Capítulo 2: Ahogada

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RAINIE

Terrence tuvo dos funerales; uno organizado por mi abuelo, muy formal y lleno de gente de categoría sentados junto a la tumba negra de mi hermanito, diciendo cosas que no son verdad sobre lo buen chico que era. Y el otro funeral, organizado por Dallas, que fue algo más espiritual. Fue en el bar que mi hermano y Dallas crearon en Cortland, a media noche el día en que llegué a Spring. No había ataúd, ni mujeres hablando mentiras. Todos estaban parados alrededor de mesas con tragos, sosteniendo velas encendidas y contando verdades, diciendo las cosas que sabían de él. Hablaron también de Tara, su ex novia, quien falleció hace un par de años. Comentaban sobre mis padres, y como Terrence iba a reencontrarse con ellos en el cielo.
Yo no creo en el cielo, pero de ser real Terrence no sería bienvenido ahí.

-¿Estás bien?- pregunta alguien detrás de mí.
En medio de la noche, al girarme, me encuentro con la mirada apacible y serena de Dallas. Muy pocas veces antes he visto esa mirada tan liviana en él. Y es que al igual que yo, y que casi todos en Spring, no ha tenido una vida fácil. Es fuerte por necesidad ahora y rudo, para que nadie pueda doblegarlo.
-Sí, estoy bien- le miento. El frío de la noche me obliga a abrazar mi cuerpo. La primavera está comenzando pero aún puedo sentir el invierno traspasar la tela delgada de mi vestido negro de lentejuelas.
Dallas me sonríe un poco -Abandonaste la ceremonia a la mitad- comenta.
Vuelvo a dirigir mi atención a la calle. Nunca llegué a conocer este lado de Cortland antes. Los barrios más bajos. Las edificaciones son escasas, abundan las infraestructuras defectuosas y llenas de daños por el paso del tiempo. Incluso la acera está lastimada por el clima, la velocidad de los vehículos y el abundante tránsito. Las pocas luces de las farolas que quedan en la calle no logran iluminar más de lo que iluminaban las velas dentro del bar.
-No necesito escuchar hablar de mí hermano, yo si lo conocía- le digo sin pensarlo mucho.
Dallas de mantiene en silencio. Él también conocía a Terrence como si fuese su hermano, después de todo eran casi mejores amigos. Y también tiene un hermano, Jules, y tuvo una hermana una vez, Mackenzie. Sabe mejor que nadie lo que se siente perder a las personas en tu vida y no poder hacer nada para recuperarlas.
-Yo...- comienza a decir, pero me giro y lo interrumpo, poniendo mi mano en su pecho en señal de que quiero que se calle.
-Nunca pregunté por Mackenzie, ni he preguntado por lo de Jules- le recuerdo -Hazme el favor de no hablar de mi hermano. No necesito recordar que voy a extrañarlo toda la vida desde ahora en adelante-
Dallas me asiente. No dice palabra alguna, solo asiente, sonríe, y me indica con la cabeza para volver adentro. Pero no quiero. Ese era el lugar de Terrence, y no quiero sentirlo ahí más. Ahora ya no está y si algo me han enseñado las pérdidas anteriores es que si pienso que nunca existió es mucho más fácil.
-Voy a caminar un poco- le digo, me enfilo en dirección a la calle y me balanceo en el camino hacia el centro mismo de Cortland, ese es un lugar seguro. Un lugar familiar.
-¿Quieres que te acompañe?- grita Dallas desde la distancia que he impuesto entre nosotros.
No le respondo, ni lo miro. Fijo que no he escuchado nada y sigo caminando. Rápidamente mi temperatura corporal sube y ya no siento la necesidad de abrazarme a mi misma. En lugar de eso camino ligera, con las manos en los costados, los hombros caídos, dejándome flotar en el camino bajo las escasas luces de la calle y las estrellas.
Hay luna llena, brilla en la inmensidad oscura que es el cielo sobre mi cabeza. Mirándome como si supiera que algo va mal, riéndose de mí en mi cara.
Ni siquiera noto cuando he comenzado ha llorar y me he perdido entre las calles e intersecciones. Para cuando soy consciente de ello estoy de pie frente a lo que parecen tiendas de ropa cerradas. No hay nadie en las calles, la noche ha avanzado y no puedo dejar de llorar.
Me dejo caer al suelo, sobre la fría y húmeda acera. Un par de autos pasan a gran velocidad, no se inmutan, no se detienen. A mi alrededor los edificios bailan, y las estrellas se están cayendo del cielo sobre mi cabeza.
Pueden haber pasado horas o solo minutos desde que abandoné el bar, incluso pueden haber pasado años. Me cuesta controlar el paso del tiempo sin un reloj y ya no acostumbro usar uno. Así que me dejo perderme a mí misma en la inmensidad de lo desconocido.

-¿Rainie?- un voz de mujer pronuncia suavemente mi nombre, apenas tocándolo con los labios al dejarlo salir.
Al levantar la vista me encuentro con los ojos castaños y brillantes de Emily Hunter.
Su expresión cambia, sus ojos se entrecierran y frunce los labios, con preocupación. Se inclina y me roza la mejilla con la punta de sus delgados dedos.
-¿Necesitas ayuda?- me pregunta.
Trato de enfocarme completamente en ella, pero termino derivando mi atención a la persona parada a su espalda. Es un chico delgado, de piel muy blanca, ojos claros y cabello negro. No es mucho mayor que Emily, es solo un niñito igual que ella de unos diecisiete o dieciocho años.
-¿Recuerdas a Austin Fray?- me pregunta Emily al notar que lo estoy mirando. -Es el hijo de Ezra Fray-
Lo recuerdo. Emily sabe que recuerdo todo ello, solo se está asegurando que no diré nada incorrecto, que no meteré la pata y le haré caer el teatrito, pero no lo haré, porque no puedo hablar. Siento mi lengua extranjera, mi garganta apretada y dudo que pueda lograr articular una palabra sin echarme a llorar.
-Vamos de vuelta a Spring, ¿quieres ir con nosotros?- me pregunta. Mira hacia el final de la calle donde un auto estacionado los espera; el auto de Beth.
Ella está parada junto a la puerta del conductor, apoyada con la ventanilla, con los brazos cruzados, abrazándose a si misma.
-¿Rainie?- insiste Emily. Pero sus palabras se vuelven a ratos difusas e incomprensibles. Siento mi estómago revolviéndose, la vista llenándose de nubes, perdiéndose.
-Em, esta no está bien- dice Austin. Y lo último que siento antes de caer contra el suelo es su mano apoyándose en mi brazo, intentando sostenerme. Emily grita un par de veces a Beth por ayuda, y la siento encender el auto, pero no logro abrir los ojos.
Recuerdo cuando era niña y fui una vez al lago con mi madre, cuando las cosas comenzaban a ponerse extrañas. Ella estaba hablando por teléfono con papá en los arboles junto al lago, mientras Terrence y yo nos bañábamos. En un momento me alejé mucho de la orilla y comencé a cansarme y a hundirme. El agua se apretaba el camino a mis pulmones, peleándose con el aire, mientras yo pedía por ayuda. 
Estar ahogándose es horrible. Me imagino es una de las muertes más horribles, porque estás consciente de todo, de la presión en los pulmones, de el ardor en la nariz y en la garganta, eres consciente de todo el dolor, hasta que ya no sientes más.

SEÑORITA PERFECTA [EN PROCESO]Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum