Ninguna nos hemos quejado. Con Rachel me he llevado mejor de lo que pensaba. Hemos intercambiado números y nos hemos contado algunas cosas. Se puede decir que ahora es una conocida.

Son las siete de la tarde. Y tengo decidido ir a un lugar. Sin que nadie lo impida.

Llego a mi departamento media hora después de salir de la cafetería. Ordeno todo lo necesario para ir a ese lugar, anoto cosas que quiero preguntarle y las guardo en mi bolso. La carpeta con los informes y mi cartera es lo último que guardo, cerrando así mi bolso.

Cinco minutos antes de salir llamo a un taxi. Y me aseguro de tener el dinero suficiente de ida y vuelta. Suspiro cuando estoy bajando las escaleras, me despido del conserje y paso seguido, repaso la hora del reloj que está en la pared detrás suya: las ocho menos diez.

Asiento. Voy decidida. Cuando entro en el coche me pongo a repasar las preguntas que he anotado e incluso agrego unas nuevas. No niego que puede que esté intimidada. Sin embargo, he decidido que nadie me dirá lo que hacer.

Puede que este yendo muy abalanzada, y ni me paro a pensar en lo que me pueda pasar. Me riño a mi misma por ello, soy una tonta. Pero sé que si paro ahora mismo el taxi, quedaré como una tonta que hace lo que le digan.

Es más por orgullo que por otra cosa.

(...)

Estoy subiendo las escaleras de su edificio. Y como hace unos días, siguen igual de chirriantes y en mal estado.

Suspiro unas cuantas veces antes de llegar a su puerta. No se ve como el otro día. Tiene arañazos y algunos signos de golpes. No oigo nada al otro lado de la puerta, y seriamente no siento ningún atisbo de preocupación.

Llamo a la puerta. Nada de ruidos, y nadie abre la puerta. Vuelvo a llamar, y pasa lo mismo. Cuando ya lo intento por tercera vez, se oyen golpes desde dentro. Puertas ser cerradas, golpes al andar y maldiciones por doquier. No espero a que este contento cuando él abra la puerta, y mucho menos que me abra la puerta con los brazos abiertos y una amplia sonrisa.

Escucho como toquetea las cerraduras de la puerta y yo por acto reflejo me echo atrás. La puerta se abre revelando a Harry. Se le ve cabreado, y no sé que me impresiona más: su enfado o que solamente lleva unos vaqueros. No miro su torso, aunque puede que este tentada a hacerlo. Le miro a la cara, e intento que mi semblante se quede como está: seria, tranquila y para nada sorprendida.

Sin embargo, no sé bien que decir. Como siempre.

—¿No te han enseñado a hacer caso a la gente?— pregunta y no sé de donde saco el valor, pero le empujo rozando su torso y entrando. Sin hacer caso a sus quejas— ¿Pero a caso te he invitado a entrar?

—No, pero ya lo hago yo— me encojo de hombros. Y como hace unos días, contesto sin pesar.

Suspira y me mira con odio. Realmente me espero cualquier cosa ahora mismo. Nunca he molestado a alguien tanto como a él. Y no voy a mentir, a veces siento que mi vida puede acabar en un segundo cuando él está cerca. Puede que sea el temor, o incluso solamente el miedo por lo que él hizo en un pasado. Incluso en un presente.

Después de su demostración la otra noche, me puedo esperar cualquier cosa. Siempre, en cualquier momento. Estoy alerta. Tengo ojos por todos lados, asegurando mis espaldas y lados.

—Te irás cuando hagas tus preguntas mierda ¿verdad?— Asiento sin prestarle mucha atención y camino sin mirarle hasta su salón.

Ignoro todo tirado en el salón. Y cuando me siento y oigo como el sofá cruje. No miro directamente, pero si de refilón. Veo que no se preocupa en como está la estancia. Solamente se dedica a poner caras de cansacio y fastidio.

HOUDINI | Harry StylesWhere stories live. Discover now