[2.2] Capítulo 22

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La madrugada del miércoles, cuando Lorenzo Petrelli buscó a su primo en la habitación de Lorena, lo encontró recostado en la cama, junto a su... hermana, prestándole su brazo izquierdo como almohada. Anneliese estaba profundamente dormida —al fin—, y Angelo ni siquiera lo volteó a ver cuando entró.

El pelirrojo cerró la puerta con cuidado —sintiendo horriblemente irritados sus ojos verdes, y el rostro abotargado por el llanto— y, en silencio, se acercó a la cama, al lado de la cual tomó asiento, sobre la alfombra.

—¿Cómo está? —preguntó, en un susurro.

Angelo tardó un poco en responder.

—Estará bien —aseguró, incorporándose con cuidado para mirarla al rostro. A ella.

Lorenzo asintió y aguardó en silencio por un rato, antes de continuar:

—Estoy preocupado —le confesó.

—Estará bien —atajó Angelo con un poco de rudeza; no quería hablar con nadie.

Lorenzo lo miró a los ojos.

—Sé que ella estará bien —aceptó, lanzándole una insinuación muy directa: no era ella quien le preocupaba en ese momento..., sino él—. Sé que no vas a cruzarte de brazos —siguió.

El otro se relamió los labios.

—Angelo —lo llamó Lorenzo, implorante—. Vi la manera en que lo buscaste al entrar en la sala...

—No voy a hacer nada —lo interrumpió, secó, harto.

Lorenzo no lo creyó.

—Oye...

—Lorenzo —Angelo alzó ligeramente la voz—. No voy a hacer nada —repitió, y en su voz podía escucharse el lamento y la impotencia—: no puedo. Lo mato ¿y luego qué? ¿Voy a prisión y la dejo sola de nuevo... para que vuelvan a hacer lo que les dé la puta gana, con ella?

Lorenzo sintió lo último como un golpe. Dolió en el pecho y, al tiempo que se le nublaba la mirada, le tembló el labio inferior: sí, nadie había hecho nada por ella. Lorena y él habían intentado comunicarse con Annie el día en que ella alcanzó los diecisiete años —apenas diecisiete... y ya tenía un hijo muerto—, pero no le habían comunicado la llamada; ya antes, algo le decía a Lorenzo que eso no estaba bien, que el hecho de que la mantuvieran incomunicada era extraño, pero él estaba enojado con su abuelo —¡había estado tan molesto que jamás se enteró de que, aquel que había sido su padre, había estado en coma!—¸ apenas había hablado con su abuela, y su madre le había explicado que ésas eran órdenes de su tío Raffaele; además le había dicho que ese convento era bueno..., que tenía la completa confianza de la madre de Annie, pero... ¿quién jodidos era la madre de Annie? ¿Una mujer que él no había conocido y de la que, hasta antes del video sexual que se había hecho público en el periódico, él no había escuchado jamás? Lorenzo se había repetido la noche entera que debió estar más atento a Annie, pero... Giovanni había dado una orden: no salir de Irlanda y él no había hecho más que molestarse..., pero obedecer, porque él hacía eso: obedecía a su abuelo.

—Mi mamá decía... —intentó decir, pero se detuvo al darse cuenta de que cualquier excusa (cualquiera) era sólo eso: una excusa. En el momento en que no quisieron comunicar a Lorena con Anneliese, debió hacer algo: Angelo no estaba y era su obligación, ¿por qué confió en lo que decían los otros?

... Es que era tan fuerte todo y él se había sentido tan... atado, siempre.

Lorenzo se sintió profundamente avergonzado y, sin poder verlo a la cara —ni a Annie—, asintió y se puso de pie. Los dejó solos, como seguramente Angelo deseaba quedarse con su hermana.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now