[2.2] Capítulo 25

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Su cachorra, blanca y gris, se paró en dos patas y quedó mucho más alta que la mujer, quien no pudo hacer más que cerrar los ojos cuando ella comenzó a darle afectuosos lametones con olor a canela y azúcar morena.

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—¿Por qué hay tantos helicópteros? —preguntó Anneliese, a su hermano, acercándose a la ventana de la cocina para poder verlos bien.

Angelo se sintió contento al reparar en que ella comenzaba a percibir su entorno.

—No lo sé —mintió. Decidió no angustiarla con las noticias que había leído en el periódico aquella misma mañana, mientras preparaba café; no tenía relación con ellos y no les afectaba en nada.

Anneliese arqueó sus cejas rubias y miró por un momento más el cielo.

—¿Qué tan difícil crees que sea volar?

—Si no tienes alas, bastante —jugó él, volviéndose hacia ella, recargándose contra la encimera.

Ella sonrió.

—¿Te gustaría aprender? —tanteó él, tan sólo por preguntar algo.

—Ni siquiera sé conducir un auto —le recordó ella.

Angelo frunció el ceño, pensando en que era cierto: nunca le había enseñado a conducir.

—¿Quieres que te enseñe?

La muchacha torció un gesto de desgano.

—¿Por qué mejor no aprendes tú?

—¿A qué? —él se sintió confundido.

Los ojos azules de la muchacha apuntaron hacia el cielo, mientras sonreía de lado.

—¿En serio? —él frunció el ceño, mientras la acercaba hacia su cuerpo, por la cintura.

Annie lo envolvió por el cuello, con sus brazos, mientras él la elevaba; le era imposible no hacerlo: ella era tan pequeña y delgada, y a él le gustaba tenerla muy, muy cerca, tanto como fuera posible.

—¿Quieres que aprenda a volar? —él le habló en los labios.

—Sí —decidió ella, sonriendo... y un pensamiento cruzó rápidamente su mente: «Sí quiero: tal vez en el aire nos matemos».

El pensamiento había sido ajeno y había tenido voz propia.

Angelo la vio perder la sonrisa y, sin oponerse, la dejó separarse de él.

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Desde el alféizar de su ventana, Anneliese Petrelli miró a un grupo de adolescentes que caminaban por la calle vestidos como monstruos, dirigiéndose muy probablemente a una fiesta de Halloween y, a través de la bata de seda, se acarició el vientre.

Pensaba en que, justo un año atrás, ella estaba en un convento..., con Abraham vivo, desarrollándose dentro de su vientre..., dentro del único sitio en el cual él había sido capaz de vivir.

Se sintió entumecida por dentro, incapaz de llorar o de sentir nada más.

Sus pensamientos fueron más atrás, al Halloween en que Angelo se había vestido como sacerdote para ese fracaso de fiesta, en casa de Carlo. Intentó evocar cuán guapo lucía él, pero no pudo; recordaba que se veía increíblemente bello, pero no recordaba ni la manera en que se había peinado; deseó que alguno de sus primos guardase fotos. Las fotos eran muy importantes, creía en ese momento... Aunque aún no era capaz de mirar las de Abraham. Ni siquiera había visto la forma —y mucho menos el tamaño— de su caja.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now