días, solo serían tres largos y horribles días. 

The little Beatle. [McLennon] [MPREG]Where stories live. Discover now